“No hay nada menos vacío que un estadio vacío
No hay nada menos mudo que las gradas sin nadie".
Eduardo Galeano.
Usted disculpe: ese no es nuestro futbol de siempre. Los templos de esta religión están ahí, la fe sigue intacta, pero no hay fieles en las gradas.
Volvió el futbol, sí, en varios países, con los uniformes de siempre, la intensidad renovada, los atletas comprometidos, la industria urgida de actividad… pero sin fieles en las gradas.
La pandemia no permite el ritual de toda la vida. Es parte de las consecuencias de un mundo que cambió violentamente sus parámetros de normalidad.
En Alemania, en Portugal, en España, en Italia, en Costa Rica… sí, la pelota ha vuelto a rodar. Los jueces están en cada partido, vestidos de árbitros. Las canchas lucen impecables… Está el cuerpo, pero falta el alma, el latir de miles de corazones.
Eduardo Galeano decía que un partido sin público era como bailar sin música. Y tampoco aparece la parte mística del juego. Los estadios son los templos paganos de los miles de devotos que nos gusta asistir al ceremonial donde drama y júbilo se entremezclan en un vaivén emocional durante 90 minutos.
“El fútbol es la única religión sin ateos”, dijo el gran escritor uruguayo Eduardo Galeano. Y precisa: “El fútbol se parece a Dios en la devoción que le tienen muchos creyentes…”.
Con el resultado consumado, unos aficionados ríen, otros lloran, pero todos profesan la misma fe por la pelota. Los fieles están ausentes en este regreso del futbol. El ingrediente vital del futbol está ausente por medidas sanitarias.
Y sobre el ritual del futbol, ese que ahora no se cumple en la nueva normalidad, decía Galeano: “Una vez por semana, el hincha huye de su casa y asiste al estadio (…) En este espacio sagrado, la única religión que no tiene ateos, exhibe a sus divinidades (…) Mientras dura la misa pagana, el hincha es muchos. Con miles de devotos comparte la certeza de que somos los mejores, todos los árbitros están vendidos, todos los rivales son tramposos…”.
Hemos observado que en este extraño retorno de nuestra religión, algunos estadios maquillan gritos, euforia, mientras una tribuna silenciosa 'escucha' lo que engañosamente anuncia el sonido local. O más aún: algunas tribunas las disfrazan con fotografías que simulen un lleno impresionante. Pero es una falsa ilusión.
El silencio sólo se ve sacudido por los gritos del entrenador, los quejidos de un jugador que cae, el gol que gritan unos cuantos, los abrazos con sana distancia… El futbol en tiempos de pandemia no es lo mismo. Le falta vida. Le falta gente. Está la fe, pero sin fieles. Los partidos valen tres puntos, o en algunos casos hasta trofeos, pero sin público, sin aplausos, sin abucheos, sin el colorido de la tribuna, perdone usted, pero lamento decirle que no es igual.
El futbolista sale al campo a cumplir, pero sin el miedo escénico de jugar para el público exigente que le obliga a mantener alerta todos sus sentidos y a entregarse a sus colores sin escatimar una gota de sudor. Hoy no teme al abucheo, ni al ridículo, ni al fracaso. No hay jueces en las gradas para emitir veredictos instantáneos sobre su desempeño.
El diagnóstico de muchas décadas lo describía así Eduardo Galeano: “El juego se ha convertido en espectáculo, con pocos protagonistas y muchos espectadores, futbol para mirar, y el espectáculo se ha convertido en uno de los negocios más lucrativos del mundo…”.
Hoy el futbol volvió siendo una copia de futbol por una simple razón: hay que jugar sí o sí, como sea, para que la industria sobreviva. Hay millones y millones de euros en juego. Aun con riesgo, quizá con miedo, el futbolista tiene que salir a cumplir con las obligaciones propias de su contrato, cuando millones de personas en el mundo siguen aterradas por el coronavirus.
Sin público en la tribuna, que exija, que apriete, el futbolista juega sin eso que llaman miedo escénico: Jorge Valdano define así esa relación: “En este desfile de ‘miedos escénicos’ no podemos dejar de señalar el peor de los posibles: aquel que le tenemos a nuestro público. Si quienes debieran ser aliados se rebelan hasta convertirse en enemigos, es para ponerse a temblar”.
Hoy el único grito posible, desaprobatorio, es el de su entrenador. Ese grito normalmente se pierde en el alarido de un estadio repleto. El jugador ni escucha (ni quiere escuchar) los reclamos de su técnico. Prefiere las demandas del público.
Pero hoy, con tribunas vacías, ¿cuál es su motivación? El futbol de alta competición necesita el corazón del aficionado. Valdano insiste en esta relación: “El diálogo permanente que se establece entre jugador y espectador a lo largo de un partido supone una comunicación en la que existe un proceso de ida y vuelta instantáneo: el jugador ofrece mercancía futbolística y el aficionado le paga con afecto. Siempre existirá, por tanto, el miedo de no poder dar y la frustración de no recibir”.
Tan importante es la respuesta del aficionado en la tribuna que Valdano lo explica con la anécdota de una charla que tuvo con un directivo de club: “No hace mucho tiempo el presidente de un club español de primera división me decía con excesiva sinceridad que ‘a los futbolistas les renuevan el contrato los espectadores’…”.