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Barcelona vuelve a mostrar su lado más oscuro, ahora en Anfield

LIVERPOOL -- Rendido a la fatalidad y hundido en la impotencia, el Barça se entregó a un tsunami que le pasó por encima de mala manera.

“El Liverpool es mejor equipo”, se escuchó decir en la sala de trabajo para la prensa, al interior de un estadio que había levitado durante dos horas y enseñado que es cierto, que Anfield tiene vida propia y suficiente para convertir milagros.

Hundido en la impotencia, el Barça de Ernesto Valverde vivió su segunda noche trágica y revivió las dudas que hace poco más de un año se catapultaron tras el desastre en Roma.

Aquella noche en Italia puso demasiadas cosas en el escenario. La noche en Liverpool deja otras tantas en el plano.

Faltaron los goles de Luis Suárez, quien peleó como siempre y, como acostumbra, volvió a fallar en el momento que más se le necesitaba; faltó contundencia en una defensa conformista y blanda; faltó personalidad en un tal Coutinho que, probablemente, firmó su acta de defunción barcelonista; faltó el desempeño de un Ivan Rakitic ahogado y faltó, quizá por encima de todo, alguien capaz de acompañar futbolísticamente a Lionel Messi.

Rendido a la fatalidad, el Barça fue incapaz de ofrecerle un socio de verdad al argentino en la noche que más lo necesitó. Messi tuvo en Arturo Vidal a su mejor activo durante la primera mitad, al jugador que reinó en la anarquía en la que llegó a convertirse el juego, pero no hubo quien bajase el balón al suelo con mimo y le dijera a Messi que estaba ahí para acompañarle.

Quizá fue llamado a eso Arthur, pero era ya demasiado tarde y era impensable que el brasileño tuviera los galones necesarios para resucitar a un equipo caído y que no iba ya a levantarse.

Hundido en la impotencia, el Barça pagó sus errores del primer tiempo. Jordi Alba no quiso remachar, Suárez no supo, Messi no pudo y Coutinho, bueno… Coutinho ni supo ni pudo ni casi quiso mostrarse.

El equipo de Valverde debió haber finiquitado el pase a la final en ese primer tiempo extraño, con más presión ambiental que peligro futbolístico, porque el Liverpool tuvo arrestos, pero no ocasiones como sí las disfrutó el Barça en los primeros 45 minutos.

Había que mantener la cabeza fría y no caer en la locura, no entrar en el descontrol que ansiaba el corazón de Anfield y que le regaló Georginio Wijnaldum, aparecido en el escenario tras el descanso y quien se encargó de enterrar a un Barcelona tan desconocido como entregado.

Será difícil, mucho, argumentar qué pudo pasar en Liverpool. Más aún, después de recordar lo que había pasado en Roma y, más todavía, al entender que el equipo estaba en sobreaviso, una semana después de golear en el Camp Nou a un conjunto inglés que no mereció semejante castigo.

Se acabó.

Rendido a la fatalidad y hundido en la impotencia, el Barcelona de Valverde superó, por fin, los Cuartos de Final de la Champions, sólo para ir a Liverpool a caer en la Semifinal con una goleada tan histórica como histérica y que deja a demasiados señalados por el camino y que aventura semanas difíciles alrededor del Camp Nou.