<
>

¿Florida es realmente tierra de Grandes Ligas?

MIAMI – El eco del sonido de la pelota al chocar con el bate retumba como un cañón bajo las cúpulas cerradas de los estadios. Antes de pasar el túnel, solo las luces encendidas anuncian que hay un partido de béisbol, porque se ven demasiados asientos vacíos. Los anuncios de los vendedores de cerveza y comida, en el ala del jardín derecho, fácilmente se pueden escuchar detrás del dugout de tercera.

Pueden pasar cinco minutos antes de que alguien llegue a intentar apoderarse de una pelota bateada de foul a lo profundo de las casi desiertas gradas laterales de cualquiera de los jardines. Así es el ambiente en el Marlins Park de Miami y el Tropicana Field de St. Petersburg, los dos equipos del béisbol de Grandes Ligas en la Florida, y coincidentalmente, los dos equipos de peores asistencias en los últimos años.

“Yo no falto el Día Inaugural nunca, porque se siente algo diferente en el ambiente, pero en el resto de la temporada vengo un par de veces más, cuando haya algún equipo visitante atractivo o cuando consigo entradas gratis en mi trabajo”, comentó Luis Martínez, un venezolano que lleva cinco años residiendo en Miami.

La ausencia casi total de público en sus graderíos multiplica por mil ese sonido que en otros parques es acallado por la algarabía de la gente.

Miami Marlins tiene en su breve trayectoria dos coronas de campeón en las Series Mundiales de 1997 y 2003, en tanto Tampa Bay Rays solamente ha llegado a un clásico de octubre, que perdió ante los Philadelphia Phillies en 2008, pero en los últimos diez años es un equipo que bordea la postemporada y en cuatro ocasiones ha entrado a los playoffs.

Sin embargo, a pesar de tener razones para exhibir con orgullo, ni la franquicia miamense, ni la tampeña consiguen atraer público al estadio, al extremo de ser los dos equipos con más bajas asistencias en todo el béisbol.

Por sólo poner un ejemplo, en la presente temporada, los peces van últimos, al convocar un promedio de apenas 9,417 fanáticos al Marlins Park, mientras que los Rays son penúltimos, con una media de 13,873 personas en el Tropicana Field.

“Hay que tener muy buena economía para poder venir todas las veces que uno quiere al parque, así que prefiero ver los juegos por televisión”, añadió Martínez, el venezolano residente en Miami quien asegura que cuando vivía en Venezuela asistía todos los días a los juegos de los Tiburones de la Guaira.

“A mí me gusta mucho el béisbol, pero el estadio me queda muy lejos en St. Petersburg y al otro día hay que levantarse temprano a trabajar. A la hora que terminan los juegos, tengo que manejar 45 minutos, una hora para llegar a la casa y ya eso me complica la vida”, contó Freddy Rodríguez, un ingeniero cubano residente en Tampa desde hace 20 años, en referencia a los Rays.

“No recuerdo cuando fue la última vez que fui al Tropicana Field. Prefiero ir al estadio de los Yankees en Spring Training, que me queda más cerca y además es más barato por ser juegos de entrenamientos”, confesó el cubano.

¿Es que acaso la Florida no es el lugar ideal para tener una franquicia de Grandes Ligas?

¿Por qué la gente no va al estadio en Miami y en Tampa? ¿Terminarán yéndose los Marlins y los Rays tarde o temprano del Estado del Sol en busca de sedes económicamente más beneficiosas?

¿Las Vegas?

¿Portland?

¿Charlotte?

¿Montreal?

Un poco de historia

Los Marlins y los Rays son dos de los cuatro equipos más jóvenes que existen en las Grandes Ligas, pero desde principios del siglo pasado ha habido mucho béisbol en la Florida.

En 1913, los Cubs e Indians decidieron venir a la Florida para entrenar antes de la temporada, aprovechándose de las cálidas condiciones climáticas, cuando en el norte todavía había demasiado frío para jugar pelota. Chicago se asentó en Tampa, mientras Cleveland lo hizo en Pensacola.

