La llegada de Michael Cheika al frente del seleccionado es una historia que nos lleva a buscar en los archivos al primer entrenador extranjero que dirigió a Los Pumas. Allí aparece Alex Wyllie, un neozelandés que dejó su sello en el Mundial de Gales 1999 y el único antecesor del australiano al frente del equipo.
Corrían los años 90 y después de quedar nuevamente afuera en primera ronda del Mundial de Sudáfrica en 1995, desde la dirigencia argentina estaban dispuestos a darle un golpe de timón a la suerte del seleccionado nacional. José Luis Imhoff tomó la posta como entrenador y en 1996 llegó Alex Wyllie para asistir en el juego al rosarino.
Los pergaminos del ex All Black eran intachables con once partidos con la camiseta negra y tres años como entrenador del seleccionado neozelandés entre 1988 y 1991. Su arribo al país fue toda una novedad y el controvertido plan de convertibilidad que regía por aquellos años la política de nuestro país permitían que el rugby argentino tuviera el salto de calidad que necesitaba.
De pocas palabras, gesto adusto y siempre inmutable con la mirada, Alex Wyllie volcó toda su sabiduría en el equipo argentino pero como asistente. No hablaba una palabra de español y por aquellos años tener una declaración suya en los medios era casi imposible.
Los problemas internos se profundizaron en Los Pumas y José Luis Imhoff renunció a su cargo a menos de tres meses del Mundial en Gales. Tomaron la posta Hector “Pipo” Méndez y José “Tito” Fernández pero después de una gira por Europa y ante la negativa de la UAR de aprobar el plantel mundialista, modificado al que había dado Imhoff, dieron un paso al costado después de 54 días.
En el vestuario de Centro Naval, a 15 días del inicio del Mundial y sin entrenador, los jugadores tuvieron la famosa charla que potenció al grupo. Alex Wyllie, que estaba en su país, tomó las riendas del equipo a la distancia y se convirtió en el primer entrenador extranjero de Los Pumas, desde que cobijaron el sobrenombre en 1965.
“Para mí fue un grande, siempre un tipo parco, rustico que nos generó a todos un compromiso buenísimo. Era un rugby de otra época claramente por cómo entrenábamos y vivíamos el rugby. Tenía mucho de la impronta que él había vivido en toda su carrera. Fue un gran entrenador que nos marcó mucho en ese momento crucial como lo fue el Mundial. Con su estilo duro, directo y parco, realmente amaba el deporte y nos trasmitía todo eso”, dijo Santiago Phelan un tiempo atrás sobre el neozelandés.
Para Manuel Contepomi, Wyllie fue el que le dio vida a una generación que luego haría historia: “fue muy importante como generación: la camada 76, 77 y 78 lo tuvimos en los torneos del hemisferio sur M21. Tuvimos un vínculo en aquel torneo y después a varios nos llevó al seleccionado mayor. Nosotros éramos muy jóvenes y estaban los que tenían más rodaje en Los Pumas pero para nosotros fue un poco la continuidad del M21 en ese momento. Un tipo que lo quería mucho, se hizo querer, era difícil porque era parco y hosco, pero era una persona que aprendió a entender la cultura argentina, muy distinta a la neozelandesa. Nos aportó un montón en la disciplina y aspectos que en ese momento no estaban tan arraigados en el rugby argentino”.
La historia de Wyllie al frente de Los Pumas en el Mundial de 1999 es conocida y los recuerdos y las fotos se vienen a la memoria: Gonzalo Quesada pateando a los palos, la victoria clave ante Samoa para llegar al partido con Irlanda, el try de Diego Albanese, los 8 minutos defendiendo el ingoal, el abrazo de Felipe Contepomi al árbitro cuando termina el partido porque Los Pumas pasaban por primera vez la etapa de grupo.
Con el mismo silencio con que llegó, Alex Wyllie se tomó un avión una vez que finalizó la participación de Los Pumas en Gales y se refugió en Nueva Zelanda. Fue el fin de la historia del primer entrenador extranjero en Los Pumas del que más nada se supo hasta 2009 cuando apareció para el retiro de Agustín Pichot y generó la emoción de esa generación.
Pocas palabras del neozelandés dan vueltas y repiquetean en el mundo virtual. Fiel a su estilo, ese granjero que había salido al mundo volvió a su hábitat y su silencio. Bien lejos, en Argentina, dejó un gran recuerdo y una huella inolvidable.