DOHA (Enviado especial) -- Una certeza estaba escondida detrás de cada esfuerzo argentino en la Copa del Mundo. Una muy íntima convicción. Un recóndito convencimiento impulsó a la Selección en sus siete partidos en el Mundial. Una certidumbre espiritual, emocional y alojada en lo más profundo del alma: ya somos campeones. Está escrito y solo queda jugar con el corazón y la cabeza para cumplir ese destino de gloria.
Argentina fue el mejor equipo de uno de los mejores Mundiales de todos los tiempos. Pero eso no alcanza para ganarlo. Tampoco alcanza ser superior al rival en cada uno de los encuentros. Ni hacer más goles. Ni tener más la pelota. Ni patear más al arco. Ni tener mejores argumentos tácticos y técnicos. Nada de eso es suficiente para ser campeón del mundo. Además de todo, o quizás por sobre todo, se necesita un ingrediente intangible que ni siquiera tiene nombre. Mística podría ser. O suerte. O estrella. En este caso, fue una certeza de destino. Argentina jugó como campeón porque sabía que iba a serlo.
"Sabía que en algún momento Dios me lo iba a regalar y no sé por qué presentía y sentía que iba a ser esta", dijo Lionel Messi en medio de los festejos. En estas simples palabras resumió una de las razones más potentes del éxito. El presentimiento suyo se replicó primero en sus compañeros y cuerpo técnico y después en los 47 millones de argentinos y argentinas. Todos juntos lo creímos posible, lo visualizamos y lo provocamos.
La historia del capitán y su conmovedora lucha por este título merecen una y mil alabanzas. Se cantarán loas a este héroe por toda la eternidad. Sus caídas y sus victorias le han dado el soplo de vida a la Selección nacional en este siglo. Su figura ya es inconmensurable. Su legado imposible de dimensionar. Y su presente tan brillante como la Copa que levantó en el cielo de Doha. Un presente que se construyó de forma colectiva con sus compañeros y entrenadores, desde la formación dan una idea fija que muy pronto se convirtió en destino.
¿Cuándo fue que se empezó a ver en el horizonte la silueta de la gloria? Difícil de encontrar un día concreto, pero es probable que haya sido cuando una nueva generación de futbolistas entró en contacto de forma tan natural con la anterior. Cuando la comunión entre los Rodrigo De Paul, Leandro Paredes, Cristian Romero y Emiliano Martínez con los Nicolás Otamendi, Messi y Di María fue absoluta. Allí, en esa química indescriptible está la semilla del título del mundo.
Fue después del Mundial de Rusia. Del caos de 2018. Quedaban las cenizas de un sueño. Messi ya había disputado cuatro Copas y en la último había formado parte de un seleccionado muy pobre, sin ideas ni conducción. Lo iba a intentar una vez más porque así es su naturaleza guerrera, pero con pocas expectativas. No había entrenador y el recambio generacional no iba a ser fácil. Lionel Scaloni, antiguo colaborador de Sampaoli, se hizo cargo para los primeros amistosos de la segunda etapa de 2018 como interino, sin demasiada perspectiva de futuro y con la cautela necesaria para ni siquiera convocar al diez para esas jornadas FIFA de amistosos.
Recién volvió en 2019 y vio que había algo diferente. Que se sentía un aroma que jamás había sentido. Ni siquiera con sus amigos de toda la vida, con sus cogeneracionales. Los nuevos eran jóvenes que lo habían tenido como ídolo pero que al mismo tiempo lo veían como un integrante más de un posible grupo ganador. Y entonces, en ese ida y vuelta humano, también se gestó un diálogo futbolístico. La Copa América 2019 y la injusta derrota contra Brasil solidificó las sensaciones, consolidó a Scaloni como un líder silencioso pero muy inteligente y marcó el inicio del camino hacia la gloria máxima.
Luego, lo conocido. El invicto, la Copa América en el Maracaná, la clasificación, la Finalissima y el Mundial soñado. O ni siquiera soñado. Porque todo lo vivido en Qatar fue mucho más intenso que cualquier sueño. La Copa tuvo magia y tuvo drama. Como si el destino que ya sabíamos escrito tuviera que dar, por obligación, algunas vueltas antes de cumplirse. Como si se empecinara por caminar por callejones oscuros y peligrosos. Como si quisiera alejar la victoria para que luego sea aún más dulce.
O quizás, la vida sea muy difícil, como siempre lo es, y lo que ocurrió fue que la fuerza popular, el talento y el carácter del plantel nacional crearon un destino de gloria, a contramano de una realidad sombría. Tal vez, nada estaba escrito. Lo escribimos nosotros a medida que lo soñamos. Junto a un puñado de jugadores y entrenadores, durante años. Le dimos vida a un destino. Construimos un momento para toda la eternidad.