Un año más tarde, los desaparecidos St. Louis Browns, los St. Louis Cardinals y los Philadelphia Athletics les siguieron los pasos a los Cubs e Indians y establecieron campos de entrenamiento en St. Petersburg, St. Augustine y Jacksonville, respectivamente.

La cosa se hizo costumbre y ya para finales de esa década, todos los equipos de las Grandes Ligas, entre febrero y marzo, se preparaban en el calor de la Florida.

Con anterioridad, existen registros de novenas que de manera aislada incursionaron durante la primavera en el Estado del Sol desde tiempos tan remotos como los finales de la década de 1880, cuando el béisbol daba sus primeros pasos.

Las diferentes ciudades donde las franquicias entrenaban durante la primavera cobraban una vida especial en esos dos meses en que tenían la oportunidad de ver en vivo y directo a sus estrellas favoritas. La Florida era, definitivamente un terreno fértil para el béisbol, donde se puede jugar todo el año, incluso en el invierno, cuando gran parte del resto del país se tiñe de blanco por la nieve.

A partir de los años 50, con el desarrollo de los medios de transporte y comunicación, las Grandes Ligas comenzaron a hablar de expandir la cantidad de equipos, que era de ocho por cada circuito hasta entonces.

Primero se relocalizaron los Dodgers en Los Ángeles, los Giants en San Francisco, los Braves en Milwaukee y los Athletics en Kansas City.

En los 60 hubo una explosión de nuevas franquicias, con la conversión de los Washington Senators en los Minnesota Twins y el nacimiento de otros Senadores y los Angels de California (1961), los New York Mets y los Houston Astros (1962), los Milwaukee Brewers, San Diego Padres, Montreal Expos y Kansas City Royals (1969).

En 1965 los Braves se mudaron a Atlanta y los Athletics a Oakland en 1968.

En 1971 los nuevos Senators se movieron a Arlington y se convirtieron en los Texas Rangers y en 1977 se añadieron los Seattle Mariners y los Toronto Blue Jays, con lo que la cifra de franquicias de Grandes Ligas pasó de 16 a 26 en un lapso de 16 años. Pero la expansión fue hacia el oeste y el norte, mientras la Florida seguía siendo sólo el patio de la primavera. Pasaron 15 años antes que MLB decidiera abrir dos nuevas franquicias y en 1993 nacieron los Florida Marlins y los Colorado Rockies.

En su quinta campaña, los Marlins levantaban el trofeo de campeón al grito de “I love you, Miami” de Liván Hernández, Jugador Más Valioso de la Serie Mundial de 1997.

En 1998, en la más reciente expansión de Las Mayores, surgieron los Rays y los Arizona Diamondbacks.

Miami, entre triunfos y traiciones

Cuando los Marlins surgieron, el dueño era Wayne Huizenga, un empresario cuyas propiedades incluían los concesionarios de vehículos AutoNation USA, las tiendas de videos Blockbuster y la compañía de recogida de basura Waste Management, además de los Miami Dolphins de la NFL y los Florida Panthers en la NHL.

En la campaña inaugural de 1993, más de tres millones de fanáticos acudieron al Joe Robbie Stadium a celebrar a la primera franquicia de Grandes Ligas en la Florida, a un promedio de 37,838 por juego. Esas cifras jamás volvieron a repetirse ni en sueños.

Sólo en 1997, cuando Huizenga armó a golpe de billete un trabuco que terminó ganando la Serie Mundial, la asistencia superó los dos millones de aficionados.

Un año después, el dueño desmanteló el equipo a niveles ridículos y los Marlins perdieron 108 partidos, convirtiéndose en el peor defensor de título de la historia.

