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La llegada de Maradona a Napoli: de soñarlo por un ratito, a amarlo toda la vida

Pensar que soñaron con tenerlo por un ratito en casa, aunque sea con la camiseta del rival. Y el destino quiso que lo comenzaran a amar incluso antes de que llegue a instalarse por siete años para bañarlos de gloria.

Corrado Ferlaino, presidente de Napoli, gestionó un amistoso en 1984 para recaudar dinero. Barcelona aceptó la propuesta de presentarse en el estadio San Paolo, pero descartó la presencia de su figura Diego Armando Maradona por una supuesta enfermedad. La verdad la reveló Jorge Cyterszpiler, su amigo y representante: enojado con la dirigencia, ya tenía la decisión tomada de irse de España.

En realidad, el operativo seducción había arrancado en 1979, cuando Pelusa deslumbraba en Argentinos Juniors. El club italiano le envió una camiseta al hotel y una carta que decía que esperaban que abrieran las puertas a los extranjeros para poder ficharlo. Hasta lo invitaron a pasar 10 días a Italia con todo pago. Una propuesta más que interesante para el nacido en Villa Fiorito.

Cinco años después, Antonio Juliano se acercó al presidente y le sugirió el nombre de Maradona, por recomendación de su esposa. El exmediocampista, que hizo toda su carrera en el club y en esa época era dirigente, fue el encargado de contactar a Diego. Con la luz verde, Ferlaino encontró el contexto perfecto para volver a la carga con una oferta millonaria. Porque más allá de la bronca con Josep Lluís Núñez y compañía, lo cierto es que el Diez estaba quebrado económicamente. En cero y con deudas por malos manejos de su mánager, aunque nunca ocultó su propio grado de responsabilidad.

Trato hecho: de Barcelona a Napoli

Las negociaciones duraron más de un mes y los hinchas napolitanos jugaron su partido: llegaron a encadenarse a la sede para exigir la contratación del 10 argentino. Los enviados Antonio Juliano y Dino Celentano no podían convencerlo a Núñez y Ferlaino decidió tomarse un avión privado a España para destrabar la situación. Según confesó en Maradona Confidencial, el documental de National Geographic que puede verse en Star+, la máxima autoridad de Napoli pasó antes por la Lega Calcio en Milán para supuestamente dejar el contrato. En realidad el sobre estaba vacío.

El mismo día del acuerdo, Barcelona aseguró de madrugada que ya no tenía intención de desprenderse de su joya, pero finalmente se pusieron de acuerdo por un poco más de 7 millones y medio de dólares, una cifra récord para la época.

Exhausto después de las intensas tratativas, Ferlaino se dirigió al bar de su hotel para tomarse un whisky con hielo. En ese momento, se le acercó el mozo y le preguntó: “¿Usted es napolitano?” Ante la respuesta afirmativa, le dijo: “Hoy le hicimos una buena jugarreta al Napoli. Le vendimos por un montón de dinero a Maradona, que está gordo y a lo sumo jugará un año más”. “El whisky casi me hace un agujero en el estómago. Pensé que estaba arruinado”, recordó el presidente entre risas en “Maradona Confidencial”. Al amanecer, regresó a la Lega Calcio y le pidió al guardia de seguridad que reemplace el sobre vacío por el contrato ya firmado.

El miércoles 4 de julio de 1984, a las 14:05, el Diez arribó al aeropuerto de Roma-Fiumicino en un vuelo de Alitalia. Según la crónica de El Gráfico, “lo esperaban tres automóviles con chapa de Caserta. una ciudad cercana a Nápoles (…) Doscientos policías rodeaban al avión. Para Maradona. Ni control de pasaporte ni control aduanero alguno: ‘No se había producido nunca algo así. Es el mecanismo destinado a los reyes y a los jefes de Estado’, comentaba después un empleado del aeropuerto”.

La llegada a Nápoles fue tumultuosa. Pasamos por barrios muy antiguos, de calles muy estrechas, con mucha basura en las veredas. En un momento, Don Diego me mira y me dice: ‘¿A dónde han traído a mi hijo?’ Y José Alberti, un querido amigo que llevaba mucho tiempo ahí, se dio vuelta y le respondió: ‘Tiene razón Don Diego. Pero si ustedes se quedan un año, no se van a querer ir nunca más”, recordó Fernando Signorini, preparador físico de Maradona entre 1983 y 1994.

