DOHA (Enviado especial) -- En la Copa del Mundo de Qatar 2022, Lionel Messi ha exhibido su genio de forma rotunda, conmovedora y salvaje, quizás como nunca en su vida, pero también como siempre. Su descomunal talento es tan gigante que buscarle palabras es un desafío ante el que los cronistas se enfrentan cada día. Y, desde luego, fallan de forma miserable. Nunca una palabra puede estar a la par de un hecho artístico verdadero. La actuación del Diez argentino en estos seis partidos ha sido tan brillante que ilumina al resto del equipo argentino. Y al mismo tiempo, su inteligencia y su humildad hacen que la luz de sus compañeros lo ilumine a él. En ese ida y vuelta refulgente está la clave del primer finalista.
La segunda guitarra de esta banda es Julián Álvarez. Se ganó el puesto a puro coraje, sacrificio, carácter e inteligencia para combinar con Messi y los mediocampista como la pieza faltante. Contra Croacia tuvo una actuación que quedará en la historia del fútbol nacional. Por sus goles, pero sobre todo por su valentía y por su impresionante capacidad de representar la identidad argentina. Su primer tanto, marcado a pura picardía, potencia y habilidad, ya forma parte de la leyenda. Un doblete en semifinales del Mundial es un hecho de una trascendencia mayúscula y su campaña mundialista lo eleva a un sitio dorado.
Entre ambos, suman nueve de las 12 anotaciones del seleccionado y su valor es indiscutible. Sin embargo, este equipo ha demostrado que es mucho más que una suma de individualidades. Es un conjunto formado desde la jerarquía y construido desde el hambre de gloria. Desde una íntima certeza de destino venturoso. Messi es el genio que activa todo lo demás, pero sus escribas son mucho más que eso. Construyen la historia a su lado.
Nicolás Otamendi llegará a la gran final como el mejor defensor central de la Copa del Mundo. Para él, este desafío es tan grande como para el capitán. Tras sufrir como un adolescente en Sudáfrica 2010, como un hincha en Brasil 2014 y como un hombre maduro en Rusia 2018, llegó a Qatar como un líder espiritual. Y brilló en cada uno de sus encuentros. A los 35 años, le ganó el duelo a todos los delanteros que enfrentó y sostuvo la estructura defensiva con experiencia de profesional y con ganas de amateur. Es una pieza clave de la estructura y su aporte en la definición será fundamental.
A su lado, Cristian Romero mostró la garra acostumbrada. Esa fuerza animal que también han tenido los defensores argentinos desde siempre. En él está el espíritu de Federico Sacchi, de Roberto Perfumo, de Daniel Passarella. Una mezcla de salvajismo y prestancia. También se ha destacado Lisandro Martínez cada vez que el equipo necesito de él. Un talento puro con la misma fortaleza de sus compañeros.
Los laterales han crecido en el transcuros del torneo y en los últimos dos encuentros su aporte ha sido sustancial. Nahuel Molina fue de menor a mayor y hoy es un marcador de punta sólido, concentrado, rápido y convencido de sus capacidades. El golazo frente a Países Bajos lo confirma. Por su parte, Nicolás Tagalifico tuvo la mejor actuación de su vida con la camiseta nacional, justo en una semifinal del mundo. Sin contar a Messi y Álvarez, fue la figura. Por aguantar en el peor momento y por haber sellado su banda. En tanto, Marcos Acuña también fue importante frente a Países Bajos y no solo por el penal generado, sino también por ser salida incansable.
El centro del campo es el corazón de esta Selección. La renovación llegó en pleno torneo, pero el temperamento de hierro de los jóvenes que ingresaron ha sido tan impresionante como provechoso. Enzo Fernández y Alexis Mac Allister llegaron como suplentes y la necesidad de más energía en esa zona les abrió la puerta. Ellos, con llamativa tranquilidad, se hicieron cargo de la enorme faena y se destacaron como nadie lo habría imaginado. Marcaron goles, dieron asistencias y sacaron la cara en momentos de absoluta tensión. Son, con tan pocos partidos internacionales, una garantía sorprendente y maravillosa.
Para el final, el nombre que personifica gran parte de esta historia. Rodrigo De Paul es la Selección. Entrega total, inteligencia táctica, calidad, precisión y una capacidad increíble para representar el espíritu colectivo del plantel. Juega con algunas pequeñas dificultades físicas y aún así es la usina de energía de Argentina. La locomotora que impulsa a su ídolo y amigo Messi y al resto del seleccionado nacional. Su importancia no se mide en números ni en datos estadísticos. Se mide en emociones.
Argentina tiene a un genio inigualable en su momento de mayor esplendor, a un joven que encontró en este Mundial su explosión como fenómeno histórico y a un grupo de jugadores que, desde su talento y desde su extraordinaria fortaleza mental, están dispuestos a todo. La gloria está a 90 minutos y ellos irán a buscarla. Todos juntos y con una íntima certeza.