“Hay una larga historia de decepciones y eso ha sido un factor decisivo”, considera Jorge Ebro, un veterano periodista de El Nuevo Herald que lleva más de 15 años cubriendo a los Marlins. “Pero también ten en cuenta que Miami es un sitio con muchas atracciones, está la playa, está la vida nocturna…hay una fuerte competencia por el dólar y creo que los Marlins no han conseguido construir, más que un buen equipo, una cultura ganadora y un compromiso con la comunidad”.

En el 2002, un año antes de que el equipo ganara su segunda corona y con Jeffrey Loria como dueño, la asistencia quedó incluso por debajo de un millón, con apenas 813,118.

El estilo administrativo de Huizenga se repitió con Loria y la franquicia se convirtió en una fábrica para desarrollar peloteros jóvenes que uno tras otro eran canjeados para no pagarle ni siquiera el salario de arbitraje.

La gente se sintió engañada y decidió castigar al propietario de la peor manera posible: dándole la espalda al equipo.

Y en el 2018, el primer año de la administración actual, sólo 811,104 personas pasaron por el Marlins Park, la más baja asistencia anual para cualquier equipo en las Mayores desde el 2004, cuando los Expos, en su último año en Montreal antes de mudarse a Washington y convertirse en los Washingotn Nationals, atrajeron apenas 749,550 aficionados.

“No importa cuánta gente venga. Nosotros salimos siempre a pelear, estén las gradas vacías o llenas, vamos a dar el 100 por ciento para quienes estén”, asegura el cátcher colombiano Jorge Alfaro, quien dice que los fanáticos de los Marlins los apoyan más de lo que la gente cree.

“Nosotros sí sentimos el apoyo a través de las redes sociales. No hay que venir al estadio para apoyarnos. Sé que nos ven por televisión y están pendientes del equipo. Hay otras maneras y ellos lo hacen”, explica Alfaro, a tono con los nuevos tiempos.

Aunque el aficionado sabe que los nuevos dueños no son responsables de los actos de propietarios anteriores, el actual proceso de reconstrucción es a sus ojos otro golpe demoledor más, sin importar quién haya bajado el martillo.

Cambio de nombre, cambio de suerte

Al igual que sucedió con los Marlins en 1993, los Rays consiguieron la mayor asistencia de su historia en su año inaugural de 1998.

La curiosidad por la novedad atrajo al parque a 2,506,293 personas, la única vez que la asistencia superó los dos millones de personas.

Entonces eran los Tampa Bay Devil Rays, nombre que mantuvieron en sus primeros diez años, todos con récord exageradamente perdedor de 645-972.

En el 2008 se eliminó la palabra ‘Devil’ del nombre y el equipo pasó a llamarse Tampa Bay Rays.

Se quitaron el diablo de encima y se pronto, el mismo equipo que un año antes había terminado con balance de 66-96 tuvo la primera temporada ganadora de su historia, con 97-65 y su único viaje a la Serie Mundial hasta ahora, que perdió 4-1 ante Filadelfia.

En 11 temporadas (sin contar la del 2019) desde que cambiaron de nombre, los Rays han tenido récord positivo en ocho de ellas, con otras tres visitas a los playoffs (2010, 2011 y 2013), aunque siempre cayeron en la serie divisional de la primera ronda.

El éxito en el modelo de negocio de esta franquicia está en su capacidad para identificar y obtener el mejor talento, tanto en las selecciones del reclutamiento amateur, como en las piezas que consiguen en retorno mediante canjes de peloteros a quienes se les hace imposible retener por razones financieras.

Así, por ejemplo, consiguieron a Tyler Glasnow y a Austin Meadows en el intercambio por Chris Archer con los Pittsburgh Pirates, que visto a la luz actual, resultó un asalto a mano armada a favor de Tampa Bay.

Meadows está peleando el liderazgo de los bateadores de la Liga Americana y Glasnow, antes de caer en la lista de lesionados marchaba a paso de Cy Young, con 6-1 y efectividad de 1.86 en ocho aperturas y 55 ponches en 48.1 episodios.

