Kalidou Koulibaly está en boca de todos. El jugador senegalés nacido en Francia se ha convertido en el ejemplo más claro y reciente de los problemas con el racismo que tiene la Serie A, y que, aunque existen hace tiempo, nadie parece dispuesto a atacar de frente.
En el penúltimo partido del 2018, el lateral izquierdo del Nápoles sufrió las mofas racistas de la afición del Inter de Milán, que se llevó la victoria de dicho encuentro en el último suspiro gracias a tanto del argentino Lautaro Martínez, toda vez que Koulibaly había acabado expulsado en el minuto 80 del encuentro.
Según el entrenador napolitano, Carlo Ancelotti, su jugador había estado alterado por los improperios recibidos durante todo el encuentro en San Siro.
El propio entrenador italiano aseguró que se avisó de los insultos recibidos por Koulibaly tres veces al cuarto árbitro, y que la megafonía del estadio reprendió a sus aficionados el mismo número de ocasiones, aunque finalmente no ocurrió absolutamente nada que frenara los gestos y gritos racistas de la afición interista.
Carlo Ancelotti aseguró entonces que la próxima vez que esto ocurra, su equipo arropará a su jugador y se retirará del partido, sin importar que se pierdan los tres puntos en juego. La situación fue tan grave que incluso el ghanés Kwadwo Asamoah, futbolista del Inter de Milán, criticó a su propia afición y defendió a Koulibaly ante lo ocurrido.
No es la primera vez que en Italia se da este tipo de situación.
La afición de la Lazio, sin ir más lejos, es conocida por su vertiente más radical, un grupo simpatizante de la ultraderecha, que ha llegado a vetar la llegada de jugadores de raza negra al equipo y a los que ídolos como Paolo Di Canio han llegado a enaltecer celebrando goles con el saludo fascista de la mano en alto.
Por eso es momento de poner freno desde lo más alto del fútbol italiano a una situación que, de no ser remediada, puede desembocar en un grandísimo problema para una competición que en los últimos años se ha visto salpicada por todo tipo de polémicas, desde arreglos con los árbitros, hasta los amaños por apuestos, entre otros.
El partido entre el Inter de Milán y el Nápoles en el que se atacó a Koulibaly también fue noticia por la muerte de un hincha radical en los prolegómenos del encuentro tras una batalla campal con los ultras del Nápoli, a quienes atacaron cuando éstos llegaban al estadio en autobús.
La federación italiana y la Lega han suspendido el estadio del Inter para los dos siguientes partidos en casa por los incidentes con Koulibaly, y la policia milanesa ha pedido que la curva donde se sientan los ultras interistas permanezca clausurada cinco encuentros por la batalla campal anterior al encuentro contra el Nápoles, además de que se prohíba a los hinchas interistas viajar a los partidos fuera de casa con su equipo.
Parecen flojas medidas para intentar de verdad escarmentar a una afición - la italiana - que corre el riesgo de convertirse en una de las más violentas y repudiadas de Europa.
Otras ligas, como la española, la francesa y la inglesa, tomaron cartas en el asunto responsabilizando a los clubes de manera estricta por el comportamiento de sus aficionados, tanto así que poco a poco los problemas han ido subsanando en la mayoría de sus campos y el fútbol ha vuelto a convertirse en un espectáculo para toda la familia.
Italia necesita mirarse en estos espejos y atajar este gravísimo problema de raíz.