El martes, Buenos Aires vivió en sus calles la movilización popular más grande de la historia en la recepción de la Selección Argentina campeona del mundo. Fueron más de cinco millones de personas las que se sumaron a un acontecimiento único para el país.
Hubo, en ese recorrido del colectivo con los jugadores a paso de hombre, un poco de todo. Alegría, festejos y también caos. Una mezcla de sensaciones que brotaron como borbotones, un volcán que tuvo en el fútbol una erupción de energía que ayudó a apagar por un rato la desazón con la que se vive. La esperanza compartida de que, al menos por unas horas, un mundo mejor puede ser posible.
¿Por qué hubo tanta gente conmovida con esta gesta? ¿En qué se diferencia con cualquier otro triunfo anterior? Lionel Messi y este equipo maravilloso le dieron, con su victoria definitiva, dignidad al pueblo argentino. Al ciudadano de a pie. La Argentina del no se puede, pudo después de muchísimo tiempo. La Argentina de la decepción recurrente, finalmente encontró un éxito que despierta felicidad en conjunto.
Y es por eso que esta multitud es en sí misma una respuesta. Que le quepa esta afirmación a quien corresponda.
El pueblo, como pudo, a los tropezones, se unió para agradecer. Para respirar un aire hasta hoy desconocido. Todos juntos en algo. Y en ese maremoto de personas, hubo miles de pibes y pibas que fueron, por primera vez, alguien para este mundo. Vidas que nacen sin oportunidades, almas agotadas de las millones de veces que les dicen que no, esta vez tuvieron a su Mesías. Por unas horas no fueron invisibles.
Esa es la dignidad que les regaló a todos ellos Messi con esta Copa. Porque si había una mínima porción de personas en este mundo que repetían la comida como cábala en cada mediodía de partido, la gran parte no sabía si ese día iba a comer. Messi, con cada gol, con cada grito, esquivó el hambre de muchas casas. Los chicos, a los saltos, se olvidaron de que no había ni una barra de hielo para apagar el calor. Cuando vuelvan a diciembre, cuando cuenten lo que pasó, no van a sentir la panza vacía. No van a recordar que no alcanzaba para milanesas: se van a acordar de Messi, de Julián Álvarez y de Angelito Di María. Se van a golpear el pecho y van a decir que nosotros fuimos campeones del mundo.
Hay que haber visto de cerca la necesidad para comprender semejante euforia. Ese desahogo muchas veces irracional: son años de carencias en continuado. Por primera vez después de mucho tiempo, Argentina fue el mejor a algo. Ese orgullo, ese pecho erguido, ese caminar distinto, es una experiencia como pueblo que merece ser transitada.
Argentina merece vivir mucho mejor de lo que vive. Quizás sea el comienzo de algo.
Elijo creer.