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El desahogo de River

BUENOS AIRES -- Antes del partido ante Almirante Brown todo River -jugadores, cuerpo técnico e hinchas- tenía en sus espaldas una mochila que se llenó después de 363 días de peregrinación por caminos desconocidos, de sufrimiento constante y de un morbo exacerbado desde la cancha y desde los medios. Por eso, el ascenso no representa un festejo descontrolado pero sí algo quizás más profundo: un desahogo que tiene que ver con la satisfacción de volver a ser.

Llegó a la última fecha con una incertidumbre que nadie esperaba. La razón de esas dudas son múltiples: la dureza de los rivales, el desconocimiento de la categoría, los errores propios y las virtudes ajenas. Nadie dudó jamás de que el mejor plantel de la B Nacional era River, eso también le sumó peso a esa mochila indeseable pero lógica por la historia de este club.

Después de la explosión por el segundo gol de David Trezeguet, el Monumental se quedó unos momentos en silencio. Lo natural hubiese sido que los 40 mil hinchas comenzaran a cantar y a festejar el objetivo cumplido, pero la multitud se tomó un tiempo para respirar por primera vez en mucho tiempo. Ese fue el instante del desahogo, allí fue cuando River volvió a ser River.

El partido contra Brown no merece demasiado análisis salvo por dos nombres: Rogelio Funes Mori y Trezeguet. El mellizo ingresó en el inicio del segundo tiempo en reemplazo de Fernando Cavenaghi y cambió el partido. Le dio frescura y movilidad a un ataque que había estado demasiado estático en el primer tiempo y se asoció mejor que nadie con el francés. Fue una actuación consagratoria para el joven delantero. Ya nadie se reirá de la capacidad de Funes Mori.

En cuanto a Trezeguet, él es uno de los símbolos del título. Llegó para la segunda mitad del torneo, pero este tiempo le alcanzó para convertirse sino en un ídolo, en uno de los más queridos del plantel. En la última jornada marcó los dos goles de la victoria y, pese a que falló un penal, fue el artífice del ascenso. Su clase le sirvió a los hinchas para creer que no todo estaba perdido, que esa camiseta todavía era una de las dos más grandes del país. El campeón del mundo vino para demostrar que River es eso: categoría futbolera.

Los otros íconos del campeonato son Alejandro Domínguez y Cavenaghi. Su gesto, de una nobleza poco común en el mundo del fútbol, será mucho más valorado en el futuro de lo que fue en su momento. Cuando el paso por la B Nacional sea sólo un mal recuerdo, el gesto de estos dos futbolistas tomará la importancia que tuvo. Dejaron las luces para introducirse en la oscuridad junto al equipo de sus corazones. Ese romanticismo que ya no existe hizo un poco más fuerte a este River.

En cuanto a lo futbolístico, son más espinas que rosas las que cosechó en esta temporada el equipo dirigido por Matías Almeyda. Sufrió casi todos los partidos, jamás encontró un buen funcionamiento, cambió de nombres demasiado y los errores ofensivos fueron una constante. Además, en el último tramo del torneo, el miedo muchas veces nubló las mentes de los futbolistas. A pesar de esto, ganó los dos partidos que tuvo que ganar: ante Instituto y ante Almirante y cumplió su meta.

El fútbol argentino no se merecía tener a un gigante como River en el "pozo" de la segunda división. Por eso, su ascenso debe ser celebrado por todos los amantes del deporte más hermoso del mundo. Con este regreso, ganamos todos. La primera volverá a tener el Superclásico y todo volverá a su orden natural.

Tras el primer gol de Trezeguet, un hincha de unos 85 años lloró en la platea Belgrano. Sí, ese hombre al que quizás ya pocas cosas lo emocionan en la vida dejó caer unas lágrimas al ver a su equipo otra vez en primera. Eso es el fútbol. También lloraron chicos acompañados por sus padres, padres de la mano de sus hijos, mujeres, adolescentes. Lloraron todos. Se desahogaron todos. River es de primera, pero porque nunca dejó de serlo.