El segunda base Brandon Lowe, quien suma ya 14 jonrones en su segunda temporada, y el zurdo Blake Snell, el mejor pitcher del 2018, son simplemente dos de sus tantas buenas elecciones del draft, entre las que sobresalen Josh Hamilton (1999) y Evan Longoria (2006).

Año tras año, la gerencia logra armar equipos competitivos a base de un talento joven que parece inagotable.

Pero lo que no consiguió la nueva denominación fue atraer gente, al punto que entre 2012 y 2017 fue la franquicia con más baja asistencia de todas, en tanto que en otros tres años de ese período de triunfos fue la segunda peor en capacidad de convocatoria.

“La ubicación del estadio no ayuda. El Tropicana Field está en St. Petersburg, un área con menor población que Tampa y con dinero viejo”, considera Ricardo Taveras, la voz en español de los Rays, refiriéndose a la mayoría de residentes de la tercera edad, muchos de ellos jubilados, en esa zona.

“No es lo mismo Tampa, donde el dinero se mueve, es más activo, es más joven, por decirlo de alguna manera”, agregó.

“A eso súmale los costos de ir. Entre la gasolina, la molestia del tráfico por cruzar el puente de Tampa a St. Petersburg en hora pico, el precio de las entradas, que no es barato, el pago del estacionamiento y el consumo dentro del parque… ahí se te fueron más de 200 dólares”, añade Taveras. “Esta es una zona de ingresos de medianos para bajos y entonces muchos prefieren quedarse en casa viendo los juegos por televisión”.

¿Llegaron tarde a la repartición?

Uno de los factores que podrían influir en la incapacidad de estos dos equipos para atraer seguidores es el hecho de haber nacido relativamente hace poco tiempo y cuando llegaron al mercado, ya las novenas de mayor tradición tenían copado el mercado de fanáticos.

Algo así como si hubieran llegado tarde a la repartición de fans y es sabido que primero cambiamos de pareja, que de lealtad a nuestros equipos deportivos.

En 1993, al surgimiento de los Marlins, los fanáticos que existían en Miami ya habían escogido mucho antes a qué equipo entregarles su corazón.

Lo mismo pasó al otro lado de la península en 1998, cuando llegaron los Devil Rays.

Por eso las mayores asistencias al Marlins Park o al Tropicana Field se registran cuando juegan allí como visitantes históricos como los Yankees, los Medias Rojas, los Dodgers o los Cachorros. Son ellos y no los anfitriones el verdadero imán en esas ocasiones.

“Es algo a considerar. También a la Florida, por su clima, se mudan para retirarse muchas personas del norte, que ya arrastran con ellos los equipos de su corazón”, señala Yiky Quintana, quien lleva desde la temporada del 2002 narrando por radio los juegos de los Marlins. “Puede ser también que tantos equipos que llevan décadas haciendo sus entrenamientos de primavera aquí creen sus propios fanáticos dentro del estado”. “Pero aquí los factores son varios. Uno de ellos es las veces en que se destruyó el equipo después de ganar Series Mundiales, las decepciones de la gente después de ilusionarnos”, añade Quintana.

“También está el tema económico. Los ingresos aquí no son los más altos y además hay muchas cosas que hacer, además de venir al estadio a ver un juego de pelota. Usted llena una nevera de bebidas y se va para la playa con la familia y eso sale mucho más barato. En realidad es una mezcla de todo que conspira contra las grandes asistencias al parque”, agregó Yiky, quien compartió el micrófono por más de 15 campañas con el inmortal Felo Ramírez.

Sin embargo, este fenómeno no ocurre ni en Colorado, ni en Arizona, nacidos al mismo tiempo que sus pares floridanos.

Allí la asistencia no baja nunca de los dos millones anuales, con saltos ocasionales hasta los tres millones.

El dinero manda

Una de las razones por las que la gente no va al estadio no tiene nada que ver con la calidad de los equipos o la pasión de sus fanáticos: es eminentemente económica.

Un estudio realizado en el 2017 por el Buró del Censo de los Estados Unidos que analizó las 25 principales áreas metropolitanas de Estados Unidos encontró que son precisamente Tampa y Miami las que tienen un ingreso familiar más bajo en toda la nación.