Ni Juventus, ni Milan, ni Inter, se cerró de apuro con Napoli. La necesidad era más grande. Hasta resignó el 15 por ciento de la transferencia y prácticamente regaló su casa del barrio de Pedralbes en Barcelona para afrontar las deudas. Llegó a un “equipo de Serie B” como solía describirlo, que en las últimas tres tempordas peleó por no descender.

En su primer día en Italia, pasó el examen médico y se dio el gusto de disponer de un desierto San Paolo. Luego sería el turno de dirigirse a la bahía de Nápoles, en un yate en el medio del mar, a los pies del Vesubio, para estampar varias firmas y brindar con Corrado Ferlaino, Cyterszpiler y otros invitados.

Una presentación histórica

El jueves 5 de julio de 1984 se llevó a cabo tal vez la presentación de un futbolista más impactante de la historia. No solo por el número de más de 70 mil fanáticos que coparon el estadio para recibir a un refuerzo, sino por el significado que tuvo para ellos su llegada.

“Maradona, ere el Carlos Gardel de la pelota”, rezaba una bandera en la bandeja superior. ¡Vamos, Maradona, todavía!, se leía en la cabecera de enfrente con tono argentino. Mientras tanto, sonaba un himno adaptado para la ocasión: "Maradona ocupate vos, si no sucede ahora, no sucederá más. La Argentina tuya está aquí, no podemos esperar más”. Y para que se sienta más en casa, los altavoces reprodujeron “El choclo”, el tango de Ángel Villoldo.

Vestido con un jogging celeste, remera blanca y zapatillas, saltó al campo a las 18:25. Se produjo un estallido, mientras decenas de flashes tratatan de retratar su emoción. Levantó los brazos, saludó a una multitud enfervorizada e inició una especie de vuelta olímpica bien custodiado.

Ya en la mitad de la cancha, con una bufanda del club sobre los hombros, le habló al público en italiano: "Buenas tardes, napolitanos. Estoy muy feliz de encontrarme entre ustedes". Jueguitos con ambas piernas y un zurdazo al aire para sellar un amor que nació mucho antes de este encuentro. Se despidió tirando besos.

Fueron apenas 15 minutos, suficientes para movilizarlo por completo. En las escaleras del túnel se encontró con su pareja Claudia Villafañe, con quien terminó llorando en un cálido abrazo. Le temblaban las piernas.

La reivindicación del sur de Italia

No solo aquel camarero español con el que se cruzó Ferlaino desconfiaba de Diego. Giampero Boniperti, exitoso futbolista y luego presidente de Juventus, recomendó no invertir en él porque “con ese físico no va a llegar a nada”.

En la misma línea opinó Gianni Agnelli, otro exmandamás de La Vecchia Signora, cuando en una visita a Nápoles le consultaron por qué no habían incorporado a Maradona: “La verdad es que porque no somos tan ricos como para tenerlo… ni tan pobres como para necesitarlo”.

Lo cierto es que uno de los mejores jugadores del mundo, que todavía tenía 23 años, había llegado a un club totalmente subestimado, que nunca había ganado un Scudetto. Por entonces, el fútbol italiano contaba con grandes estrellas: Michel Platini en Juventus (29 años), Karl-Heinz Rummenigge en Inter (29 años), Sócrates en Fiorentina (30), Zico en Udinese (31), Falcao en Roma (30). Y sin lugar a dudas, el arribo de Maradona significó una amenaza para el establecido poderío del norte.

En el primer partido oficial, el 16 de septiembre de 1984, Napoli visitó al Verona. “Bienvenido a Italia” era la leyenda de un cartel totalmente discriminatorio. También era muy común que los tildaran de sucios y los mandaran a lavarse en otro acto de profundo racismo.

Vamos a poner al sur de pie. Nos tienen que tratar como somos. Les vamos a ganar y vamos a salir campeones”, sentenció Diego luego de la derrota por 3-1. Ya lo había advertido al pisar suelo italiano: "Quiero convertirme en el ídolo de los pibes pobres de Nápoles, que son como era yo cuando vivía en Buenos Aires".

Para la mayoría, una utopía. Para muchos soñadores, una ilusión. La esperanza de poder festejar, de ser visibles. De terminar con años de angustia. Maradona se puso la cinta y se adueñó de la causa. Se sintió napolitano desde el primer día.

Seguramente, en aquel primer contacto con el San Paolo vacío, se juramentó liderar una gesta tan influyente en lo futbolístico como en lo social.

Y vaya si lo logró.