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En un partido para la historia del fútbol argentino, la Selección se metió en la final del mundo

La Selección Argentina disputará la final de la Copa del Mundo de Qatar 2022. Getty

DOHA (Enviado especial) -- En el estadio Icónico de Lusail se ha escrito la historia del fútbol argentino. El gol de Julián Álvarez es un símbolo y un resumen de cada virtud de nuestro juego: picardía, habilidad, potrero, tenacidad, potencia. Y la jugada de Lionel Messi previa al 3-0 es la genialidad en estado puro. El brillo máximo que desde siempre ha tenido el fútbol de esta tierra. Este partido de semifinales de la Copa del Mundo de Qatar 2022 ya tiene un lugar en la leyenda.

¿Son afirmaciones temerarias? No. Quien conoce bien a la Selección Argentina comprende que esta actuación ha sido mítica. En 1930 no había equivalencias con Estados Unidos; en 1978 no hubo cruces de eliminación directa; en 1986 el 2-0 sobre Bélgica está entre los dos encuentros más geniales de Diego Maradona; en 1990 el triunfo por penales sobre Italia fue mucho más épico que deslumbrante y en 2014 la clasificación por penales frente a Países Bajos también se mira con el cristal de las emociones y no tanto del juego. Esta vez hubo de todo.

Fue un comienzo difícil. Y allí está otro rasgo de la identidad nacional. El sufrimiento. Incluso en un encuentro que se definió a los 24 minutos del segundo tiempo, hubo instantes de incertidumbre. El cuadro croata entró mucho más fino a la cancha y manejó la pelota. El plan de cuatro mediocampistas no funcionó mientras el marcador estuvo en cero. La presión llegaba tarde y, con hombres más acostumbrados a tener la posesión que a recuperar, se hizo complicado.

Pero entonces irrumpió una virtud argentina proverbial y muchas veces escondida: la solidez defensiva y el carácter para sostenerse pese a los problemas. Nicolás Otamendi, el mejor central del Mundial, y Cristian Romero no le permitieron a los volantes rivales llegar con peligro y los laterales sostuvieron con extraordinaria prestancia a los extremos. Nicolás Tagliafico jugó su mejor partido en el seleccionado justo en una semifinal del mundo. Con su coraje y su tiempismo aguantó todo y cerró los caminos. Nahuel Molina volvió a destacarse por concentración y valentía.

Y entonces, cuando todavía no se veía un horizonte despejado, apareció uno de los futbolistas más destacados de este equipo. Enzo Fernández, con una pincelada en la que se puede apreciar cada pase lujoso de nuestra centenaria historia, dejó mano a mano a Álvarez, quien controló y fue derribado por Dominik Livakovic. Y entonces, Messi abrió el marcador y de esa manera comenzó su recital, que fue el recital más afinado de la Selección hasta ahora en Qatar.

Como se dice una y otra vez en estas páginas, el juego del capitán fue conmovedor. El gol liberó las tensiones pero sobre todo le dio espacios. A veces, se marca porque se genera juego y otra vez se empieza a generar juego porque se marca. Argentina borró a Croacia de la cancha después del penal. Y edificó su triunfo más emocionante.

La victoria ante Australia con su final infartante y los penales contra Países Bajos han generado enormes pasiones populares, pero lo visto en Lusail este martes, desde el pie zurdo del número diez y con la colaboración impresionante de cada uno de sus compañeros es de verdad sobrecogedor.

Su acción individual previa al segundo gol de Julián es difícil de describir. Hizo ver al mejor central de la Copa hasta hoy como un aprendiz. Freno, pique, gambeta, diez, veinte metros de pelota dominada, pase atrás. Quedará en la retina de cada asistente como quedan los hechos artísticos más hermosos de la creación.

Y gracias al merecido gol de quien hoy es el segundo mejor futbolista del equipo, la Albiceleste descansó. Y tocó. Y se relajó. Y empezó a pensar en la final del domingo. Y le dio minutos a los que aún no había jugado. Y pudo disfrutar de su épica. Al menos por unos minutos. Siempre con la idea fija. Y también con la certeza de que su personalidad, su jerarquía, su suerte y su diez son capaces de todo.