El técnico Carlos Queiroz dejó la Selección Colombia tras 22 meses en los que incumplió la promesa de conservar el prestigio que alcanzó la Tricolor en los últimos ocho años. Las dos derrotas por Eliminatoria apuraron su salida.
Las palabras aún están frescas. Las dijo el día de su presentación oficial como nuevo seleccionador nacional, el 7 de febrero de 2019 en Bogotá.
"Intentaré hacer lo mejor para cuidar del patrimonio que se ha desarrollado en los últimos años con Pékerman. Es un patrimonio de prestigio y esa es mi primera obligación", indicó Carlos Queiroz.
Ese compromiso terminó de romperse en apenas cinco días del pasado noviembre con las goleadas frente a Uruguay en Barranquilla y Ecuador en Quito. El primer aviso llegó en una gira amistosa por Europa con derrota 3-0 ante Argelia en Francia. Sin Wilmar Barrios en ese partido, el equipo fue vulnerable ante los africanos.
Su debut oficial en la Copa América de Brasil ilusionó en la fase de grupos con las tres victorias frente a Argentina, Qatar y Paraguay. En los cuartos de final ante Chile, la Tricolor terminó intimidada por el campeón, fuerte en ataque ante un mediocampo tímido. La eliminación en penales, no disimuló que por momentos faltó carácter.
Todo se quebró hace un mes, por la tercera y cuarta fecha de las Eliminatorias. La Selección recibió dos cachetazos consecutivos, suficientes para herir el respeto que exhibió en los últimos años. Queiroz confundió a los jugadores con su mensaje, los señaló en público con cambios desesperados, improvisó en la planeación para jugar por primera vez en la altura.
En Barranquilla y Quito, Colombia recibió nueve goles en dos partidos. Demasiado dolor para resistir estadísticas que tenían fecha de vencimiento de hace 40 años. El ranking FIFA lo castigó con un descenso de cinco puestos que la sacó del top 10.
En la tabla que más interesa, la de la ronda de clasificación al Mundial 2022, es séptima con cuatro puntos y una carga negativa de goles que pesa. Las opciones para volver están intactas, aún con el riesgo de cortar un proceso a mitad de camino, después de la estabilidad conseguida entre 2012 y 2018.
El portugués dirigió 18 partidos. Ganó nueve, empató cinco y perdió cuatro. Sin embargo, la identidad táctica con la que se le valoró nunca se notó. Tampoco se conectó con la esencia de lo nuestro. A cambio, estropeó una de las promesas con las que ilusionó. El prestigió quedó lastimado.