El promedio de ingreso anual de una familia de cuatro personas en el área de Tampa y St. Petersburg es de 51,115 dólares. En Miami-Dade no es mucho mayor, apenas 51,362.

Todavía en Tampa los alquileres de casa y apartamentos son más asequibles que en Miami, donde los precios son prohibitivos y la gente tiene que destinar más que el 50 por ciento de sus salarios sólo para pagarse el techo.

Para esa misma familia, una visita al parque de pelota, que incluya el pago de los boletos, el estacionamiento y el consumo en el estadio, no baja de 200 dólares.

Y cuando usted tiene que decidir entre pagar su vivienda o ir al estadio, la elección es simple.

Si acaso hará un esfuerzo excepcional si no es precisamente un fanático de los Marlins o los Rays y viene al pueblo su equipo predilecto.

Ahí se mete la mano en el bolsillo, se aprieta el corazón y va a disfrutar de la novena de sus pasiones, aunque a fin de mes tenga que “pintar Coca Colas en el aire” para pagar sus facturas.

Un futuro fuera de la Florida

A menos que ocurra un milagro, el futuro del béisbol de Grandes Ligas en la Florida apunta a que tarde o temprano, tanto los Rays, como los Marlins, buscarán nuevos aires más allá de los límites del estado.

El acuerdo de arrendamiento del Tropicana Field vence en el 2027 y luego de que el equipo abandonara los planes de buscar un espacio para construir un nuevo estadio en Tampa, la salida parece inminente.

Por lo pronto, los Rays ya pidieron y recibieron el permiso del comisionado Rob Manfred para explorar la posibilidad de compartir sede con la ciudad canadiense de Montreal, que ya tuvo a los Expos entre 1969 y 2004.

“No es que el equipo abandonara la búsqueda de un terreno en Tampa, sino que quería que la ciudad le construyera un estadio de mil millones de dólares, lo cual rechazaron los comisionados, porque para ello hubieran tenido que subir considerablemente los impuestos sobre la propiedad”, explica Taveras.

En el caso de los Marlins, el pacto con Miami es por 30 años a partir de que se inauguró el parque de La Pequeña Habana en el 2012, construido por cierto con dinero público que le costó el cargo al entonces alcalde del condado, Carlos Álvarez, despedido a través de un referendo popular.

Sería entonces en el 2042 cuando el equipo podría irse a buscar nueva sede.

Entretanto, Las Vegas, en Nevada, Portland, en Oregon, o Charlotte, en Carolina del Norte, llevan años soñando con albergar una franquicia de Grandes Ligas y se afilan los dientes para pelearse por los Rays y los Marlins, si es que antes MLB no les concede sus deseos.

“No, no veo a los Rays yéndose a ninguna parte. Nueva Jersey quiere construirles un estadio, Brooklyn también quiere, Portland, en Oregon o Charlotte, en Carolina del Norte, también están dispuestos”, dice el narrador dominicano de Tampa Bay.

“Ni los Yankees, ni los Mets, van a permitirlo, en el caso de Nueva Jersey y Brooklyn, mientras que Portland y Charlotte son mercados mucho más pequeños que el área de Tampa-St. Petersburg y a la larga es un negocio peor, porque los contratos de televisión que puedan conseguirse allí, con poblaciones de un millón de personas, son muchos más bajos que aquí, donde viven tres millones”, explica Taveras.

“Yo creo que se quedarán en St. Petersburg, donde hay planes de construir un estadio al lado de donde está el Tropicana Field y luego se produzca una venta, un cambio de dueño”, concluyó la voz en español del equipo.

Con el proyecto de exploración hacia Montreal ya encaminado, resta por ver cuál sería el siguiente paso para los Rays. Si el experimento funciona del lado canadiense, a la larga terminarán mudándose definitivamente.

Nos vemos en el 2027…o en el 2042.