A fines de este mes, en una conferencia de prensa en New Jersey, los amigos de Arturo Gatti anunciarán que ahora tienen pruebas -- cortesía de un investigador privado llamado Paul Ciolino -- de que el campeón mundial de boxeo no se quitó la vida.
Pero a pesar de los mejores esfuerzos de su leal rincón, la historia de la muerte de Gatti probablemente quedará incompleta para siempre. Fue un gran boxeador porque sus peleas eran definitivas; nunca hubo mucho misterio sobre él en el ring. Pero su final no fue tan sencillo. Las posibilidades son muchas, pero cada una de ellas sólo conduce a una imposibilidad. Se suceden las respuestas, pero ninguna parece verdadera.
Para la gente que conocía y amaba a Gatti -- especialmente su viejo manager Pat Lynch, quien financió la investigación de Ciolino -- su supuesto suicidio sigue siendo la alternativa más improbable. En peleas brutales contra Micky Ward, contra Ivan Robinson, contra Wilson Rodríguez, Arturo Gatti nunca se dio por vencido. Ganó combates con las manos quebradas y los ojos hinchados. Su rostro se abría con la frecuencia de puertas, pero siempre seguía adelante, ciego a la sangre.
¿Cómo podría un hombre con ese corazón tomar la decisión de detenerlo?
En julio del 2009, Gatti fue encontrado muerto en la habitación de un hotel en Porto de Galinhas, Brasil. Su esposa Amanda Rodrigues y su hijo de 10 meses Arturo Jr. estaban en la misma suite, sanos y salvos. Desde el principio, la policía brasileña estuvo desconcertada: "Aún es demasiado pronto para decir algo en concreto", dijo un investigador llamado Edilson Alves para Associated Press en las primeras horas de su trabajo, "aunque todo es muy extraño".
En un primer momento, arrestaron a Rodrigues por el asesinato de su marido. Se creyó que había apuñalado a Gatti en la cabeza y que luego lo había estrangulado hasta la muerte con la correa de su cartera.
Su breve matrimonio había sido violento desde el principio. Se encontraban en Brasil en una segunda luna de miel, un intento inútil de reparar el daño que ya estaba hecho. (La familia de Gatti le había suplicado que la dejara, pero él ya había tenido una hija con otra mujer a quien no veía mucho, y dijo que no podía correr el riesgo de perder también a su hijo con el mismo nombre.) La policía inicialmente creyó que esa noche él y su esposa habían vuelto a pelear, sólo que esta vez el final fue diferente.
Más tarde, la policía -- después de una investigación que Ciolino ya ha tachado de "inadecuada y absolutamente incompetente" -- decidió en cambio que un Gatti angustiado, viendo que su matrimonio había terminado y que se enfrentaba a una vida en soledad, se había colgado de una barandilla con el bolso de Rodrigues. Al final, la policía nunca pudo pasar la física de un asesinato: que esta menuda mujer podría haber sometido y matado al ex campeón del mundo.
Rodrigues fue liberada. Lynch, fiel e indignado, pronto comenzó su cruzada. Ahora la causa volverá a abrirse, aunque sólo sea en una conferencia de prensa, programada para el 30 de agosto, en un gimnasio de boxeo de North Bergen. Luego habrá más noticias, más debate, más análisis. Se sacarán conclusiones.
Pero todavía habrá incredulidad sobre todas ellas. Tal vez sea porque todos los caminos posibles parten de la misma premisa errónea: Que nada podría haber reducido a este hombre.
Tenía muchos defectos, era imprudente e impulsivo. Era desconfiado. (Cuando trabajaba con el entrenador Buddy McGirt, Gatti fruncía los labios si algún extraño aparecía en el gimnasio, una directiva casi invisible hacia McGirt para que averiguase quien era ese individuo). Comía y bebía demasiado. Tenía un temperamento fuerte, y a pesar de toda su fuerza, pudo ser herido con facilidad.
Después de una conferencia de prensa antes de su pelea ante Oscar de la Hoya en el 2001, Gatti se sentó con un pequeño grupo de reporteros conocidos. Uno de ellos, Michael Katz, hizo un mal chiste sobre si Gatti debía usar vendajes cuando la pelea iniciase para evitar los cortes que llegarían en el combate. Eso fue todo. Gatti se levantó y se fue.
