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Argentina ante la final del mundo: cabeza, corazón y suerte

La Selección Argentina juega la final del mundo ante Francia. Getty Images

DOHA (Enviado especial) -- En Argentina se le llama "final del mundo" al partido que jugará la Selección el domingo contra Francia en Lusail. No es la final de la Copa del Mundo, ni del Mundial. El concepto, cargado de un dramatismo extremo, alcanza para comprender lo lejos que está este evento de ser tan solo el encuentro definitorio de una justa deportivo. "La final del mundo" es mucho más que eso. Es el momento en el que todo cambiará. Es la final del mundo que conocemos. La final de esta realidad. Y el comienzo de una nueva.

La Copa del Mundo es el hecho cultural más potente de la humanidad. Durante un mes, la atención global se centra en un solo lugar y todo lo demás queda en suspenso, como si las preocupaciones mundanas no quisieran involucrarse en lo verdaderamente trascendente. Como si la intensidad de algunas semanas de divertimento y de ilusión infantil alcanzaran para después sobrellevar cuatro años de vida adulta con adusta seriedad. Así de fuerte es lo que se vive durante este tiempo.

El destino y el fútbol quisieron que esta vez los protagonistas sean Argentina y Francia. Los y las europeas vienen de celebrar en Rusia 2018 y el recuerdo del último título todavía es muy reciente. Conocen muy bien la alegría de la victoria y la esperan con la calma que genera la experiencia. En cambio, los y las sudamericanas hoy viven en un estado de frenesí difícil de describir. La inminencia de un éxito soñado por generaciones y buscado como si fuera el objetivo máximo de la nación (porque así lo es, en el sentido más unánime del concepto) hace que la "final del mundo" sea mucho más que una promesa de felicidad. Hace que sea un potencial hachazo en nuestra historia como pueblo.

A casi 14 mil kilómetros de distancia es complicado comprender la verdadera dimensión de la expectativa, pero cuando los sentimientos son tan potentes, los caminos se acortan. En Qatar se siente en el pecho lo que sucede en Argentina. No llega como un aluvión desesperado, sino como un viento cálido que acaricia el rostro. Las calles de Doha tienen el mismo espíritu que las de Buenos Aires, Santa Fe o Córdoba. Y aunque la responsabilidad es enorme y la potencia de estas movilizaciones puede ser atemorizante, el plantel y el cuerpo técnico son conscientes de lo que se juegan. Con tranquilidad y compromiso, asumen su tarea.

Tienen la increíble lucidez de comprender el glorioso significado que tendría un triunfo para su pueblo. Y eso habla de su sensibilidad popular. Saben que ya se ganaron un sitio de privilegio en el corazón de cada hincha, pero al mismo tiempo tienen la absoluta certeza de que una victoria tendría el poder de mejorar la existencia de una nación entera. De mejorarla este año, por supuesto, pero también en el futuro. Porque el recuerdo de una alegría semejante tiene el vigor suficiente para iluminar momentos oscuros del futuro.

Esta ha sido la Copa del Mundo de las emociones. De lo intangible. De las virtudes impulsadas por una fuerza superior a la simple técnica o táctica. Llegaron al último día los dos seleccionados con mejores atributos individuales y colectivos, pero también los que mejor supieron jugar las instancias definitivas gracias a su fortaleza anímica. Los que tuvieron carácter para sostenerse en los momentos más difíciles. Por eso, el choque en Lusail será un duelo entre dos temperamentos. Entre dos espíritus.

Se ha hablado en las horas previas del sistema, de los nombres y de las estrategias. De la línea de tres, de cinco o de cuatro. De quién será el centrodelantero de Francia. De cómo puede aprovechar Ángel Di María las espaldas de Theo Hernández. De la importancia de Antoine Griezmann. Todo se ha dicho. Y cada uno de estos puntos será importante. Pero las finales se ganan con personalidad, suerte y cabeza fría. Y en Argentina todos lo tienen muy claro.

Personalidad le sobra a este equipo. Lo ha demostrado en esta Copa en cada partido y también desde que se formó el plantel actual. No hay espacio para fallos en este sentido. Suerte también ha sabido tener, construir y aprovechar. No es fácil reconocerlo y abrazarse a los guiños del azar y la Albiceleste lo ha hecho. En tanto, la cabeza fría parte de la fortaleza mental y del plan de juego, dos asuntos muy trabajados que también han aparecido en cada momento del torneo. Ahora, solo queda trasladarlo al día más importante, lo que requiere otro tipo de exigencia y concentración.

Argentina no se puede equivocar. Ni en ataque ni en defensa. Necesita aprovechar cada ocasión de gol y no puede permitirse errores que terminen en oportunidades para Francia. En esto tienen casi la misma importancia el enfoque mental que el azar. Un resbalón, un rebote corto, un mal desvío, pueden torcer el rumbo de la final. Y de la vida de dos pueblos.

Nada será igual desde este domingo a las nueve de la noche de Qatar. El mundo como lo conocíamos los y las argentinos tendrá su final. Y miraremos el nuevo con otro cristal. O con el de la frustración y las ilusiones rotas o con el de la felicidad plena. Una felicidad inmortal. Un goce salvaje que luego se convertirá en carne. Y en uno de los recuerdos más gratos de nuestra vida.