SANTIAGO-- Sufriendo sin duda. Sin capitalizar que enfrentaba a diez tras la roja a Zambrano. Con un gol benditamente maldecido por un fuera de lugar. Con la angustia reptando en la garganta. Así es Chile finalista.
¿Argentina o Paraguay? 90 minutos en Concepción le mantienen la incógnita.
Marcador: 2-1 a Perú. Goles de Vargas. Carnaval en Santiago. El triunfo y ese aroma de Final. La Final y esa sensación de poder ganar su primera Copa América. La ilusión vigente y la tregua, la tolerancia para aplazar la autocrítica.
La victoria le indulta de todos sus pecados. Le adormece todos sus errores. Le narcotiza felizmente de sus deslices defensivos.
Con once en la cancha, hasta antes de la torpeza de Zambrano de ganarse la roja, Perú había sido mejor que Chile. Controlaba y contratacaba. Contenía y respondía. Como pugilista mañoso y paciente, se resguardaba y administraba cauteloso los golpes. Y eso desesperaba a Chile y lo precipitaba.
Si bien Zambrano recibió la merecida humillación de la roja, el arbitraje empezó a balbucear con acento chileno cuando permite que el 1-0 sea precedido por un fuera de lugar. Vargas aprovecha un balón que se estrella en el poste izquierdo. No perdona, mientras el cuerpo arbitral masculla cómplice una jugada que no había sido tan vertiginosa como para confundirlo.
Perú no se arredró. Por momentos con diez, mejor agazapado y sabiendo los locos de los que disponía al frente, sabía que Chile, en esa desesperación ofensiva, terminaría por entregarle opciones de fusilamiento.
El empate tuvo firma de traición. Tuvo huella chilena. Gary Medel consuma al 60' lo que Farfán y Guerrero habían fallado. El 1-1 dolía en la tribuna. Porque los peruanos se mantenían erguidos y porque La Roja se desteñía en esa embestida constante, desesperada.
Para su fortuna, Chile consigue cuatro minutos después el 2-1. Pero la legión de Sampaoli no entiende de equilibrio, ni de tregua, ni de sentido común, ni de pausas, ni de manejo de tiempos y resultados. Embiste de oficio. Embiste como principio único de futbol, enriquecido por la posesión y manejo de la pelota, aunque con la obsesión de plantarse ante el portero y abofetearlo a balonazos.
Con el control absoluto, Chile sufría en los estertores y con las convulsiones de Perú. Una falta dudosa que aspiraba al catálogo de penales, hace reclamar a los incas, que con un par de remates ponen a temblar a la ya trémula zaga de Bravo.
Pero la historia no cambia. Zambrano no permitió que crecieran los anhelos de Perú. Y el arbitraje ha tomado como referencia propia, las unciones que deben respaldar anfitrión, que, sin embargo, paga sus cuotas de méritos con bien futbol y un entusiasta sentimiento suicida, insisto de morir matando y matar muriendo.
Nadie puede decir que el sufrimiento ante Perú es una lección que llega a tiempo a Chile. Porque Sampaoli no aprende de su propio sufrimiento. Porque La Roja saborea con esa sensación de kamikaze, de sepultar al adversario aunque termine en rastrojos de victoria. Y, como sea, más allá de la auto inmolación que implica, esa devoción, es de agradecerse, donde los favoritos han sido mezquinos, desde la Argentina con vida, hasta el Brasil y la Colombia, sacadas con las patitas por delante.