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Barcelona deja de tener intocables en su plantilla con Joan Laporta

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El Barcelona ha dejado de tener intocables en el vestuario. La triste despedida el Camp Nou con una nueva derrota frente al Celta dejó patente la necesidad de una segunda etapa en la revolución que en septiembre de 2020 afectó a Luis Suárez, Rakitic o Arturo Vidal. Si en la plantilla se conocen como señalados a los Coutinho, Umtiti, Firpo, Neto o Pjanic, en el club ya se apunta a jugadores que se suponían intocables y, quizá, han dejado de serlo.

Gerard Piqué, Jordi Alba, Antoine Griezmann o Sergio Busquets podrían no tener asegurada su permanencia en el club o, por lo menos, asegurada esa condición de intocables que tuvieron hasta ahora. Tal es así que, al margen de los jugadores que se contemplan como base de futuro y del caso especial de Messi, quien tiene en su mano la decisión a tomar, la plantilla azulgrana se aboca a una agitación como no se recuerda en los últimos años.

En 2008 Pep Guardiola, con el apoyo implícito de Joan Laporta, se hizo cargo del equipo mostrando la puerta de salida a Ronaldinho, Deco, Zambrotta, Thuram o Edmilson. Cinco años antes el propio Laporta ya había cambiado el vestuario condenando a Riquelme, a Frank de Boer, Bonano, Rochemback, Christanval, Mendieta o Geovanni. No eran, precisamente, jugadores de relleno en aquellas plantillas, sino futbolistas con salarios elevados, con contratos en vigor (excepto Mendieta) con quienes hubo que llegar a acuerdos para llevar a cabo ese cambio que ahora, también, se intuye necesario.

Piqué, quien minutos después de la debacle de Lisboa se ofreció en primera persona como víctima "si se considera necesario", acude al plano como uno de los señalados insospechados. Como Busquets o Alba, forma parte del núcleo duro de la plantilla, protagonistas junto a Messi de la mejor etapa de la historia reciente del club y que ahora se saben en la diana.

Como Griezmann o incluso Dembélé (este por el tema de su contrato que acaba el año que viene), no son pocos los futbolistas cuya continuidad se pone en duda pero cuya resolución de contrato, llegado el caso, se entiende de muy difícil solución.

Curiosamente Piqué renovó su contrato en octubre hasta 2024 en plena negociación de rebaja de salarios con la plantilla y adecuando el suyo para diferir sus ingresos. También Alba o Griezmann mantienen contrato hasta 2024 y un año antes acaba Busquets. Encontrar un punto de acuerdo como ocurrió con Suárez en septiembre de 2020 sería, si lo considerase el club, un asunto de muy difícil acuerdo.

El club, el equipo, regresa al punto de partida nueve meses después de la debacle de Lisboa. No está deportivamente el Barça en una situación tan dramática como entonces pero sí alejada de lo que se habría esperado hace apenas cuatro semanas, cuando tras conquistar la Copa del Rey con una exhibición frente al Athletic de Bilbao daba la sensación de comenzar a cuajar el proyecto de Ronald Koeman.

La ilusión por el doblete dio paso a un desplome tan impredecible como gigantesco y al cabo de dos meses de ganar las elecciones, con la mirada puesta en ordenar los números de un club amenazado por una deuda colosal, la directiva de Joan Laporta se aboca a la necesidad de tomar decisiones drásticas, y difíciles, en su parcela deportiva.

El vestuario ha dejado de ser intocable. De hecho comenzó a perder ese aura al acabar la pasada temporada pero la revolución inacabada de entonces vuelve a planear ahora. El Barça dio salida a Suárez, a Rakitic y Vidal con operaciones financieras tan dudosas como, estimó, necesarias desde la óptica deportiva. Y si no fueron más los que abandonaron el club fue, simplemente, por la imposibilidad de afrontar bajas de jugadores con salarios y contratos inasumibles.

La situación sigue igual pero las decisiones se contemplan necesarias. Lo sucedido en 2003 o en 2008, incluso en 1988 cuando a su llegada Cruyff cambió por completo el vestuario, planea otra vez en el Camp Nou. Por difícil que, se sabe, es llevarlo a cabo.