Eliminado de la Libertadores y de la Sudamericana, sin competencia internacional, a 10 puntos de Nacional en la Anual, sumergido en un caos deportivo e institucional. Así está Peñarol por responsabilidad propia.
La última decepción fue ante Vélez. Quedó afuera en el Campeón del Siglo frente a un rival que estuvo siete meses sin jugar y que tiene un técnico que lo dirigió tres partidos. A ese equipo Peñarol no pudo hacerle un gol en 180 minutos, salvo el penal que anotó en los descuentos Cristian Rodríguez y que es una anécdota.
El Carbonero jugó mejor que Vélez en la serie. Fue intenso y generó las jugadas más claras. Pero su alarmante falta de definición lo condenó. Peñarol no le hace un gol a nadie. Y Vélez no fue la excepción.
La falta de un centrodelantero que lidere el goleo del equipo, que sea referencia de área, que genere y resuelva por sí solo en los últimos metros, hace la tarea mucho más difícil. Los goleadores a nivel internacional fueron Fabricio Formiliano y Gary Kagelmacher, sus centrales, con dos goles cada uno.
El 9 que había era Xisco y Mario Saralegui se encargó de quitarle toda la confianza. Le dijo que buscara club y probó con Álvarez primero y con Britos después. Ahora trajo al argentino Nahuelpan, que hace meses no juega y cobrará un salario altísimo para jugar el Uruguayo.
Pero a todas luces el principal problema de Peñarol fue la insensatez del presidente, Jorge Barrera, de traer a Saralegui.
Ya ni hablemos de Diego Forlán, a quien Barrera decidió echar tras 11 partidos cuando había una apuesta muy clara a un proceso. La opción elegida fue traer un entrenador opuesto en todo sentido. Dijo el presidente que quería darse el gusto de tener a Saralegui. El gusto, como se vio, costó demasiado caro.
El nuevo entrenador había tenido la última experiencia en la B de Ecuador a mediados de 2018, y no había podido siquiera ascender. Pero eso es lo de menos. Sus formas, sus métodos, su perfil, difieren de manera rotunda. Y llegó para dirigir un plantel que había armado un profesional con una visión absolutamente opuesta.
Saralegui llegó y prometió ir por la sexta Libertadores, cometió un desatino detrás de otro dentro y fuera de la cancha y demostró no estar preparado para dirigir a Peñarol en 2020. Rifó la Anual con decisiones desacertadas y alineaciones inentendibles y no le dio en lo internacional por las limitaciones del plantel.
El pretexto de que un hincha dirija el club es otro de los puntos inadmisibles. Para ser el entrenador de un equipo hay que llenar varios casilleros antes de ser hincha: profesionalismo, conocimiento, metodología de trabajo, desarrollo del proyecto. Lejos, muy lejos en importancia, viene si el entrenador es hincha del equipo que gestiona.
Cada vez que alguien dice que el técnico tiene que ser un hincha del club siempre pienso en lo mismo: Carlos Bianchi, el mejor DT de la historia de Boca, es hincha de Vélez.
Nadie que analizara con frialdad el futuro podía imaginar otro final cuando Barrera eligió a Saralegui. El resultado está a la vista.
Queda un mes para las elecciones. Hoy hay siete candidatos, lo que demuestra la división y polarización que vive el club, y el octavo, Juan Pedro Damiani, se lanza en breve.
El que gane tendrá trabajo por hacer. Porque este año Peñarol construyó su propio fracaso.