Josep María Bartomeu ya no es presidente del Barcelona. El ejecutivo presentó su dimisión en la jornada del martes, luego de haber soportado toneladas de presión pública (incluyendo "amenazas e insultos", según lo indicado por él) y una votación de censura de facto que, casi con toda certeza, habría perdido.
Una lectura, quizás superficial, de la situación nos indica que éste fue un triunfo de la democracia... o, al menos, la versión de democracia que gobierna al Fútbol Club Barcelona. Bartomeu fue elegido, sus acciones fueron del desagrado de los socios y votantes, y los estatutos disponen de un mecanismo para su deposición. Se ejerció suficiente presión pública desde dentro (Gerard Pique, Lionel Messi) y afuera (distintas facciones de los medios de comunicación, expresidentes del club), al punto que los votantes tomaron medidas.
Esta es una opción con la que no cuentan los seguidores de otros clubes con líderes impopulares; y muy a pesar de lo imperfecta que la estructura del Barcelona pueda ser, existe la posibilidad de que los hinchas alcen su voz, más allá de los usuales boicots y votar con la billetera.
El antiguo adagio reza que la democracia es el sistema de gobierno más justo que existe, pero la dictadura es el más eficiente. En el mundo del fútbol esto tiene algo de verdad. Si se cuenta con el poder absoluto de forma indefinida (o hasta que se decida vender), se puede hacer lo que le plazca. Si un mandatario se continuamente asustado por los resultados de encuestas o reelecciones, la tendencia natural será pensar a corto plazo.
Bartomeu será recordado por muchas cosas; quizás especialmente por el hecho que el jugador más grande en la historia del club intentó abandonarlo durante el verano recién concluido, golpeando la puerta detrás de él. Pero, de hecho, la crisis de Lionel Messi no es más que otro ejemplo de las dificultades que se confrontan cuando se intenta conseguir un equilibrio entre los razonamientos a corto y largo plazo.
Bajo el mando de Bartomeu, el club quedó a un suspiro de convertirse en la primera franquicia deportiva en romper la marca de los mil millones de euros ($1.17 mil millones) en ganancias, algo hecho posible, en parte, al asumir sus actividades de mercancía, ventas al detal y licenciamientos de forma interna, persiguiendo una estrategia de auspicios agresiva y exitosa. Esa fue la clase de movimientos a corto plazo que requirieron de agallas y visión de futuro: se sacrifica el dinero garantizado que aportarían los socios a corto plazo, a cambio de crecimiento y réditos a largo plazo.
El problema radica en que un club de fútbol no es una marca de tiendas al detal: es juzgado, semana a semana, por lo que ocurre sobre la cancha; y en lo que respecta al departamento de resultados semanales a corto plazo, Bartomeu quedó sumamente mal parado. Aunque realmente no se trató de los resultados sobre la cancha (que fueron dispares): en sus casi siete temporadas al mando del club, los azulgranas se hicieron con cuatro títulos de Liga española (bien) y cuatro Copas del Rey (también positivo); a pesar de sólo haber avanzado más allá de cuartos de final de Champions League en sólo dos ocasiones (no tan bueno). Más bien, se debió a las acciones que tomó para mantener a su equipo competitivo.
Bartomeu tomó, o permitió que los personeros a su alrededor tomaran, una serie de decisiones mediocres, la mayoría de ellas en reacción a necesidades a corto plazo. ¿Qué Neymar acepta la oferta del Paris Saint-Germain y se va del equipo tras ejercer su cláusula de rescisión por €222 millones? Pues gastemos todo lo generado por su pase (y un poco más) en Ousmane Dembele y Philippe Coutinho, lanzando los dados a ver si uno u el otro llenan el vacío dejado por la súper estrella brasileña.
¿Qué Dembélé se la pasa todo el tiempo lesionado? No importa, gastemos otros €41 millones en Malcom y démosle sólo seis apariciones como titular en partidos de liga porque, vamos, él no es tan bueno.
¿Qué Coutinho no juega con un nivel digno de su precio de súper estrella de €145 millones? ¡No hay problema! Gastemos otros €120 millones en Antoine Griezmann, a pesar de que el francés no tiene nada de química con Messi y Luis Suárez y nos hizo ver como unos tontos el año pasado, cuando dio un giro de 180 grados y a pesar de todo, aceptó jugar con nosotros.
¿Necesitamos un centrodelantero suplente? Pues fichemos a Kevin-Price Boateng, que tiene 31 años, sólo ha anotado 10 o más goles en liga una vez en su carrera y, quizás lo más importante, no es centrodelantero nato.
