A mediados de 1989, Napoli ya no era aquel equipo modesto del sur que soñaba con al menos competir frente a los poderosos del norte. Habían pasado cinco años desde la llegada de su mesías Diego Maradona, quien lideró la conquista del Scudetto en 1987, de la Copa UEFA en 1988/89 y le permitió conseguir dos subcampeonatos en los torneos posteriores al título.
El cuadro napolitano ya era mirado como un rival serio por los gigantes AC Milan, Inter y Juventus. Además, a Diego se le habían sumado piezas importantes como los brasileños Careca y Alemão y Fernando De Napoli.
El número diez debutó en la Serie A 1989/90 recién en la quinta jornada, aunque su equipo no lo extrañó, porque llevaba tres victorias y un empate hasta aquel partido frente a la Fiorentina de Roberto Baggio en la que el argentino hizo su aparición.
Napoli fue, tal como sucedió en el campeonato actual, el mejor equipo de la primera vuelta sin dejar dudas. Goleó al Milan de Marco Van Basten y Ruud Gullit por 3-0 y días después hizo lo mismo contra el Inter de Jürgen Klinsmann y Lothar Matthäus.
Tras el receso por navidad y las vacaciones de invierno, se reavivó la disputa por el título y el cuadro rossonero, dirigido por Arrigo Sacchi, exhibió su mejor faceta. De hecho, en la fecha 24 le devolvió el 3-0 recibido en la ida y lo bajó de la cima de la tabla de posiciones.
Con Maradona como estrella absoluta como de costumbre, Napoli tuvo que pelear desde atrás. Y también lo hizo. En la penúltima jornada, venció a Bologna y aprovechó la caída milanista contra Hellas Verona para volver a lo más alto.
Entonces, llegó a la fecha final como líder. Y no falló. Marco Baroni convirtió el único tanto de la victoria en San Paolo y provocó la fiesta interminable del pueblo napolitano. La última hasta la de hoy.
Maradona, ya con 29 años y un título del mundo en su haber, fue mucho para el resto de las estrellas que disputaban la Serie A. Además de ser el conductor del campeón, terminó tercero en la tabla de goleadores, con 16 anotaciones.