Mi corazón de aficionado al Toluca vuelve a encogerse por la tristeza al ver cómo nuevamente lapidan increíblemente la grandeza de su historia
MÉXICO -- A lo largo de mucho tiempo, he manifestado públicamente mi amor por los colores rojo y blanco del Deportivo Toluca. Mi niñez futbolística, empujada de la mano de mi padre, labró para siempre una pasión y un fervor por su escudo que no se quita con nada. Ni siquiera con costales de derrotas y sus consecuentes lágrimas de tristeza, esa que me acompañaba durante toda la semana hasta que llegaba el nuevo partido con la esperanza de cerrar el puño, levantarlo por todo lo alto y gritar el gol que nos daba la victoria nuevamente (o al menos el empate).
Como muchos aficionados de mi generación, pasaron muchos años en los que llegaba a la Bombonera cargado de ilusión y salía de ella con el rostro desencajado. Ni siquiera esas deliciosas viandas que mi Mamá nos preparaba para almorzar al interior del estadio (cuando todavía era posible introducirlas sin problema alguno), mitigaban el amargo sabor de la derrota. Esos domingos, automáticamente perdían su encanto y casi como un autómata, esperaba con pesar la inminente llegada del lunes porque sabía perfectamente que regresar a la escuela, era sinónimo de soportar las burlas de los amigos y compañeros que sabían muy bien cómo hacerme enojar.
En ese entonces, ya habían pasado varios años del último título y yo no tenía idea lo que significaba ser campeón de Liga. Fui testigo, en esa década de los 80, de la impresionante racha ganadora del América y de los triunfos de Tigres, Pumas, Monterrey y hasta del Puebla. Casi todo el mundo ganaba algo, pero el Toluca nada. Bueno, casi nada. El destino se apiadó de mí y tuve la fortuna de presenciar, en la antigua tribuna de Sol, justo en la misma curva suroeste de su extinto segundo nivel, ahí mismo donde años atrás disfruté del Paraguay vs Irak del Mundial México 86, el título del torneo de Copa de la temporada 1988-1989.
Recuerdo con absoluta claridad el éxtasis que me provocó ese gol del empate momentáneo en tiempo de compensación que marcó Enrique Washington Olivera (y su festejo apoteósico en la reja), y el que después anotó el novato Jorge Rodríguez en el primer tiempo extra. Aquella vez, las cinco expulsiones que se ganaron a pulso de jugadores de los Leones Negros de la Universidad de Guadalajara, finalizaron de manera anticipada por reglamento el partido y con el 2-1 en el marcador pude, por fin, ver campeón de algo a mis amados Diablos Rojos.
Sin embargo, las cosas no se enderezaron del todo los siguientes diez años y el Toluca volvió a navegar en las aguas de la mediocridad, salvo aquella temporada 1993-1994 en la que bajo las órdenes de Roberto Silva, se consiguió un tercer lugar general sólo por detrás de los Tecos de la U.A.G. y Santos Laguna. El equipo funcionaba que no se creía.
Marcelino Bernal y el ya mencionado Jorge Rodríguez (flamantes seleccionados nacionales) eran el motor de un equipo que tenía en la figura de Nildeson Silva de Mello, a un goleador tan implacable como inesperado. En la Liguilla, después de dejar fuera al Atlante en cuartos de final, se enfrentó al equipo de la Comarca Lagunera que en la ida en Torreón había ganado 2-0. La fe de la afición y de la mía propia creció hasta el cielo cuando Sigifredo Mercado (hijo del “Chivo” Mercado, exjugador choricero de los 60) marcó el 1-0 en la primera parte.
¡Sólo faltaba uno más para obtener el boleto a la gran final! Sin embargo, una absurda decisión de Silva, avalada por el entonces presidente del equipo, don Jesús Fernández Del Cojo (qepd), castigaron por indisciplina al brasileño De Mello, marginándolo del partido en el que seguramente un gol suyo hubiera llevado a mi equipo, a disputar el campeonato del futbol mexicano por primera vez desde el 26 de junio de 1975, cuando enfrentó y ganó 1-0 al León en un cuadrangular que también disputaron Cruz Azul y Unión de Curtidores.
En aquella ocasión, no hubo un campeonato pero al menos, reafirmé mi pasión por el Rojo y eso me permitió soportar estoico nuevamente, otros largos años aciagos en los que el fantasma del descenso se paseó peligrosamente por el coloso de la Avenida José María Morelos hasta que llegó el momento en que después de varias acertadas decisiones que tomó la directiva, encabezaba Rafael Lebrija Guiot, reverdecieron, ¡y de qué forma! Los laureles marchitos de uno de los equipos más representativos del fútbol mexicano. Y todo ello, aunque ya instalado desde mi trinchera profesional, lo pude vivir, sentir y disfrutar como siempre lo había soñado. Sin duda, todo fue producto de varias exitosas y acertadas causalidades y no de benditas casualidades.
Recientemente, la actual directiva de los Diablos Rojos del Toluca que preside Francisco Suinaga decidió dar por terminada su relación laboral con José Manuel De la Torre Menchaca. Los números de quien le había dado a los choriceros sus títulos 9 y 10 fueron incompatibles respecto a la altísima expectativa que se tenía para enderezar el barco que desde hacía varios torneos ya presentaba serias y preocupantes oquedades a babor y a estribor y que amenazaban, y siguen amenazando, con hundir a una institución que una década atrás presumía de tomar las mejores decisiones en el momento indicado.
A mí, particularmente, me da la impresión de que varios integrantes del Consejo Directivo del Deportivo Toluca se mueven a la sazón del mundo de las casualidades para tomar sus decisiones. Y cómo no pensar que esto así sucede cuando despiden al “Chepo” De la Torre y deciden darle a Carlos Adrián Morales, con un cúmulo de incertidumbres tanto para ellos como para los aficionados, la oportunidad de dirigir por primera vez a un equipo de primera división.
Y dio la casualidad de que el oriundo de La Piedad, Michoacán, logró una victoria inesperada en su debut. ¿Qué hubiera sucedido en caso contrario? Algunos dicen que ya estaba por regresar al banquillo Hernán Cristante pero los 3 puntos ante la Máquina y el lascerante divisionismo que impera en la cúpula escarlata, terminaron por imponerse deteniendo la llegada del poseedor del récord de imbatibilidad en el futbol mexicano, asegurándole a Morales su permanencia, al menos, hasta el final del Guardianes 2020.
Con ello y por otras cosas más, mi corazón de aficionado al Toluca vuelve a encogerse como antaño por la tristeza y por qué no, por la desesperación y desánimo, al ver cómo nuevamente mis Diablos Rojos lapidan increíblemente la grandeza de su historia como sucedió tantas y tantas veces en el pasado. Los fanáticos y su escudo no se lo merecen, pero quienes toman las decisiones en el equipo, no lo entienden. ¿Hasta cuándo?
P.D. Por cierto, gracias Mamá por aquellas ricas viandas que me preparabas… y por todo el amor que siempre me diste. Pronto nos volveremos a ver llenos de luz. Mi amor eterno para ti.