Sobre el rostro, la sangre mana, y Javier Aguirre lo sabe. La imagen estigmatizó sempiternamente a la afición de Honduras. La acuarela espeluznante daría la vuelta al mundo. Sí: El Vasco 2-2 Honduras.
LOS ÁNGELES -- Primero: nada justifica el salvajismo de un hondureño, de uno, no de todo Honduras.
La escena es dantesca. Sobre el penacho de canas de sus casi 66 años, una mancha escarlata se extiende, emana, fluye sobre el parietal derecho de Javier Aguirre Onaindia Arraskaeta Landeta Goyado Alberdi Uriarte Garechana y Lanetarzúa.
Una lata que voló desde la tribuna con la puntería y violencia de un lanzador de Grandes Ligas, se estampó en la cabeza de El Vasco. Los Angeles Dodgers ya buscan a ese émulo de Shohei Ohtani.
Javier Aguirre se acercaba, en ese momento, en la noche de San Pedro Sula, en el ojo del huracán del Estadio Francisco Morazán, al técnico de Honduras, Reinaldo Rueda, para despedirse y felicitarlo por la victoria de 2-0 en la jornada en que César Montes y Guillermo Ochoa se vistieron con la Piel de Judas, como escribió Juan José Panno.
Sobre el rostro, la sangre mana, y para El Vasco es el maná. Y él lo sabe. La imagen estigmatizó sempiternamente a la afición de Honduras. La acuarela espeluznante daría la vuelta al mundo. El contraste del pelaje blanco, el borbotón bermellón, y esas facciones de duro, de rudo, de personaje oscuro de Los Soprano.
Sí: El Vasco 2-2 Honduras.
La herida es más escandalosa que grave. Cierto, el hecho, el acto, el vandalismo, es más grave que el escándalo mismo.
Javier Aguirre no permite que su cuerpo médico lo atienda. Por supuesto que no. Es el testimonio universal de la barbarie en las tribunas del Morazán. De un hondureño que se convierte en la universalidad del hondureño.
Y El Vasco camina rumbo al vestidor. Se aleja de Reinaldo Rueda, quien con el rostro contraído lamenta la agresión, e internamente, el técnico colombiano lo sabe: el partido, el 2-0, ya estaba empatado, y el Infierno de Toluca, sería eso, el coliseo de los luzbeles mexicanos, que seguramente no arrojarán latas, ni monedas, pero taladrarán segundo a segundo a sus jugadores.
Sí, esa lata, ese misil traicionero y cobarde, terminará por intimidar más a los jugadores hondureños que a los jugadores mexicanos.
Sí: Javier Aguirre, héroe y mártir en la noche luctuosa del futbol mexicano en San Pedro Sula. Una más. Pero, seguramente, culto, ávido de la buena lectura, el mismo Vasco no coincide con Mario Vargas Llosa quien escribió en El Sueño del Celta: “No tengo gran admiración por los mártires... Ni por los héroes. Esas gentes que se inmolan por la verdad o la justicia a menudo hacen más daño del que quieren remediar”.
Sí, Aguirre sabe que Vargas Llosa se equivocó. Porque en el fascinante, turbulento y exótico mundo de futbol, los héroes y mártires son capaces de empatar partidos y de ganar eliminatorias. Sí, El Vasco es el Cid Campeador que aún resuella perfectamente. Ha empatado el partido que perdieron sus jugadores.
Tras la victoria de Honduras, un aficionado lanzó una lata de cerveza directo a la cabeza de Javier "El Vasco" Aguirre. 😳 pic.twitter.com/cVTLMhxX7q
— ESPN Deportes (@ESPNDeportes) November 16, 2024
Cuando Javier Aguirre se dirige al vestidor, mientras la tribuna tronaba festiva, por la victoria y por el penacho escarlata sobre la senectud blanca en la pelambre de El Vasco, Rafael Ortega, jefe del cuerpo médico del Tri se le acerca para revisar la herida y parar el riachuelo escarlata.
Seguramente, no tengo pruebas, peto tampoco dudas, Aguirre debió decirle: “Déjalo mano, déjalo Doc, no pasa nada”, y siguió caminando lentamente hacia el vestidor. Era la versión futbolera de la Carrie de Stephen King en el baile de graduación. Claro, esta vez el único incendio sería en las redes sociales.
Y seguramente, y tampoco tengo pruebas, pero tampoco dudas, debió decir: “A ver si este cabrón (su agresor), no me jodió los injertos”. Sí, 3,500 vellosidades le fueron injertadas en un proceso que duró siete horas y “duele de la chingada”, había confesado el mismo Vasco en Pasadena. Eso debió preocuparle más.
Después, ya bañadito, fresco, limpio, sin vestigios del óleo carmesí que presumió como trofeo de guerra tras cruzar lentamente la cancha del Morazán, ya en la sala de prensa, a la semblanza de héroe y mártir que serpenteó por las pasarelas universales del futbol, Javier Aguirre agregó maquiavélicamente otro matiz: compasivo, generoso, indulgente, misericordioso.
“Son cosas del futbol”, dijo y no sólo la afición mexicana lo arropó, sino que la misma afición hondureña le instaló un nicho en su corazón. “Emiliano Zapata y Juan Charrasqueado nos han perdonado”, debió ser el sentir del futbolero pueblo catracho. El Vasco, astutamente, los había exonerado. Sólo faltaron Dimas y Gestas a su lado, en esta versión moderna y canchera del Monte Calvario en el vientre del Morazán: “¡Señor, perdónalos, no saben lo que hacen!”.
