BUENOS AIRES -- Sólo hacían falta dos goles para emparchar años de malos manejos dirigenciales -por decirlo de alguna manera. Pero dos era casi un imposible para este River al que tanto le cuesta festejar. Que a esta altura ya se había olvidado cómo hacerlo.
Futbolísticamente no había argumentos para confiar en revertir el 0-2 cosechado en Córdoba, pero no había otra que creer. Incluso, en Belgrano fueron cautos en los cuatro días que separaron el primer partido del segundo. Palabras de casette o no, todo hincha del fútbol argentino suele pensar que los momentos más difíciles, un grande va a sacar a relucir toda su grandeza y se llevará por delante a un rival más modesto. Pero no. La única historia que pesó para River este domingo fue la de los últimos 10 años, por sobre los otros 100 de gloria que lo llevaron a ser el club más campeón a nivel local.
Pese a todo y a la tensión en torno a esta situación en los días previos, el clima en el estadio parecía casi de campeonato, aunque con menos euforia. Había cierto optimismo. Creer o reventar, seguramente. Nerviosismo sí, mucho. Como el de aquel chico discapacitado, que llegó acompañado por su padre y, a punto de ingresar al club, le dijo que le dolía el estómago. "Tranquilo, vamos a ganar. Si nos ponemos nerviosos es peor", intentó reconfortarlo el hombre.
Vallado alrededor del campo de juego, bordeando la pista olímpica, como alguna vez hubo previo a una vuelta olímpica. Muchos policías, clara señal de que no eran preparativos para una fiesta.
Estadio casi lleno, con algunos blancos por razones de seguridad. Los 2500 hinchas celestes, cerca del cielo y con un perfil bajo, hasta que los jugadores piratas salieron a reconocer el campo. Ahí, osaron alentar a su equipo y el Monumental intentó amedrentarlos con un rugido. Meterles miedo. Pero hace rato que el Monumental ya no le da miedo a nadie más que al propio River.
La formación que puso JJ López tuvo sus sorpresitas, como siempre. Fancundo Affranchino en el lateral derecho, luego de haber jugado sólo siete minutos en todo el Clausura. Y Roberto Pereyra se corrió a la izquierda. Como en la vieja y brevísima buena época con Ángel Cappa. Y de arranque la nueva fórmula funcionó, porque River podía jugar más ancho y entraba por los costados.
La otra inentendible sorpresa fue Carlos Arano como "cinco". Nunca River debe haber extrañado más a Matías Almeyda. Ahí perdió el mediocampo, del que se apropió Franco Vázquez y ahí empezaron los problemas. No había recuperación ni marca en esa zona, de manera que, por más que el equipo rojiblanco atacara mucho, cualquier contragolpe iba -y fue- peligroso.
Esa falencia también repercutió en ofensiva, porque se generó un espacio vacío entre la línea de volantes y los delanteros y Erik Lamela quedó perdido en ese bache. Mariano Pavone, quien peleó hasta la última, recibió de espaldas, aguantó y sacó una mediavuelta entre los centrales, que le devolvió el alma al cuerpo a River. Que le dio una esperanza. Justo después de que Sergio Pezzotta le anulara un gol en off-side a Belgrano. Parecía un señal positiva para los millonarios, tal vez, un guiño del destino...
No sería sin sufrimiento, claro. Porque una pelota perdida de Arano en el medio, que tampoco recuperó Acevedo, terminó en un mano a mano para el Picante Pereyra, que Juan Pablo Carrizo resolvió bien. Pero dejó expuesta, una vez más, la vulnerabilidad defensiva del equipo, además de que el jugador celeste parecía tenerla atada por momentos. No pudo gravitar más en el partido, porque Belgrano jugó bastante replegado y quedó muy solo. En el segundo tiempo tuvo otro cara a cara con el arquero, en una contra rápida, que agarró a River mal parado. Se le fue alta.
Esa suerte que pareció acompañar a River en el incio se fue disipando. Pezzotta no expulsó a Luciano Lollo por su fuerte infracción sobre Pavone ni cobró un claro penal sobre Leandro Caruso. Aún así, el Millonario pudo haber igualado la serie pero le falló la puntería. Porque Pavone remató a centímetros de Olave y rechazó el arquero. Acevedo reacomodó el rebote con un centro y cabezazo de Juan Manuel Dïaz se fue apenas arriba. Y Carlos Arano también tuvo su disparo desde afuera. Más tarde también la tuvo Leandro Caruso en el punto penal, y no pudo definir.
