Los mariscales de campo acaparan las listas de ganadores por una razón sistémica, que pega en el fondo y no solo la forma de un equipo y el deporte
Hay verdades incómodas en el futbol americano colegial. Una de ellas —la más evidente, pero la menos aceptada— es que el Trofeo Heisman ya no premia al mejor jugador del país.
Premia al jugador que más cambia una narrativa. Y en 2025, esa narrativa volverá a tener rostro de quarterback.
Durante casi dos décadas, el Heisman ha sido un club VIP para los mariscales. Desde 2005 sólo cinco jugadores no QB han levantado el trofeo. La posición domina el balón, los reflectores y las decisiones. ¿Injusto? Probablemente. ¿Realidad? Completamente.
El caso extremo fue el de Travis Hunter en 2024, un fenómeno imposible de replicar. Pero fuera de él, si no eres quarterback empiezas la temporada nueve escalones abajo en la votación.
Y ahí es donde entra Jeremiyah Love, quizá el corredor más explosivo del país, en la época equivocada.
Love, el Ferrari atrapado en tráfico, tuvo la temporada que hace 20 años habría sido suficiente para ganar el Heisman sin despeinarse: 1,372 yardas por tierra, casi 7 por acarreo, 21 touchdowns totales y el nuevo récord de anotaciones en Notre Dame.
Producción, eficiencia y explosividad de manual
Pero en 2025, ser corredor es como ser el baterista en la banda donde todos quieren al vocalista. Importante, sí. Protagónico, no.
Y para rematar: Notre Dame ya es Notre Dame. Grande, estable, poderosa. Love fue eL motor ofensivo, pero no el punto de inflexión.
El Heisman no premia motores. Premia figuras. Y Love, por más dominante que haya sido, no cambió el mapa del deporte.
Mendoza y Pavia: los quarterbacks que reescribieron a sus universidades
Aquí está la diferencia que define esta carrera:
Fernando Mendoza (Indiana) y Diego Pavia (Vanderbilt) no solo jugaron bien. Transformaron programas completos. Redefinieron percepciones. Cambiaron las expectativas. Reescribieron la historia. Y en la mente del votante del Heisman, eso vale oro.
Fernando Mendoza. El QB que puso a Indiana en otro universo. El de origen cubano, no tuvo la temporada más espectacular, tuvo la más impactante.
13–0
Campeón de conferencia.
Sembrado #1 del país.
¡En Indiana!
Un programa que llevaba décadas en la irrelevancia y que hoy se sienta a comer en la mesa grande porque Mendoza jugó con una calma insultante: 33 pases de touchdown, más del 70% de completos, liderazgo total, impacto cultural.
Mendoza no sólo lanzó pases. Cambió la conversación nacional. Y ese es exactamente el idioma del Heisman.
Diego Pavia. El renacimiento de Vanderbilt. Si lo de Indiana era improbable, lo de Vanderbilt era casi un mito urbano: “Algún día serán relevantes.”
Ese día llegó en 2025.
3,192 yardas por pase
826 por tierra
36 touchdowns totales
La primera temporada de 10 victorias del programa en una eternidad
Pavia volvió a Vanderbilt un equipo que la gente quiere ver. No por nostalgia, sino porque hace magia real: improvisa, corre, ataca, lidera.
Transformó a los Commodores en un programa moderno y peligroso. Ese es el tipo de impacto que los votantes del Heisman no pueden ignorar.
Julian Sayin. El prototipo Heisman que no necesita transformar nada.
El #10 de los Buckeyes hizo exactamente lo que un quarterback elite de Ohio State debe hacer: 78% completos, más de 3,300 yardas, 31 touchdowns y sólo 6 intercepciones.
Es eficiencia pura, quirúrgica. No transformó a Ohio State —ya es un monstruo— pero sí confirmó que es uno de los mejores pasadores del país.
Es el candidato “clásico”; el QB perfecto en el equipo perfecto.
En cualquier otro año sería favorito. En este apenas es parte del debate.
2025 es otro recordatorio brutal, y este año lo deja clarísimo: El Heisman ya no es el jugador más dominante, es del jugador más determinante.
Love dominó
Sayin brilló
Pero Mendoza y Pavia cambiaron universidades completas
En un premio que vive de narrativa, impacto y evolución. Los mariscales que transforman programas llevan ventaja. Y en 2025, ese carril preferencial tiene dos nombres: Fernando Mendoza y Diego Pavia.
