El Barcelona ha entrado en crisis. En crisis absoluta. Sin tensión, sin alma y ofreciendo una imagen de dejadez incomprensible, el campeón se arrastró en Los Cármenes. Apenas acabó el desastre empezó a arder el barcelonismo y si la figura de Valverde acabó en entredicho la pasada temporada, apenas transcurrido el primer mes de competición de la presente, la desconfianza en el entrenador es absoluta.
Tanta como la que existe en una plantilla acomodada y que no se reveló este sábado contra la crítica recibida en las últimas semanas. Lastrado por una pretemporada posiblemente incorrecta pero que no sirve de excusa. El equipo azulgrana es ahora mismo el más goleado de la Liga, con nueve dianas en cinco partidos, y en tres visitas (cuatro contando Dortmund) apenas ha marcado dos goles. Datos terribles.
Sin futbol, sin confianza, sin vértigo, sin rabia y sin personalidad ninguna. El Barça sumó en Granada su octavo partido sin ganar lejos del Camp Nou, encajó su segunda derrota en una Liga en la que ya se ha dejado ocho puntos por el camino en solo cinco jornadas y, lo más grave, volvió a demostrar que como visitante es una auténtica calamidad.
Dos victorias, un empate y dos derrotas. Desde la temporada 1994-95 no comenzaba el Barça una Liga de tal manera… Y que arrastra la racha desde el pasado curso, cuando a partir del desastre de Liverpool, con la Liga ya ganada, el equipo de Valverde se convirtió en el fantasma que sigue siendo lejos del Camp Nou.
Ocho partidos consecutivos acumula el equipo azulgrana sin conocer la victoria fuera de su estadio pero, centrándose en este curso, lo peor es la imagen desalmada que sigue ofreciendo. Triste en Bilbao, discreto en Pamplona y afortunado en Dortmund, su imagen en Granada fue de auténtica calamidad, sin ninguna idea preconcebida, apostando a dejar a Messi en el banquillo de entrada y acudiendo a él con urgencia tras una primera mitad sin explicación posible.
El Barça de los nueve centrocampistas acabó dándole el balón a Leo en una dramática segunda parte sin orden ni concierto, en la que De Jong buscaba espacios para distribuir, apoyar y dirigir sin que sus compañeros acertaran a encontrarle.
El Barça que apostó por Griezmann no encontró al francés ni en la derecha ni en la izquierda, ni en el medio ni en el enganche. Perdido en terreno de nadie, al francés ni le alivió la entrada del capitán, con el que solamente pudo combinar una vez, una, en toda la segunda mitad.
El Barça es un campeón herido. Herido de gravedad y no ya solo alejado de si mismo, sino huérfano de personalidad. “Es una derrota preocupante” acertó a reconocer Luis Suárez al acabar el partido. Lo es, sin duda, teniendo en cuenta que, como advirtió Valverde en la víspera, es en campos como los del Granada, o Pamplona, donde se ganan o se pierden ligas.
Y a la vista de lo sucedido, el conjunto azulgrana va camino de la perdición. Como aquel Barça del pasado, de tiempos antiguos, se divierte en casa, en modo aplastamiento incluso para, lejos de su ambiente, a domicilio, convertirse en un juguete roto. En una auténtica calamidad.