La levantada de River tuvo cuatro nombres propios: Erik Lamela, que la pidió y se mostró cuando nadie lo veía, que puso la pelota en el suelo y buscó los espacios, cuando Belgrano siempre tuvo superioridad numérica. Mariano Pavone, que le puso el cuerpo al ataque. Roberto Pereyra, porque volvió a ser el Tucu y abrió un acceso al área por la izquiera. Y Juan Pablo Carrizo, por resolver con serenidad cuando desde la defensa por sacársela de encima, le tiraban la papa caliente.
Sin embargo, se fue el primer tiempo y el segundo gol no llegó. River tenía que convertir antes del final de la primera parte o en el inicio de la segunda, porque si no, Belgrano iba a empezar a manejar el reloj a su antojo. Y las cosas no pudieron resultar peor para el local. Los 45 minutos resultaron ser 24.
El River que volvió del vestuario -todavía con Arano, cuando Ezequiel Cirigliano podía ofrecer mejor recuperación- no fue el mismo que comenzó el partido sino el que terminó el Clausura con ocho fechas sin triunfos. Buscando sin ideas, con pelotazos frontales que Belgrano se cansó de rechazar - como ya lo había hecho en Córdoba- y exponiéndose demasiado en la retaguardia.
Por eso, un centro desde la izquierda que no debería haber revestido mayor gravedad, fue desviado por los centrales, que se molestaron entre sí y se la sirvieron a Guillermo Farré, que inscribió su gol en la historia. Acto seguido, un hombre de la platea huyó con sus dos hijos chicos; vio venir la noche. Silencio atroz en el Monumental y el equipo se congeló. Volvió a ser el peor River de esta etapa, para el que era imposible hacer dos goles.
Otro penal sobre Caruso, esta vez cobrado, fue la única señal de vida. Y que Mariano Pavone lo marrara fue la firma del certificado de defunción. Lo sintió todo el estadio y, por sobre todo, lo sintieron los jugadores. Se notó.
Los minutos empezaron a correr más rápido que nunca. "Si vamos al descenso qué quilombo se va a armar...", empezó a bajar amenazante desde el seno de la barra brava, lo que el resto de estadio repudió. Pero la tensión fue creciendo. En la cabecera Sívori empezaron a sacar las banderas, anticipo de lo que se venía. Y en efecto, el partido no terminó. Todo se desmadró. El agua de los bomberos no pudo enfriar a los hinchas enfurecidos, porque los primeros incidentes no fueron sólo de barrabravas, sino que salieron de varios costados. Hasta la platea de periodistas tuvo acaloradas discusiones, al borde de las trompadas.
Lo que pasó después...Corridas, balas de goma, gases lacrimógenos. Una batalla campal dentro y fuera del estadio. En varias cuadras a la redonda, destrozos y el club quedó devastado. El operativo policial no previno nada de lo que se sabía que podía pasar si River descendía.
Daniel Passarella concentrado en Hindú Club, Cachito Vigil y sus charlas motivadoras, los cambios de JJ López; nada pudo evitar lo que tanto temían que podía pasar. Mucho se dijo en estos días que el "descenso no es la muerte". Y no, es cierto, el lunes todos deberán seguir con sus vidas, yendo al trabajo, colegio etc. Pero este domingo, para River no hay mañana. Lo presintió el hombre, cuyo corazón no toleró ir a la Promoción y las lágrimas de miles, como las de esa joven que lloró hasta descompensarse en la platea Belgrano. No se merecían este golpe, el hincha de verdad no se lo merecía, como tampoco el Monumental, ni los pibes como Lamela, Pereyra, Crigliano, González Pires, Chichizola, Villalva, Funes Mori o Lanzini. Ni Buonanotte, ni Pavone y mucho menos Almeyda. Ni todos aquellos que de verdad se jugaron para intentar frenar este fracaso deportivo, que empezó a gestarse una década atrás.
El presente es doloroso, pero el futuro no va a poder ser mejor, mientras no se aclare el pasado y la Justicia no condene a quienes vaciaron y dejaron en la ruina a uno de los gigantes del fútbol mundial.
A todo esto, Belgrano regresa a la primera A y se lo ganó en la cancha. Al equipo y sus pobres hinchas, que tuvieron que esperar casi tres horas para dejar el estadio, felicitaciones.