BARCELONA -- El Barcelona celebra este 28 de mayo los 10 años de la Final soñada. El partido ideal a través del cual conquistó, en Wembley, su cuarta Champions League imponiéndose a un Manchester United que, en una reacción que honró a los perdedores, saludó al campeón reconociendo que aquella tarde cayó frente "al mejor equipo al que nunca me he enfrentado”, en palabras de Paul Scholes.
"Nadie nos había dado antes una paliza así”, sentenció Alex Ferguson. Un resumen, casi perfecto, de lo que ocurrió en el santuario del futbol inglés, colocado en el imaginario barcelonista por partida doble, rememorando el viejo estadio en el que el Dream Team de Johan Cruyff alcanzó la eternidad en 1992 y sumándole el moderno en el que su discípulo más aventajado, Pep Guardiola, dirigió al considerado mejor equipo de la historia moderna del club para lograr aquel éxito en 2011.
En el momento en que el entorno del club vive tan atento a las palabras de Joan Laporta como a las decisiones que se van tomando y a la espera de esa ansiada revolución deportiva que muchos temen no pueda consensuarse por las estrecheces económicas que se padece en el Camp Nou, la nostalgia se hace un lugar recordando aquel pasado triunfador en el que nada parecía estar vetado para un equipo sobresaliente.
Al momento álgido de Lionel Messi se añadía la perfección personalizada por Sergio Busquets, Xavi y Andres Iniesta, la rebeldía de Pedro, el encaje de David Villa, la magnificencia de Víctor Valdés, la electricidad de Dani Alves o la sobriedad de Gerard Pique. Un equipo trabajado durante tres años largos que fue más allá de la gloria de los trofeos pero que a través de ellos se hizo eterno.
Dos años y un día antes, el 27 de mayo de 2009, el Barça cerró el primer curso de Guardiola en el banquillo con la consecución del triplete en Roma. Se impuso al Manchester United que había apuntillado a Rijkaard en 2008 y concretó el mejor curso de su historia moderna... Esperando al cierre de un año perfecto: el sextete que caería en diciembre de 2009 con el Mundial de Clubs.
"No es por qué ganamos, es cómo ganamos”, explicó tiempo después Busquets, uno de aquellos descubrimientos insospechados de Guardiola que en 2011 había mutado de aprendiz a caballero dentro de un esquema sin fisuras, aprendido todos los secretos en el campo y todas las virtudes que debían conducir a un Barça indiscutible a ojos de todo el mundo.
2010, la eliminación en las semifinales frente al Internazionale de Mourinho, con la anulación de un gol muy polémico a Bojan Krkic en la recta final que pudo cambiar el curso de la historia, permanecía en la retina de muchos cuando al cabo de un año Mourinho volvió a cruzarse en el camino para convertir el Clásico, los Clásicos, en batallas que iban mucho más allá de lo permitido, lo normal o lo aconsejable.
Entre el 16 de abril y el 3 de mayo Barça y Madrid se cruzaron hasta en cuatro partidos. Comenzó el pulso con un empate liguero (1-1) en el Bernabéu que casi sentenciaba el título en favor azulgrana, siguió cuatro días después con la victoria merengue en la final de la Copa del Rey y desembocó en una semifinal de Champions que ya elevó el tono hasta la locura, con una inolvidable rueda de prensa de Guardiola en Madrid llamando a Mou "el puto amo de la sala de pensa" y el Barça conquistando plaza para esa final en la que el Manchester United tenía tantas ganas de revancha como desconocimiento de lo que le venía encima.
Con siete canteranos en el once inicial, con Abidal recuperado tras su cáncer de hígado, con Puyol en el banquillo saliendo de una lesión, Mascherano asentado como central ya no de urgencia sino de garantías y un David Villa adaptado a ser un delantero polivalente al servicio del mejor Messi, el Barça pasó por encima del United como no se pudo imaginar ni en sus peores pesadillas Alex Ferguson.
Ni la salida en tromba de los Diablos Rojos, ni su reacción al inicial 1-0 de Pedro con el empate casi inmediato de Wayne Rooney hicieron temblar o dudar a los azulgranas. "Hay que seguir así, jugando a la nuestra, sin miedo, con determinación”, bramó en el descanso Xavi a sus compañeros ante la mirada solícita de un Guardiola que vio en los ojos de sus jugadores que aquella final era suya.
Y lo fue en una segunda mitad de vértigo. "Perseguíamos sombras”, reconoció tiempo después Rio Ferdinand recordando lo sucedido en el césped, con el punterazo de Messi y el obús de Villa que sentenciaron aquel 3-1 que quedó para el recuerdo como la mejor exhibición de un campeón de Europa y que al cabo de siete meses, en Japón, tuvo su punto culminante con la victoria en el Mundial de Clubs frente al Santos brasileño.
Wembley, el lugar sagrado del barcelonismo desde 1992, volvió a quedar en la retina de una hinchada que al cabo de diez años de aquella conquista del grupo de Guardiola confía en recuperar los viejos tiempos enfrentado como está el club a una renovación, o revolución, de incierto futuro.