Pero era una persona hermosa en otros aspectos. Tenía mucho coraje y era decidido. Se podría decir que era demasiado generoso. Era simpático y divertido. Sentarte a cenar con Gatti, con grandes bowls de pasta y canastas de pan, era como comer con tu primo favorito, el aventurero, el que siempre tenía esas historias locas para contar.
Arturo Gatti también amó, en extremo.
Después de esa pelea contra De la Hoya -- durante la cual sufrió un corte debajo del ojo en los primeros minutos y eventualmente fue detenido por su rincón -- Gatti se fue caminando por los túneles del estadio a los vestidores. Una médica lo seguía para atender el corte, pero Gatti primero necesitaba estar a solas.
Se metió en una cabina de baño. Al final del pasillo, una banda de mariachis tocaba afuera del vestuario de De la Hoya y se filtraba el sonido de una celebración ruidosa. También se oyó el sonido del llanto de Gatti. Lloró en ese baño -- lloró porque su rostro lo había defraudado una vez más, lloró porque tenía grandes expectativas esa noche, había recorrido un camino tan largo. Arturo Gatti era un hombre orgulloso, se mostraba optimista y esperanzado, y era como si él mismo no pudiera creer que estaba sangrando nuevamente.
Se desahogó. Salió de la cabina, se sometió al examen médico -- le ordenaron que fuera al hospital -- y ahí lo esperaba Vivian, sonriendo.
El boxeador y la rubia estaban comprometidos para casarse. Gatti sostenía una toalla contra su rostro con una mano y con la otra tomaba la mano de Vivian. Volvieron a los túneles, bajo el zumbido de las luces fluorescentes, pasando a duras penas a través de la condenada banda de mariachis y el ruido. Finalmente dejaron el caos atrás para encaminarse a la ambulancia azul y blanca, los mismos colores de sus pantalones. En ese último momento de tranquilidad, Gatti miró a Vivian con su único ojo abierto.
"Te ves bien", le dijo, como un niño. "Al menos uno de los dos [se ve bien]".
Diferentes cosas estaban destinadas a ser. Se separaron poco antes de la pelea de Gatti con Gianluca Branco en el 2004. En una conferencia de prensa previa al combate hubo un momento de vulnerabilidad aún más revelador que su corte con De la Hoya. Empezó a darle las gracias a Vivian -- por salvarle la vida de alguna manera, por sacarlo de sus momentos más autodestructivos. Esta vez no se desahogó del todo. Rompió a llorar. Se esforzó por seguir pero finalmente se rindió y se sentó. Al final, dijo lo que todos aquellos que lo conocían ya sabían:
"Mi corazón es demasiado grande. Esa es mi perdición en la vida".
Ahora viene esta conferencia de prensa en New Jersey, la última de una larga sucesión de victorias y derrotas.
Gatti peleó contra Ward tres veces, y ganó dos. Perdió a Vivian. Ganó el título vacante de peso welter ligero de la CMB contra Branco. Fue humillado por Floyd Mayweather Jr., tras lo cual volvió a llorar. Conoció a una mujer y tuvo una hija. Conoció a otra mujer y tuvo un hijo.
Volaron juntos a Brasil, y se registraron en la suite de un hotel en una ciudad llamada Porto de Galinhas. Tenían la esperanza de hacer funcionar las cosas. De una forma u otra, Gatti murió allí, asfixiado por la correa de una cartera. Tenía 37 años.
En ese gimnasio caliente de North Bergen, Gatti será recordado por muchas cosas, pero más que nada será recordado por su corazón. Alegarán que alguien conspiró para apagarlo -- esa será la única explicación que se ofrezca, la única respuesta que se considere. Nada más tiene sentido. No se habría ido por su cuenta. Su corazón nunca podría haber estado tan roto.
Al menos allí no existe otra posibilidad. A sus amigos no les gusta pensarlo porque es una verdad difícil de digerir, pero sea como sea que Arturo Gatti haya muerto, murió con el corazón roto. Murió sin otra salida.