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Selección Mexicana: La 'caballada está flaca' y es lo que hay

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¿Qué sensación deja el empate? (4:07)

México tiene cinco partidos sin ganarle a Estados Unidos (4:07)

Christian Pulisic es suplente en el Chelsea, juega poco y nada. Suplente del suplente. Un futbolista secundario en el club inglés que firmó una desastrosa temporada en la Premier League.

Eso no le quita que sea un buen jugador. Tan es así que ningún mexicano en la actualidad se acerca a su nivel. Anoche exhibió de fea manera a Edson Álvarez, al multielogiado mediocampista que milita en el Ajax y al que supuestamente se pelea medio Europa.

La referencia sirve para ubicar en dónde está parado México en cuanto al talento y el presente de sus futbolistas: alejados de la élite y acomodados por la escasa competencia en la Liga MX o en clubes de segundo pelo en el Viejo Continente.

Los señalamientos justificados a las desastrosas e interminables decisiones de los directivos del balompié nacional no deben cesar, puesto que dichas acciones van de la mano con cada fracaso deportivo. Sin embargo, es necesario hacer un alto y otorgarle la responsabilidad que tienen los jugadores.

Diego Cocca utilizó a 15 futbolistas ante Estados Unidos y no hay manera de rescatar la actuación de uno solo. No hay manera. Carentes de personalidad, de recursos, valentones de llano, impotentes, frágiles de mente. Pobreza total.

Esa es la materia prima, esas son las estrellas de papel del futbol mexicano que ya ni siquiera se topan con su realidad en Copas del Mundo ante grandes potencias, ahora lo hacen en la subdesarrollada Concacaf y frente a Estados Unidos, que si bien es un buen equipo, lejos está de representar un reto mayúsculo.

Es el círculo vicioso interminable: los hombres de pantalón no saben de futbol y eligen mal, desde el entrenador, los métodos, la preparación, las formas y un interminable etcétera.

Luego viene el técnico: un extranjero de nueva cuenta por tercer ciclo mundialista consecutivo. Un perfil que no reunía los requisitos para encabezar una renovación en el Tricolor, para darle un giro, para imponerse a recomendaciones y sugerencias al hacer sus convocatorias, y sobre todo con una capacidad que se adaptara a las cualidades del jugador local y que pudiera sacarle el mayor jugo posible.

En apenas cuatro meses Cocca ya avisó que está a la espera de que Julián Quiñones y Julio Furch culminen sus trámites de naturalización para abrirles la puerta de la Selección Mexicana. De ese tamaño son las “soluciones” que se buscan.

Es verdad que en ese contexto, como suele decirse, puede venir Pep Guardiola y las cosas seguirían igual, pero no hay que olvidar que Marcelo Bielsa estuvo entre los candidatos para suceder a Gerardo Martino y se desechó la posibilidad porque Alejandro Irarragorri consideró que lo mejor era imponer a Cocca por dedazo.

Un entrenador del tamaño de Bielsa sí representaba una verdadera apuesta de cambio, no de la noche a la mañana, pero sí que sería evidente su mano en algunos meses y no se diga años.

Pero resulta más conveniente tener a un técnico al que se le pueda manipular, que responda a los intereses de un grupo —el que lo colocó— y que no se meta en problemas cediendo a peticiones y recomendaciones para tratar de tener a todos contentos. Total, la evolución o progreso de la Selección no es lo prioritario.

Aquí nadie se salva, todos los actores del balompié nacional, en menor o mayor medida tienen responsabilidad en el desastre en el que está convertida la Selección Mexicana. No les bastó el fracaso estrepitoso en el Mundial de Qatar, siempre encuentran la manera de hacer peor las cosas.

Ahora viene la Copa Oro, un torneo mediocre que aparece como un desafío gigantesco para el Tri. A partir de lo que suceda en dicha competencia se tomarán decisiones y no hay más: o se mantiene la apuesta arriesgada (con todo y que fuera campeón) por Diego Cocca o se vuelve a empezar de cero, sin perder de vista que la materia prima (los futbolistas) no es ni cerca de óptimo nivel.