LAS VEGAS — Nunca en la historia, México había provocado una sensación tan bochornosa, tan claramente humillante. Sí, despertó compasión y lástima a Estados Unidos, que se conformó con el 3-0 y empezó a reservarse para jugar la Final de la Liga de las Naciones ante Canadá, a celebrarse el domingo en este mismo Estadio Allegiant.
EEUU sólo mantuvo respeto a México durante los primeros minutos. Luego, se cebó con el miedo, con el olor a almizcle que exudaba el Tri, y resuelve con dos anotaciones de Christian Pulisic y una más de Ricardo Pepi en graves errores de una defensa que sigue acusando traumas y deficiencias de coordinación, de astucia y de valor.
¿Llegará Diego Cocca a Houston para dirigir la Copa Oro? Esa es la gran incógnita. Por lo pronto, en una señal irrespetuosa, su representante Christian Bragarnik, con un penoso y oscuro historial, estuvo en el palco asignado a la Federación Mexicana de Futbol, seguramente con el consentimiento de su nuevo presidente Juan Carlos Rodríguez.
Recuérdese que Diego Cocca había prometido en la conferencia de prensa del miércoles que “el aficionado mexicano se va a identificar con su selección (ante Estados Unidos)”. La afición sufrió, pero nunca tuvo ese temor reverencial ante el adversario.
La tribuna no merecía ese bodrio. Pagaron por alaridos, les retribuyeron bostezos. Primer tiempo de imprecisiones, de escalofríos. México pierde el balón cinco veces en salida. Jugó paralizado, incapaz emocionalmente de comprometerse. Había casi una fobia a la pelota, a la disputa, al compromiso. Irónico, el más ansioso era el menos privilegiado: Uriel Antuna, quien se equivoca a veces con los pies y a veces con la cabeza… y a veces con ambas.
Pero el resto del equipo mexicano acusa el efecto de ir a una cita a ciegas. De arranque, Diego Cocca incrusta a Orbelín Pineda, y la apuesta era saludable, tanto que Estados Unidos empezó a rasparle la anatomía. Un equipo estático, sin clarificar ni la cancha ni la idea en esos primeros 45 minutos.
Un estrujante momento de esa ocurre avanzados los 30 minutos. Guillermo Ochoa debe hacer un despeje y al frente sólo encuentra maniquíes, tipos que no le ofrecen alternativas, que estacionados facilitan el trabajo de marca y espacio para los estadounidenses.
La inoperancia mexicana es una invitación suicida para el adversario. Y Estados Unidos desperdicia al 23. Christian Pulisic en el área, sacando a pasar a su perrito faldero Edson Álvarez, pero en el disparo final, la manda por encima.
Pero Pulisic lava su error al ’37. Es él un gambusino afortunado en Europa, pero con la selección, tiene a México como su cliente recurrente. Esta vez el dislate, el disparate, es cortesía americanista, errores técnicos y mentales de Edson Álvarez y Jorge Sánchez, dejan al estadounidense de cara al gol, para fusilar a Ochoa.
Consternado, frágil, asustado y asustadizo, así cierra el Tri el primer tiempo. Esa sensación de llorar su propia muerte.
A los 90 segundos del segundo tiempo, México es violentado nuevamente. Jesús Gallardo sólo le ve el convertidor catalítico a Tim Weah, quien llega a fondo, tras una jugada orquestada desde su terreno. Al centro aparece otra vez Pulisic, con guardianes más distraidos, más toscos, más bobalicones y lentos de pies y cabeza. 2-0.
Y la tribuna del Allegiant Stadium palpita, regurgita, eructa, violentamente el grito cargado de burla, de mofa, de bullying: “Dous-a-cerou, dous-a-cerou”.
Para entonces hay pánico en los rostros ateridos, fúnebres, capitularios, vencidos de los jugadores mexicanos. Era evidente: acudían como plañideras de su propio futuro.
México se mantuvo en la misma línea de naufragio. Los jugadores trataron de hacer proezas individuales, pero sin estar capacitados para ello. Estados Unidos se sintió más cómodo que nunca en la historia ante una selección mexicana, al grado que hasta pareció empezar a sentir lástima.
Balones errados, piernas encogidas, corazones apretujados, rodillas temblorosas, castañeo de dientes. México era la estampa de súplica de no recibir más castigo, pero Ricardo Pepi no perdonó al minuto 79, en otro atolondramiento de la defensa.
Antes en una patada tan cobarde como desesperada, reflejo de impotencia y frustración, César Montes provoca una trifulca que concluye con su expulsión, y la de Weston McKennie, quien no jugará la Final ante Canadá.
Ya con la desgracia perpetrada y perpetuada, la afición se desahogó con #ElGrito, a sabiendas de que se suspendería el partido.
¿México? Ante Panamá y a empezar un vía crucis, breve seguramente, en la Copa Oro. La duda es esa: ¿llegará Diego Cocca a Houston?
Algo simbólico, al terminar el juego, los jugadores se reúnen e ignoran a Diego Cocca, quien los espera en media cancha.