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Gianluca Vialli, el generoso italiano que 'disfrutó' las derrotas ante el Barcelona

BARCELONA -- Gianluca Vialli, fallecido el 6 de enero de 2023, fue un futbolista monumental, un entrenador excelente... Y una persona, un deportista, fuera de lo común.

En mayo de 2017, un año antes de revelar que padecía cáncer, concedió una entrevista a un programa de televisión, 'Informe Robinson', en el que recordó la final de la Copa de Europa de 1992, la primera que ganó el Barcelona derrotando a su Sampdoria, y lejos de cualquier lamento, se atrevió, algo inaudito, a dar por buena aquella derrota.

El Barça fue un ogro en la carrera deportiva de Vialli y sin embargo, con el paso de los años, lejos de guardar resquemor alguno por el club azulgrana, le tuvo en gran consideración.

"Sin aquella victoria (la de 1992) el Barcelona no sería lo que es hoy y estoy convencido que fue mejor que ganara el Barcelona en vez del Sampdoria. El Barça debía ganar una Copa de Europa y por el bien del futbol es justo que la ganara”, reveló en aquel reportaje, con una generosidad prácticamente imposible de encontrar en otros.

Fue aquella una final histórica por cuanto fue la última de la vieja Copa de Europa, significó el regreso de un club inglés (el Arsenal) tras cinco años de sanción por la tragedia de Heysel y fue la primera (y única hasta hoy) disputada por un club de segundo orden en Italia y que llevaba ya varios años plantando cara a los gigantes del Calcio.

Era, fue, la Samp de Vialli y de Mancini (los gemelos del gol), de Pagliuca, Toninho Cerezo, Vierchowod, Lombardo... El equipo dirigido por Vujadin Boskov, capaz de codearse con los grandes. Y ganar para colocar a la ciudad de Génova en el mapa futbolístico...

Hay una imagen guardada por siempre en la retina de los aficionados del Barça. Y es la de Vialli, sentado en el banquillo tras haber sido ya sustituido en aquella final de Wembley de 1992, tapándose la cara con una toalla azul cuando el árbitro alemán Aron Schmidhuber señaló en la prórroga la falta sobre Eusebio que en el minuto 111 provocó el gol eterno de Ronald Koeman.

Aquel mal presagio, aquel instante, evocaba al delantero italiano la final de la Recopa que ya tres años antes, en 1989, había perdido en Berna frente al mismo Barça pero que con el paso del tiempo no traspasó a sus recuerdos de manera trágica o deprimente.

Si en 1989 el triunfo del Barça no tuvo discusión, la final de 1992 no fue para nada un paseo en azulgrana. y Vialli, el mismo que tuvo tantos años después esa generosidad para con el Dream Team, falló hasta tres goles frente a Zubizarreta que pudieron cambiar la historia. Nadie alrededor del Camp Nou podría ni sospechar qué habría ocurrido en caso de perder.

Vialli no guardó ningún resentimiento. Nunca se refirió a la falta, discutida, que provocó la derrota de su equipo ni tampoco se instaló en el fatalismo. Su grandeza personal siempre fue más allá.

Protagonista estelar de la mejor Sampdoria de siempre, con la que ganó el único Scudetto de su historia en 1991 además de tres títulos de Copa, una Supercopa de Italia y la Recopa de 1990 (venciendo en la final al Anderlecht con dos goles suyos), el futbol no podía ser injusto con Vialli, que completó el triplete de títulos continentales jugando en la Juventus, conquistando la Copa de la UEFA en 1993 y la Champions en 1996, y redondeando su carrera internacional con la Supercopa de Europa que en 1998 (en su doble faceta de jugador-entrenador ya en el Chelsea) ganó en Mónaco al Real Madrid.

Dos días después de perder en Wembley la Juventus hizo oficial su fichaje por 17 millones de euros, convirtiéndolo en aquel entonces en el traspaso record del futbol mundial, y en 1996, disgustado porque la Vecchia Signora solo le ofrecía renovar por una temporada y no dos como él pretendía con 32 años, se marchó al Chelsea mientras aún se celebraba la Champions conquistada dos días antes frente al Ajax Amsterdam.

Su salida de la Juve pudo dibujarla de polémica, más aún siendo el capitán e indiscutible para Lippi, pero se despidió con honores y buenas palabras, reclamado por Ruud Gullit para jugar a sus órdenes en un Chelsea del que dos años después se convertiría en entrenador.

En la era pre Abramovich se convirtió en uno de los ídolos de Stamford Bridge ya fuera como jugador (40 goles en 88 partidos) o entrenador (76 victorias en 143 encuentros) para conquistar hasta ocho trofeos (se le resistió la Premier League)... Y volver a tropezar con el Barça en su momento cumbre: los cuartos de final de la Champions en la temporada 1999-2000.

Del 3-1 en la ida a la prórroga en una vuelta enloquecedora disputada en el Camp Nou y sentenciada (5-1) tras un discutible penalti sobre Figo que hundió al Chelsea. "No es una pesadilla, ha sido un partidazo y aunque estoy decepcionado, el Barça ha jugado mejor”, se despidió en la sala de prensa volviendo a mostrar esa deportividad exquisita que le acompañó durante toda su carrera.

Y que no abandonó ni cuando el cáncer fue avanzando, pudiendo celebrar como jefe de la delegación de la selección de Italia (al lado de su amigo Mancini) la Eurocopa de 2021 con lágrimas antes de que en diciembre de 2022 renunciara a su cargo "para utilizar todas mis energías para ayudar a mi cuerpo a superar esta fase de la enfermedad". No pudo... Pero la leyenda de un deportista íntegro y generoso en la derrota como pocos han existido persistirá.