Obviamente, Bartomeu no estaba tomando decisiones deportivas, pero la responsabilidad recae sobre él, y tanto gasto tuvo sus consecuencias.
La nómina se inflaba cada vez más durante la administración Bartomeu. En la campaña 2018-19, ascendió a €529 millones ($620 millones), duplicando con creces al resto de los clubes del mundo, con la excepción de ocho; superando en €98 millones ($114 millones) a la segunda nómina más onerosa del balompié mundial (Real Madrid). Para el torneo anterior, se estimaba un aumento en la nómina de €100 millones adicionales ($117 millones) antes de producirse los recortes y diferimientos salariales acordados como resultado de la pandemia del coronavirus, que parcialmente mitigaron la carga.
Uno de los efectos colaterales de todo lo anterior radica en que la deuda también creció de forma significativa antes de la pandemia y, obviamente, creció mucho más después del parón por la pandemia, al punto de que actualmente se acerca a los 500 millones de euros. También vale la pena mencionar que, en términos económicos, la situación dista mucho de ser un lecho de rosas: según afirma el bloguero @Swissramble, especializado en temas financieros, el hábito del Barcelona de pagar sus pases a plazos implica que deberán desembolsar otros €168 millones ($197 millones) en términos netos durante los próximos años.
La mayoría recordará a Bartomeu por el hecho de que lo impensable (el anuncio de Messi, con sus deseos de dejar el club) ocurrió bajo su gestión. No estamos al tanto de los detalles de la relación entre el astro argentino y el expresidente culé, por lo que sería injusto asignar culpas. Lo que sí sabemos es que la mayoría de las acciones tomadas por Bartomeu en su gestión con Messi tuvieron terribles resultados; bien sea haber facilitado la entrevista de Eric Abidal en la que éste denunció la actitud del vestuario (lo que motivó una rara declaración por parte de Messi) o las negociaciones en pos de los recortes salariales (con otra respuesta de Messi), o simplemente decir que se encontraba 100 por ciento seguro de que Messi permanecería en el Camp Nou, lo que tuvo como punto culminante el famoso burofax y la afirmación de Messi de querer dejar el club.
Todo lo anterior fue producto de reacciones a corto plazo a problemas a corto plazo. Y en todas se equivocó gravemente.
He allí el lado negativo del modelo "democrático" que rige al Barça. Se desea pensar a largo plazo por el bien del club, pero terminan actuando a corto plazo en reacción a preocupaciones inmediatas... o lo que se cree son preocupaciones inmediatas. Cuesta ser óptimo manejando ambas cosas y ciertamente, Bartomeu se quedó corto en las últimas.
Ahora, ¿qué viene? Elecciones en pocos meses, obviamente; pero lo más importante, surge una oportunidad para que aquellos protagonistas sobre la cancha de la más reciente época dorada del Barcelona (y quienes, directa e indirectamente, tuvieron algo que ver con la partida de Bartomeu) dejen su huella.
Por supuesto que me refiero a Messi, pero también hablo de Gerard Pique, Xavi Hernandez, posiblemente Andres Iniesta. Algunos seguirán jugando, aunque sea por poco tiempo; otros no, y otros tantos ya han dejado el club. Pero todos ellos definieron el periodo más glorioso de la historia del FC Barcelona (desde Pep Guardiola en adelante) y todos son descendientes del segundo periodo más glorioso en la trayectoria del club (los años de Johan Cruyff).
Es fácil olvidarlo, pero éste es un club que, antes de 1990, había ganado apenas 10 títulos de liga en 61 años (alzando 16 en los últimos 30). Estos hombres se han ganado el derecho de alzar su voz a la hora de forjar el futuro del club y lo ejercerán, directa o indirectamente, apoyando candidaturas y programas de gobierno en las próximas elecciones. Y quizás, en el caso de Piqué, lanzándose un día a la presidencia.
Esa es la versión de democracia que existe en el Barcelona. Cierto, es imperfecta y puede conducir a debacles similares al fin de la Era Bartomeu, en la que se encuentran atascados entre el presente y el futuro, y se toman terribles decisiones. Claro que, si el objetivo se limita a acumular trofeos y romper el récord de los mil millones de euros en ganancias, quizás estarían en mejor situación si el club fuera propiedad de un multimillonario iluminado capaz de contratar gente inteligente, apta para tomar decisiones a largo plazo y con sangre fría, sin someterse a consultas interminables.
Pero esa no es la meta; al menos, no lo es para la organización que se denomina a sí misma "Más que un club".