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En la religión del futbol...

“Pelé está por encima de Maradona y Messi”.

César Luis Menotti.

El pasado 21 de junio (hace apenas unas horas), la selección brasileña de futbol estaba jugando la final del Mundial México 70 y tras un categórico 4-1 sobre Italia se llevó a perpetuidad la famosa Copa Jules Rimet a su país.

La celebración a su llegada a Brasil fue carnavalesca, con fiesta en todo el país porque la torcida brasileña sabía que esa brillante generación de futbolistas acababa de ganar su tercer mundial en 12 años (1958, 1962 y 1970), con Edson Arantes do Nascimento “Pelé” como el gran líder del equipo.

Un amigo mío siempre ha dicho: “En la religión del futbol, ‘Pelé’ es Dios y los demás (Messi, Maradona, Cruyf, Di Stéfano, Zidane, Cristiano, Beckenbauer y los que usted agregue) son sus profetas”.

El próximo 23 de octubre “Pelé” cumplirá 80 años y al conmemorar el cincuentenario del título ganado en México mandó un mensaje de agradecimiento al pueblo mexicano que adoptó a aquella selección brasileña como su segundo equipo (México primero) y los colmó de cariño, sobre todo en los cinco partidos que jugaron en Guadalajara.

Escritores, intelectuales, jefes de estado, primeros ministros, entrenadores, jugadores, periodistas, Papas, personajes de la más diversa índole han dedicado frases que pretenden retratar la grandeza que “Pelé” tuvo en la cancha y la buena imagen que aún conserva fuera de ella.

Fue un rey al que le colocaron la corona universal antes de la mayoría de edad. El 29 de junio de 1958, cuando llorando besaba como un crío su primera copa del mundo, Edson tenía apenas 17 años, 8 meses y 6 días de nacido. Adolfo, entonces Rey de Suecia, fue justamente el que le colocó simbólicamente la corona de soberano del futbol, y lo elevó al Olimpo, como Dios de este deporte.

En el libro Neurosis Colectivas del Siglo XX, escribió H. Pereira da Silva: “Ningún rey existente ejerce el poderío fascinador de un atleta como Pelé”.

Nunca la palabra crack se le acomodó mejor a un jugador de futbol. “Pelé” fue futbolista por los cuatro costados. Brillante en el dribling, en el remate con la zurda, la derecha, con la cabeza. Certero en el gol. Gran pasador y culminador de acciones ofensivas.

Hace ocho años escribí una columna en ESPN que trataba de definirlo: “La persona, Edson Arantes do Nascimento Filho es hoy un mortal como cualquiera, con un tiempo finito sobre la tierra. ‘Pelé’, el personaje que tan bien ha encarnado Edson Arantes, es un inmortal. No tiene tiempo ni espacio en la dimensión del futbol. La grey de la tribuna universal le acreditó desde 1958 el título de leyenda. Fue elevado en los altares de la popularidad a la categoría de Dios supremo del futbol… (Es un) crack que hace juegos malabares con un objeto esférico y cuya genialidad no tiene límites”.

Ya retirado, alrededor de este hombre gira un negocio llamado ‘Pelé’. Edson Arantes lo explota, pero también lo cuida, lo administra, lo respeta. Hace algunos años, en Puebla, nos decía: “Edson es el responsable de cuidar a Pelé, como en su tiempo Pelé le dio su gloria a Edson”.

En el mundo entero se ha escrito de ‘Pelé’, pero pocos autores han tenido el tino de la definición precisa, de la palabra justa, de la frase inolvidable, como Armando Nogueira: “Su vocación de jugador de futbol es incomparable y se exprime en el campo con la misma espontaneidad que la pelota rueda; es tan perfecto al crear como al hacer un gol, un drible, un pase, un disparo, un remate con la cabeza. Sea en la circunstancia que fuere, ‘Pelé’ mantiene con la pelota una relación de coexistencia absolutamente íntima, tierna, cordial… (‘Pelé’) Es capaz, al mismo tiempo, de estar en la concepción y en la culminación de una jugada porque su talento es de tipo esférico, como la pelota o su juego mágico”.

Incluso sostiene que “si ‘Pelé’ no hubiera nacido gente, habría nacido bola”.

Sobre la finura de su juego, Nogueira sintetizaba: “Él domina la bola con naturalidad y perfección, utilizando cualquier parte del cuerpo, no solamente los pies o el pecho; tiene un disparo potente y certero con ambas piernas; dribla con facilidad y gran arte, valiéndose del increíble poder de articulación de los tobillos, el cuello, la cintura, y, sobre todo, gracias a una fuerza instintiva, medular, que le permite salir creando movimientos nuevos, irresistibles, a base del contrapié, de falsas excitaciones, meneos y desequilibrios aparentes… Usa las partes interiores y exteriores de los pies, tanto para el drible o el disparo, como para hacer pases con efecto; tiene espantosa velocidad de arranque y se eleva para cabecear con una elasticidad impresionante y con una noción del tiempo que sólo se ve en los grandes especialistas de esa jugada (el húngaro Kocsis, por ejemplo); tiene agilidad felina para recobrar el equilibrio perdido”.

Y remató: “‘Pelé’ tiene una capacidad casi irreal para filtrarse con la bola dentro de la defensa. Va como un rayo, dando la impresión al espectador de que está atravesando los cuerpos de los contrarios. Hemos oído a mucha gente queriendo describir las infiltradas de Pelé más o menos así: ‘Él ha pasado por dentro de los otros’. Realmente, el lance es tan rápido que sugiere esa imagen. Lo que ocurre, simplemente, es que él realiza la acción a alta velocidad y con notable noción de su propio cuerpo, que le asegura el mínimo de tropiezos y el máximo de equilibrio en el gran fluir de su carrera”.

Por eso César Luis Menotti no tiene dudas cuando habla de los grandes de todos los tiempos: “Hay cuatro reyes en esa mesa: ‘Pelé’, Cruyff, Di Stéfano y Maradona. Tipos que se aburrieron de ser cracks. ‘Pelé’ superó todo. Como él no hubo ni habrá. No creo que pueda aparecer algo mejor que ‘Pelé’. Habría que crear un robot mágico, para tener lo que había en su cabeza. Messi va a camino a ser el quinto de ellos”.

En una de sus muchas declaraciones hechas a lo largo de su vida, Edson Arantes do Nascimento “Pelé” habló de su relación con la divinidad: “Para mí Dios es el creador del universo. Dios es el amor… Yo tuve la felicidad de tener casi todo en la vida. En las cosas materiales, Dios me ha dado de más. Y conste que yo pienso que las cosas materiales no llevan a Dios. Lo que te lleva a Dios es lo bueno que haces aquí en la tierra, lo que se deja de amor y de cariño. Ese es tu pase al cielo…”.