Un número 10. Espléndido. Potente. Genial. Hermoso. Un número diez de aura brillante, de estampa refulgente. Una imagen celestial. Un hombre con los atributos de un dios, pero aún, un hombre. Un futbolista, a mitad de camino entre lo humano y lo divino. Entre lo terrenal y lo metafísico. Un jugador cuyo resplandor iluminó a dos pueblos que lo elevaron. Que lo amaron. Que celebraron su presencia. Que abrazaron sus proezas. Que lloraron su ausencia. Que aprendieron a vivir sin su luz. Y que hoy, por primera vez en demasiado tiempo, saborean la gloria.
Diego Maradona condujo al título del mundo a la Selección Argentina en 1986 y al Scudetto a Napoli en 1987 y en 1990. Él fue el artífice indiscutible de ambas conquistas. Él fue el redentor de los oprimidos. Quien se puso al frente de la epopeya de los postergados contra los poderosos. No hay concepción argentina del éxito sin Maradona. No hay felicidad napolitana sin Diego. Su colosal figura reconfiguró la idiosincracia futbolística -y quizás algo más- de ambos pueblos.
Por eso, su ausencia es una ausencia imposible. Tan llena de significados está que tiene su sitio destacado en los paisajes de la consagración de Argentina en la Copa del Mundo de Qatar 2022 y del título de Napoli en la Serie A. Imaginar a Maradona en esas fiestas, de la mano de sus devotos de siempre, es una tentación tan irresistible como dolorosa. Aunque la influencia de su muerte en el éxito rotundo de sus equipos excede la mera reproducción mental de su carne en las celebraciones. Su ausencia es un motivo. Un ingrediente más de la victoria.
Sus camisetas más queridas, las que mejor lo vistieron, volvieron a alcanzar la gloria a menos de tres años después de su partida. Se siente como si hubiesen sido sucesos consecutivos: el adiós de Maradona y los campeonatos de sus equipos más amados. Como si los acontecimientos estuvieran relacionados de algún modo inexplicado. O, peor aún, como si la concreción de uno fuese imprescindible para el otro. Con Maradona vivo, esto no podría haber ocurrido y todo habría sido tal como fue durante los treinta años anteriores.
Hay dos observaciones posibles acerca de la presencia (ya no tiene sentido sostener la discutible convicción de que está ausente) de Diego en Qatar 2022 y en el Calcio 2023. Dos abordajes: uno relacionado con el aspecto psicológico y otro con el religioso y espritual. Dos explicaciones bien diferentes sobre su participación en estos triunfos.
La mirada psicológica: "Matar al padre"
Sigmund Freud, el fundador del psicoanálisis, utilizó en sus investigaciones diversas figuras metafóricas y alegorías mitológicas para describir y explicar comportamientos y patologías de sus sujetos de estudio. La expresión "matar al padre" se refiere a la necesidad de cada individuo de reafirmarse y madurar. De emanciparse de la tutela paterna y comenzar una vida autónoma, sin la protección de terceros.
Habla de una liberación. Sin las objeciones o las ataduras del padre, la propia individualidad toma vuelo y los triunfos y los fracasos son propios. Es un proceso natural y necesario para alcanzar objetivos particulares. Desvincularse de la mirada escrutadora paterna permite ir en busca de logros propios.
Entonces, ¿cuando Maradona estaba vivo, Argentina y Napoli jugaba atados?, ¿la magnitud de su idolatría era un impedimento para ganar? Son preguntas sin respuestas indiscutibles, pero la simple interrogación abre la reflexión. Cientos de futbolistas vistieron las dos camisetas a lo largo de tres décadas mientras recordaban las proezas del diez y se lamentaban no poder imitarlas. Al mismo tiempo, sabían que allí estaba Diego, observándolos. Juzgándolos.
