La palabra es el oro de los árabes. Así lo ha sido desde antes del nacimiento de Mahoma y así lo es hoy, a las puertas del primer gran evento planetario que se organizará en su tierra. Era la expresión poética el elemento unificador durante el siglo VII, cuando creció el último profeta del Islam. En aquellos tiempos, la península arábiga estaba poblada por beduinos y nómadas del desierto, cuyos dialectos eran incomprensibles para unos y otros. Entonces, la poesía, la "arabiyya", se valoraba por sobre cualquier otro bien. Quien mejor ejercía el arte de la palabra era el más sabio y el más respetado.
Mahoma transmitió la palabra de Dios de forma oral y, recién después de su muerte en el año 632, sus seguidores reunieron estas revelaciones y le dieron la forma del actual Corán. Casi en simultáneo comenzó la expansión musulmana, que primero unificó la península bajo el mismo credo y luego se difundió por el norte de África y el resto de Medio Oriente. Ese territorio, ese "mundo árabe", vivirá la Copa que se jugará en el pequeño estado de Qatar como propia. Porque así lo será.
"El fútbol es lo único que puede rivalizar con la religión en Medio Oriente". La frase es de James Dorsey, autor del libro "El turbulento mundo del fútbol en Medio Oriente" y uno de los periodistas que mejor conoce la realidad futbolística de esa zona. No hay manera más contundente de describir la importancia de la pelota para el pueblo árabe, el más religioso del planeta. Por eso una Copa del Mundo allí adquiere semejante trascendencia. Porque el fútbol es, como la poesía, un potente elemento unificador.
ENTRE LA CONTROVERSIA Y LA ALGARABÍA
La polémica decisión de la FIFA de otorgarle la sede del Mundial 2022 al pequeño país ubicado en el este de la península arábiga provocó intensos debates durante los últimos doce años. Cuestiones tan disímiles y complejas como los derechos humanos, la legislación laboral, la geopolítica, los méritos deportivos y el verdadero papel del poderío económico han marcado este largo camino desde aquel día de 2010. Al mismo tiempo, decenas de millones de fanáticos disfrutan con legítimo entusiasmo la última etapa de la espera por ver rodar la pelota en su suelo. Entre ambas tensiones se desarrollará el evento ecuménico más grande que alguna vez se llevó a cabo en la región.
El 2 de diciembre de 2010 en Zurich, el comité ejecutivo de la FIFA eligió a Qatar como anfitrión por sobre Australia, Estados Unidos, Corea del Sur y Japón. Con una población de menos de dos millones de habitantes, un territorio inferior al de Puerto Rico, nulo prestigio futbolístico, ningún estadio construído y una temperatura de 50 grados centígrados en junio y julio, la monarquía absoluta gobernada por la familia Al Thani se quedó, contra todo pronóstico, con el premio mayor.
Los festejos populares por la tan esperada llegada del campeonato deseado por el planeta entero duraron varios días en la región. En aquellos días festivos nadie se preocupó demasiado por la polémica que surgiría alrededor de la elección. En 2014, The Sunday Times publicó una investigación en la que se reveló el pagos de sobornos a los votantes por parte del expresidente de la Asociación asiática Mohammed bin Hammam, quien luego fue suspendido de por vida para ejercer cargos dirigenciales deportivos. El manto de duda quedó para siempre sobre aquellos comicios e incluso alguna vez la FIFA valoró la posibilidad de retirar la sede.
EL FÚTBOL COMO HERRAMIENTA SOCIAL
Según se expresa en el libro "Fútbol en Medio Oriente: Estado, sociedad y el juego más hermoso", editado por el investigador Abdullah Al-Arian, el fútbol es importante para los árabes desde mucho tiempo antes de la elección de Qatar como sede mundialista. Introducido por colonizadores europeos a comienzos del siglo XX como una más de las estrategias para europeizar a los habitantes de la zona, también ha sido utlizado por las luchas nacionalistas para impulsar el desarrollo cultural y civilizatorio.
Desde los orígenes, el juego fue mucho más que un pasatiempo. El primer país árabe en el que se practicó fútbol de manera organizada fue Egipto. En 1907, los estudiantes que formaban parte de las revueltas contra la colonización inglesa fundaron Al-Ahly, cuyo nombre significa "El Nacional". Poco tiempo después nació Zamalek y desde su intensa rivalidad se profundizaron cuestiones tales como la unidad nacional, la clase social, la movilidad económica e incluso la distribución del poder político. En Túnez también se utilizó el fútbol como herramienta del reclamo de independiencia. Espérance Sportive, fundado en 1919 y adoptado por la comunidad musulmana, fue un instrumento fundamental.