Sí: Aguirre 2-2 Honduras.
Y hay imágenes de El Vasco en redes sociales. Les muestra, de todo corazón, el dedo del corazón a la tribuna hondureña. Y en un video se ve que saca su mejor versión de procacidad, su mejor léxico aprendido en las canchas, en Coapa, y en esas academias de maledicencia de la Ciudad de México. Sí, lo menos que le dijo a la turba catracha era que su señora madre tenía un parquímetro alquilando placer entre las piernas.
Inteligente, estratega emocional, Javier Aguirre no se los dijo, pero se los espetó, se los vociferó en la cara a sus jugadores, al llegar al vestidor con el rostro casi purpúreo: él había mostrado la sangre, la gallardía, el arrojo y la mexicanidad que muchos pusilánimes de su equipo no habían mostrado. Debió mirarlos a todos, de reojo, e increparlos con el ceño fruncido. “Donde ustedes fallaron, yo triunfé”.
Para el Juego de Vuelta en Toluca, Aguirre ya no necesita arenga en el vestidor. Basta la imagen de su rostro granate, y salpicando la blanca camisa, que seguramente su esposa Silvia no lavará, porque su marido tiene un fetichismo por estas cosas.
La noche del viernes y la madrugada del sábado, algunos jugadores habrán tenido pesadillas culposas con el Santo Sudario con las facciones de su entrenador. Algunos de esos futbolistas huidizos que cuidaron el pedicure, los tobillos y los rostros ya testereados con bótox y colágeno. Esos, los Montes, los Chávez, los Orbelines, esos y otros más.
El Vasco no se asusta ni del color, ni del espesor, ni del sabor de su sangre. El 31 de octubre de 1984, en el legendario Estadio Centenario de Montevideo, en un Uruguay 1-1 México, el técnico Bora Milutinovic lo colocó de bayoneta, de centro delantero. “Para que los ablandes”, le explicó Bora.
Terminó el partido. Aguirre tenía la camiseta ensangrentada. “¿Qué pasó?”, le preguntó este reportero. “Ja, ja, ja. Nada, esta sangre es de aquellos cabrones”. Esa noche, un perro guardián uruguayo de altísimo pedigrí, Nelson Gutiérrez, salió de la cancha sin los dos dientes del frente, que se habían incrustado en el codo del Vasco.
Sí, Javier Aguirre es un hematófago. Se nutre, de ser necesario, de su propia sangre y de la sangre ajena.
Y es, además este Javier Aguirre Onaindia Arraskaeta Landeta Goyado Alberdi Uriarte Garechana y Lanetarzúa, un manipulador profesional, un extorsionador emocional.
No se olvide que hace 15 años, el mismo Aguirre le asestó una patada al panameño Ricardo Phillips, y de la cual, lejos de arrepentirse, la deja ahí, enmarcada, como uno de esos diplomas perversos.
“Los regañé (a sus jugadores), porque tuve que dar una patada que ellos no se atrevieron a dar en el campo. Puse el ejemplo, mal, pero se los puse. Tenía los ojos inyectados de sangre, nos estaban comiendo en la cancha. Hay una jugada que lo ejemplifica, bueno dos. En una se barre mi capitán Torrado, el rival salta y lo pisa, nadie le dijo nada. La otra, va un balón por arriba, Ochoa lo sigue, se cuelga del arco y viene el delantero de Panamá y lo estampa contra la portería. Mis centrales, en vez de ir a defender a Ochoa o mentarle la madre al rival, casi le piden perdón”, relataba Aguirre años después.
Luego de la derrota del Tri en el Estadio Morazán, Ricardo Peláez expresó su descontento con las decisiones que tuvo Javier Aguirre en el trámite del juego.
Ya la FMF y Concacaf se indignaron. El organismo tercermundista de esta zona tercermundista advirtió que investigará los hechos. Cabe, por reglamento, el veto al recién modelado Morazán. En una de esas, hasta FIFA se involucra. El síndrome del oportunismo puede llevar al advenedizo de Gianni Infantino a una perorata ocasional. Es capaz de plagiar a Maradona: “La pelota no se mancha”. Y esta vez se manchó del hilo color rubí de la mollera de El Vasco.
Saludablemente, la FMF y el Toluca deberán fortalecer medidas de seguridad y desarrollar campañas de concientización para evitar que algún descerebrado quiera tomar venganza desde la tribuna del Nemesio Díez el próximo martes
Es que no tiene ninguna culpa el sereno Reinaldo Rueda. Es más, él debe estar aterrado, porque ha sido advertido, indirectamente, que si no clasifica a Honduras al Mundial 2026, puede terminar cualquier noche, con ese rostro de Santo Cristo.
Por eso Javier Aguirre Onaindia Arraskaeta Landeta Goyado Alberdi Uriarte Garechana y Lanetarzúa no lloriquea ni se queja. Porque sabe que los héroes y los mártires futboleros, más allá de lo que diga Vargas Llosa, beben de su propia sangre.
Insisto: Aguirre 2-2 Honduras, aunque la cédula arbitral de Walter López diga otra cosa.