<
>

Tres mundiales, tres festejos, tres países

La Selección Argentina bordó en Qatar 2022 la tercera estrella en su escudo. Fueron varios los jugadores que resaltaron el sufrimiento atravesado para la conquista, casi como una marca identitaria del "ser argentino", si es que algo de eso realmente existe.

En la semana previa, caí en la cuenta de que ninguno de mis dos hijos habían experimentado la sensación de vivir un título del mundo en carne propia y otro tanto les pasaba a mis compañeros de trabajo, muchos de ellos sub36, justamente la cantidad de años desde la última vuelta, la de Diego "barrilete cósmico" Maradona, tomando la gloria por asalto en el estadio Azteca.

La cuenta de los Mundiales arrancó en una de las épocas más oscuras de la Argentina. La Dictadura Militar había tomado el poder en nuestro país en 1976 y había instalado el terror y la muerte como sistema de gobierno. Utilizó la organización del Mundial de 1978 como un elemento de propaganda para encubrir lo que en el mundo estaba tomando público conocimiento, los crímenes de lesa humanidad que atormentarían por años a nuestra sociedad.

Sin embargo, como tremendamente bien cuenta Ernesto Semán en su nota Darwin 348 del Diario AR, cuando de fútbol se trata, las diferencias muchas veces se barren bajo la alfombra: "Escribo esto en un cuaderno, sentado en un café a seis cuadras de la casa de Darwin 348 en la que vi la final del 78. La casa era de Rubén Kriscautzky pero ahí vivían sobre todo su mujer, su hija y su perra Colita. Rubén, junto a mi padre Elías Semán, eran dirigentes de Vanguardia Comunista y por esa época pasaban sus días más o menos ocultos. Mi viejo había visto partes de la inauguración manoteándole el televisor a Beatriz Sarlo, que no comprendía -o, más precisamente, no aprobaba- el interés por el mundial en medio de la dictadura… Elías y Rubén fueron secuestrados a mediados de agosto de ese año, cuando el mundial aún irradiaba desde atrás pero empezaba a ser memoria. Es probable que aquellos festejos hayan sido su último momento de una felicidad intensa, compartida hasta los huesos. Desde aquel domingo frío han pasado 44 años, once mundiales, una copa, tres finales".

Recuerdo fielmente la caminata familiar por la Avenida Rivadavia, en Liniers, explotada de gente con una alegría que mis 12 años traducían en aquel momento como única e irrepetible. Y un poco fue así.

Pasaron 8 años hasta 1986. Justo 3 años después de la recuperación de la democracia y con el gobierno de Ricardo Alfonsín sufriendo los primeros bretes del poder económico. La libertad, toda ella, la de expresión, la sexual, la de opinar, la de participar, venía pisando fuerte y la sociedad ya tenía movimiento propio.

La Selección Argentina había partido hacia México envuelta por dudas futbolísticas, que entiendo hoy a la distancia, tenían mucho más que ver con el hedonismo y el paladar de los escribas de aquella época, que con un análisis más honesto de las posibilidades, tomando en cuenta que al equipo argentino lo guiaba nada menos que el mejor jugador del mundo, Diego Maradona.

La historia es conocida y archidocumentada: gol con la mano y mejor gol de la historia a los ingleses, título, consagración. Y otra vez festejo popular en las calles. La famosa bandera de "Perdón Bilardo" y el balcón de la Casa Rosada para sellar la comunión del pueblo futbolero con sus ídolos.

Aquella vez no festejé en las calles. Había crecido aprendiendo de memoria las marcas que la dictadura le había hecho a nuestra sociedad. Y la bronca de "mi complicidad por Avenida Rivadavia" me dejó sentado en el umbral de mi casa en Ciudadela, viendo desfilar a los vecinos, embanderados hacia Liniers...

Luego llegaría la sequía, que arrancó con el subcampeonato del 90 (porque en nuestro país, salir segundo no cuenta demasiado, lamentablemente....) y que se prolongó demasiado para el golpeado ego futbolero argentino.

Pero como reza la canción, en cada cita nos volvemos a ilusionar. Primero fue Marcelo Bielsa, el del oro olímpico (que tampoco festejamos mucho) y la vuelta en primera ronda (que sí denostamos bastante). Después el turno de José Pekerman, el que nos hizo disfrutar con algunos de los mejores equipos juveniles de la historia, pero que dejó sentado en el banco a un tal Lio Messi, en su primer Mundial y hasta la vuelta del Coco Basile.

Se intentó todo, hasta darle las riendas a Maradona. ¿Qué podría mal salir, con Diego en el banco y Lionel en la cancha? Salió una goleada alemana que nos bajó de un hondazo...

Y entonces 'Brasil decime qué se siente'...evidentemente los subcampeonatos no alcanzan, porque tampoco hubo explosión callejera tras la derrota ante Alemania. Si, al igual que en el 90 , recepción oficial y algunos hinchas reconociendo el esfuerzo hecho.

Vinieron las dos derrotas en finales de Copa América, y un sinfín de situaciones inexplicables que incluyeron la renuncia (y la vuelta, por suerte) de Messi a la Selección.

Y entonces, en medio de ese mar tormentoso, Claudio Chiqui Tapia le pide a Lionel Scaloni, a quien le había dado el equipo sub 20 cuando nadie quería hacerse cargo, que tome la Selección Mayor por dos partidos, luego de los cuales lo ratificó en el cargo. Ríos de tinta y horas de televisión crítica consumió aquella decisión. Un espejo a lo que sufrió Bilardo en el 86.

Y poco a poco, Scaloni fue cobrando un aura, y el equipo pasó a llamarse la Scaloneta. Y las críticas trocaron, una vez más por ilusión. Con un componente, la coronación en la Copa América de Brasil terminó de galvanizar la idea: esta vez sí que no se escapaba.

Y luego pasó lo que pasó: del "Confíen, no los vamos a dejar tirados" al "Muchachos..." todo el día sonando en las calles, los colectivos, los subtes...Hasta este domingo.

Pibas y pibes que nunca habían visto campeón a la Argentina creyeron. Y contagiaron. Me impresionó la cantidad de pibas muy futboleras que coparon las calles, tomando algo que las sociedades le venían negando y ahora les pertenece, por derecho y por conquista, disfrutar del fútbol.

Una sociedad agrietada dejó a un costado sus problemas estas últimas semanas. Hubo buen clima, humor, educación, en las calles, en los trabajos, en todos lados. Y los festejos inundaron como nunca las ciudades de celeste y blanco.

Ojalá no sea efímero, nos merecemos vivir mejor.