AL DAAYEN, Qatar -- Los torneos de eliminación, como la Copa Mundial, por lo general exigen que los equipos cierren con fuerza, a diferencia, por ejemplo, de un formato de liga en el que se puede apilar una gran ventaja al principio y cruzar cojeando la línea de meta en primer lugar. Es evidente que la Selección Argentina captó el mensaje. La noche en la que Lionel Messi marcó su undécimo gol mundialista (superando a Gabriel Batistuta como máximo goleador argentino en la historia del torneo) en su vigésimo quinto partido de la Copa del Mundo (igualando a Lothar Matthäus), los argentinos alcanzaron su sexta final mundialista de la forma más convincente posible.
Argentina salió a calentar antes del partido con el garbo de un luchador profesional, mientras el DJ del estadio Lusail reproducía "La Mano de Dios", de Rodrigo, el homenaje a Diego Armando Maradona a ritmo de cumbia. Y, al igual que ocurre con la música de entrada de un luchador profesional, el público, en su mayoría albiceleste, estalló de júbilo.
Sin embargo, las grandes entradas significan poco cuando no van acompañadas de grandes actuaciones. De hecho, Argentina había ido mejorando a medida que avanzaba el torneo. Sin embargo, salvo en el tercer partido de la fase de grupos contra Polonia, no había logrado cuajar una actuación de 90 minutos; dejó escapar una ventaja de dos goles contra Países Bajos en los cuartos de final (finalmente avanzó por penales) y estuvo a punto de hacer lo mismo contra Australia en octavos.
El martes por la noche en el Estadio Icónico de Lusail fue diferente. Fue completa. Hubo confianza. Hubo control. Y, aunque Messi abrió el marcador desde el punto de penal y protagonizó un momento de absurda maestría en la asistencia del tercer gol, ésta fue una actuación de equipo. Cualquier Messi dependencia que pudieran haber tenido en el pasado se curó esta noche. Él sólo fue la guinda del pastel.
El DT argentino, Lionel Scaloni, sabía cómo iba a jugar Croacia. Su homólogo Zlatko Dalic no lo ocultó. En su opinión, tenía el "mejor mediocampo del mundo" con Luka Modric, Mateo Kovacic y Marcelo Brozovic, e iba a utilizarlo para controlar el partido tanto como pudiera. Era el plan de juego que tan bien funcionó contra Brasil: hacer que el rival te persiga mientras tengas la pelota, entre otras cosas porque, teniendo la posesión, el rival no te puede convertir.
Para contrarrestar la amenaza, Argentina pasó a jugar con cuatro defensores y un diamante de facto en el mediocampo. Se retiró Lisandro Martínez y entró Leandro Paredes, un mediocampista defensivo de juego. Con Rodrigo De Paul, Enzo Fernández y Alexis Mac Allister, no sólo tenían un hombre más al medio para contrarrestar al trío croata, sino también un mediocampo capaz de aumentar la intensidad.
Eso importó ante un conjunto croata más veterano y que había llegado dos veces a los penales en las rondas anteriores. Justo después de la media hora de juego, un pase en profundidad de Fernández encontró a Julián Álvarez, quien fue derribado por Dominik Livakovic en el área. Messi convirtió el penal.
Momentos después, Argentina tuvo una dosis de buena suerte, pero de esas suertes que favorecen a los valientes. Álvarez consiguió la pelota casi a mitad de camino y avanzó con potencia en contrataque como un tren de carga fuera de control. Siguió una carambola con Josko Gvardiol (dos veces) después Borna Sosa y luego de eso, como por arte de magia, la pelota siguió en el camino de Álvarez para que él disparara al objetivo.
Argentina estaba arriba por 2-0 y encendida. De hecho, podría haber hecho el tercero antes del descanso, pero Livakovic estuvo alerta tras el cabezazo de Nicolás Tagliafico cerca del poste.
Dalic es de los que nunca se dan por vencidos, pero también es realista. Claramente se dio cuenta de que sus triángulos en el mediocampo no iban a lograr que Croacia recuperara el partido, y alrededor del quinto minuto del segundo tiempo, envió a dos extremos (Mislav Orsic y Nikola Vlasic) y un delantero centro corpulento (Bruno Petkovic) al mismo tiempo que sacó a su general en el mediocampo, Brozovic. Croacia iba por el avance directo.
Scaloni le hizo frente a la movida de ajedrez de Dalic con la suya. Salió Paredes, entró Martínez, dándole a Argentina un fondo de tres y jugadores extra para hacer frente al inevitable ataque aéreo.
Argentina se vio cómoda y organizada, y pudo ir por el contrataque. Y después, por supuesto, estuvo el factor Messi: el hecho de que en cualquier lado y en cualquier momento él puede hacer algo impensable. Con 20 minutos restantes, recibió la pelota en la transición, por la derecha, con Gvardiol pisándole los talones.
Este fue el Messi de 35 años contra Gvardiol, que no sólo tiene 15 años menos que Messi sino además es uno de los mejores defensores jóvenes de Europa. Uno hubiese esperado que Messi siguiera con algunos de sus trucos con los pies para encontrar espacio o quizá fuese por un pase que nadie más hubiese visto. Pero lo que nadie esperaba era que saliera corriendo de esa manera.
Y eso fue lo que hizo.
Messi hizo uno de esos avances en los que parece dar diez pasos en un segundo, con Gvardiol encima de él, pegado a él paso a paso. Un amague, se detuvo, siguió, Messi no se lo podía quitar de encima. Pero, de todas maneras, la pelota siguió pegada a sus pies. Hacia atrás, una pirueta, pero Gvardiol seguía allí, era imposible perderlo, parecía su sombra. Por lo que Messi amagó hacia un lado y fue hacia el otro, cobró más velocidad, y de alguna manera logró rodear a Gvardiol de la misma manera que lo habrá hecho miles de veces alrededor de los conos naranja en los entrenamientos desde chico. Esta fue una hazaña atlética y técnica. No es lo que esperarías de un veterano… pero Messi es Messi.
Lo coronó con un simple pase al área, que Álvarez, quien estaba esperándolo, disparó al arco y eso fue todo. Excepto, por supuesto, por estas imágenes que quedarán en el recuerdo y probablemente ya se hayan convertido en GIF.