El papel de los hinchas en las movilizaciones populares y en la consolidación de una identidad cultural ha sido incuestionable y de un valor difícil de calcular. Desde aquel inicio en El Cairo, la expansión del deporte en Medio Oriente fue constante. Llegó a Qatar en 1948, cuando el territorio era un protectorado británico donde vivían menos de 70.000 habitantes en un paisaje era más similar al de la época de Mahoma que al actual donde predominan los rascacielos. Trabajadores británicos de compañías petroleras enseñaron el juego a los lugareños, que muy rápido se entusiasmaron, como había pasado ya en la vecina Arabia Saudita. En 1950 se fundó el primer club qatarí, Al Najah Sports Club, y en 1951 se organizó el primer campeonato.
MUCHO MÁS QUE UN JUEGO
Aunque la intensidad del sentimiento por el fútbol es proverbial en todo el mundo árabe, la manera de vivirlo es heterogénea. Mientras que en el norte de África es un elemento constitutivo del ser nacional y un motor de los cambios estructurales de la sociedad, en la península arábiga es el principal espectáculo de masas, un poderoso instrumento político de cara al exterior y una naciente herramienta de igualdad.
Sobre la popularidad del fútbol como evento multitudinario no hay demasiado que profundizar. Está a la vista. De los diez países que más entradas compraron para la Copa del Mundo, tres son de Medio Oriente: Qatar, Emiratos Árabes (ni siquiera clasificó) y Arabia Saudita. Además, la asistencia media a la Liga qatarí creció cada año desde 2015. Las formas en las que se manifiesta la pasión son diferentes a las de América Latina y Europa, tanto como son diferentes las sociedades. Lo que no está en duda es la potencia del fútbol como fenómeno popular.
Arabia Saudita, Emiratos Árabes y Qatar son tres de los países más ricos del planeta y han pretendido aprovechar su prosperidad para construir una mejor imagen hacia occidente. Por supuesto, la organización de un Mundial es parte de esa búsqueda. James Dorsey dividió en tres grupos a los capitales árabes que se han hecho protagonistas en el fútbol europeo: en los dos primeros destaca a los individuos que realizan una aventura personal sin demasiado sentido estratégico (como la del empresario qatarí Abdullah bin Nasser al-Thani en Málaga) y a aquellos que solo ven un negocio para incremetar su fortuna.
Estos dos casos no tienen la mirada internacional del tercero, en el que incluye a las entidades que pertenecen a un fondo soberano propiedad de un gobierno o de un miembro de alto rango de la familia gobernante. Manchester City (el jeque emiratí Mansour bin Zayed Al Nahyan es el fundador del City group) y PSG (propiedad de Qatar Investment Authority, el fondo soberano de inversión qatarí) ya han logrado grandes resultados, mientras que Newcastle United (en 2021 fue adquirido por el Fondo de inversión pública saudí) va por el mismo camino. El experimento funcionó y los nombres de los presidentes y altos dirigentes están asociados a los éxitos deportivos de cada una de estas instituciones.
En las vísperas del Mundial, la inocultable desigualdad de género en la región es uno de los asuntos que más controversia genera desde la óptica occidental. La sharía (ley islámica que marca el código moral en los países musulmanes) incluye como faltas graves la homosexualidad y la desobediencia de las mujeres hacia la autoridad del padre o del esposo. El camino es muy largo y demasiado lento, pero el fútbol ha entreabierto una puerta. Por ejemplo, en 2017, Arabia Saudita permitió que el público femenino asista a los estadios y la Copa del Mundo dará otro impulso a la búsqueda de igualdad.
El Mundial tuvo su alumbramiento en el Río de la Plata, el lejano rincón donde mejor se practicaba el juego en las primeras décadas del siglo XX. Luego viajó a la Europa continental, pasó por otros países de Sudámerica, volvió a su hogar en Gran Bretaña, alcanzó el norte de América y el lejano oriente. Más tarde arribó a África y a la gran Rusia. Recorrió todo el globo hasta llegar al mundo árabe, que lo esperó mucho más que mil y una noches.
Para los árabes, la palabra aún es un tesoro superior a cualquier otro, incluso en estos tiempos post-capitalistas. Aquello que en la época pre-islámica se transmitía de forma oral como la expresión humana más preciada, mantiene su valor en el siglo XXI. Aunque quizás, como casi todo lo demás, la poética también haya mutado en sus formas. Y entonces el fútbol, en su condición de lenguaje universal, sea una continuidad de la inspiración de los beduinos y de los primeros musulmanes. En su espíritu transformador lleva su regocijo al pueblo de Medio Oriente.