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Miguel Herrera, El Piojo que dinamita su estatua

LOS ÁNGELES -- Miguel Herrera es el epítome, la personificación, del #ÓdiameMás.

Alguna vez bromeó durante la Copa del Mundo de Brasil: “soy como Cristiano. Me envidian porque soy guapo, rico y un buen entrenador, ja, ja, ja, ja”.

Su patología, su propensión bravucona y pendenciera, tal vez sólo sería comparable con la del Tuca Ferretti y con la del uruguayo Luis Suárez.

Claro, Suárez, casi, casi y aparentemente, se ha regenerado. Al menos ya no anda botaneando a mansalva y canibalescamente sobre humanidades ajenas. Los otros, como los miman cuando los sancionan, los incitan, los inducen a reincidir.

Y tal vez, sólo tal vez, ante su diván canicular en el Infierno, Sigmund Freud, podría catalogar cuál de los tres es más cascarrabias y digno engendro de un basilisco.

El Piojo es hoy la caligrafía, el garabato, de estos renglones torcidos del futbol mexicano. Y atiborrado de signos de exclamación, interrogación y asteriscos.

Tras ametrallar a insultos al cuerpo arbitral, la Comisión Disciplinaria lo premia con sólo tres partidos de castigo, como suplicándole que no cambie, sino que se sostenga y se mantenga fiel a su apostolado del #ÓdiameMás.

Alguna vez, como jugador, Miguel Herrera confesó que de no haber sido futbolista, habría elegido ser abogado o dentista. Sin duda habría patentado la habilidad para sacar las muelas del juicio sin anestesia y raspar las caries con lijas bañadas en vinagre.

Es, sin duda, un personaje fascinante, con su propia carga de pecados. De todo tipo. Desde ataques traicioneros, hasta agresiones arteras, pasando por la explosividad simplemente porque lo vean feo, y no como él cree, “guapo, rico y buen entrenador”.

Pero, El Piojo es un ganador. Y eso suele granjearle indultos que a su vez le granjean nuevos enemigos. Un técnico que garantiza éxitos.

Sus equipos han sido siempre de un corte espectacular. Después del Mundial de Brasil, modificó ese despiadado y a veces suicida futbol ofensivo, que se ejercía con un privilegio: tratar bien el balón.

Impensable que de aquel fiero y belicoso jugador que se pierde el Mundial de 1994 por plancharle tibia, peroné, anginas y caries a Dolmo Flores en el Estadio Azteca, llegara a ser un técnico exigente de buen futbol y sí, su ADN, dureza.

Tras sus espectaculares procesos con Atlante, Monterrey, y su primer ciclo con el América, y tras el impasse en una excelente Copa del Mundo, esa la del #NoEraPenal, e irse al exilio por tratar de pepenarle un volado de derecha a un comentarista de Tv Azteca, El Piojo regresó más maduro que nunca, como técnico, ojo, insisto, sólo como técnico.

Hoy es el tipo en el futbol profesional de México con más expulsiones en su carrera, sumando las tarjetas rojas como jugador y como entrenador. Tiene las mismas manchas escarlatas que aquella famosa película de Disney, 101 dálmatas.

Alguna vez apodado El Cocol y El Pulques en su adolescencia y juventud, es evidente que de la ahora fallida escuela Lavolpista, es el alumno más aventajado, superando en logros y en estructura de equipo y de forma de juego, al mismo Ricardo LaVolpe.

Miguel Herrera perfeccionó la idea de juego del agónico Lavolpismo, entendiendo que era renovarlo o morirse con él. Y a este mismo América, al que le se le cayeron jugadores clave y otros que apuntaban para serlo, lo mantiene en un nivel competitivo.

Los jugadores que lo han rodeado, en general, se expresan bien de él. No todos, claro. Ha tenido encontronazos, que ha sabido resolver.

Una de sus mayores frustraciones, por ejemplo, fue no rescatar al Gullit Peña, un jugador que apuntaba a ser figura en Brasil 2014. El Piojo intentó todo, hasta terapia individual, hasta era su nodriza en las concentraciones, pero, se rindió.

Una de sus aportaciones más generosas al futbol mexicano es sin duda Andrés Guardado. Antes del Mundial de Brasil, El Principito era un triste plebeyo de su mejor versión. Tenía las puertas cerradas en España y Alemania. Ningún club quería hacerse cargo de él.

Contra la opinión generalizada, aún con una mala exhibición en el partido en que se jugaba su última oportunidad, antes del Mundial, aún así, Miguel Herrera apostó a muerte por él. Lo elogió y lo eligió como su caballo de batalla, y le pidió apoyo a Rafa Márquez para rescatarlo. Lo que vino después para Guardado parece un cuento de hadas.

O el caso de Roger Martínez, a quien sacó de ese ostracismo de rebeldía y rabia porque no pudo irse a Europa, y lo convirtió, hasta antes de la torpe expulsión ante Cruz Azul, en el mejor jugador de América este torneo.

O el repunte de Guido Rodríguez tras su primer torneo llegando de los Xolos. Hay quien asegura que Miguel Herrera ha sido su principal promotor ante la Asociación de Futbol Argentino, y por eso el volante se mata por él en la cancha.

Vaya, entérese, si Xolos no hubiera precipitado su contratación, Jorge Vergara había negociado con Emilio Azcárraga Jean, el perdón a El Piojo para que dirigiera a Chivas. Habría sido solazador ver a dos tipos de fuerte personalidad mano a mano y frente a frente.

Ese es El Piojo. Su temperamento revoltoso y violento lo convierte en un parásito de su propio éxito. Incuba en sus hormonas beligerantes a su propio depredador.

Y Miguel Herrera necesita su propia pilmama. Ricardo Peláez, aun raspando, erosionando su relación, lo mantuvo con la rienda tirante.

Con Peláez supervisándolo, Herrera no habría soltado su infortunado comentario el sábado: “Ya saben que no puedo hablar, pregúntenle al puto árbitro que viene atrás… maricones”.

Pero hoy, más allá de su eficiencia en funciones administrativas y deportivas, Santiago Baños no es capaz de evitar que su subalterno explote.

Marisela Herrera, la madre de El Piojo, alguna vez relataba jocosamente que desde que estaba en su vientre, “siempre estaba inquieto, parecía que estaba peleando con alguien ahí dentro, era tremendo, siempre lo fue, pero es un gran ser humano”.

Esta semblanza, lejos de exonerar o amnistiar a Miguel Herrera, lo que pretende es exponer la terrible equivocación que él comete, cuando siendo un técnico ganador y en algún momento, en su mejor momento, vislumbre un posible regreso a la selección mexicana, sea él, su mejor enemigo o su peor enemigo, como quiera verlo.

Insisto: El Piojo es el peor parásito de Miguel Herrera. ¿Hasta cuándo? Hasta que, como a Luis Suárez, la sanción sea tan brutal que busque quien le ayude a exterminar esas liendres perniciosas incubadas desde adentro.