Si algo tuvo el astro argentino-napolitano durante su vida fue generosidad hacia sus compañeros de profesión. Siempre buscó alentarlos, sostenerlos. Sin embargo, en el plano inconsciente pudo haberse generado una presión. Una obligación de ellos hacia él. Así, cuando ya no estuvo presente, llegó la liberación total. Y con ella el éxito. Casi de forma automática.
Varios siglos antes que Freud, Aristóteles acuñó el concepto de catarsis, que en griego significa "purificación". Explica que una buena tragedia (en el sentido artístico del término) tiene la capacidad de liberar emociones negativas. El psicoanálisis reutilizó el término y lo transformó en un proceso de curación emocional. El método catártico es una técnica que consiste en provocar un efecto terapéutico a través de la recordación de sucesos traumáticos.
Es decir que, desde lo psicológico, la muerte de Maradona (o su evocación) puede tomarse como un acontecimiento liberador. Sin las tensiones que provoca su mirada y a partir de la catarsis que genera la desgracia de su partida, Napoli y la Selección alcanzaron el éxito que él había logrado antes. Lo imitaron, tal como plantea Freud en la solución del complejo de Edipo. Y entonces, aquello de "matar al padre" pierde su literalidad y se convierte en algo así como "imitarlo para superarlo". Hacia allí fueron Kvicha Kvarashkelia y Lionel Messi.
La mirada religiosa: "Alza, oh Dios, tu mano. No te olvides de los pobres"
La vida de Diego Maradona estuvo siempre iluminada por un halo místico. Mucho antes de su muerte se creó una "iglesia" en su honor, se lo llamó "Dios" con total osadía y se lo invocó en situaciones límite de todo tipo. Por eso, referirse a él como a un ser omnipotente y todopoderoso no representa una novedad. Sin embargo, su desaparición física y, sobre todo, los últimos resultados de sus equipos, renuevan la percepción de su espiritualidad.
Dejó de jugar hace 32 años en Napoli y 29 en el seleccionado nacional. Tras su retiro, y con él como hincha devoto, el club italiano vivió algunos de los peores años de su historia y la Albiceleste estuvo lejos de las épocas gloriosas. Fueron tres décadas de frustraciones. Sin embargo, menos de tres años después de su fallecimiento, ambos equipos volvieron a ganar los torneos más importantes. Y lo hicieron con contundencia, con absoluta justicia. Y también con el guiño supremo.
"Al Diego en el cielo lo podemos ver", dice la canción que acompañó cada partido de Argentina en Qatar 2022. Su literalidad no deja dudas. La hinchada nacional jamás creyó que el de Medio oriente fue el primer Mundial sin el ídolo. Solo lo ubicó en otro plano. En uno, quizás, mucho más significativo que el del simple espectador de palco oficial. Porque solo cuando él mismo definía las acciones en el campo de juego tuvo más influencia.
La potencia de la fe es innegable. En el fútbol, el convencimiento, la mentalidad y el azar pueden cambiar el destino de cualquier partido y de cualquier torneo. Napoli y Argentina jugaron con una ayuda celestial de la que eran muy conscientes. Creyeron en que Diego los guiaba. Lo creyeron. Que cuando la pelota picaba hacia el lado contrario a sus rivales lo hacía porque una fuerza celeste la trasladaba. Nadie puede afirmar que aquello no fue real. Porque fue real la convicción. "Si ustedes creen, recibirán todo lo que pidan en oración" (Mateo 21:22).
"Per visibilia ad invisibilia" es un famoso lema de San Pablo. Significa "por medio de las realidades visibles hacia las invisibles". Es decir, llegar al conocimiento de la figura invisible de Dios a partir de lo que ya hay creado en el universo, o sea, desde lo tangible a lo trascedente. Leopoldo Marechal también se refiere a esto en su ensayo "Descenso y ascenso del alma por la belleza". El célebre artista argentino afirma que "con la belleza de las cosas creadas nos da Dios a entender la belleza increada". Digamos que desde el juego del fútbol y toda su belleza a la mano celestial. Es un ida y vuelta entre la acción de los hombres y la gracia divina. Entre los campeones de hoy y Diego.