BUENOS AIRES -- El fútbol está lleno de cuestiones que comúnmente se dice que son para "creer o reventar". Uno de los rubros que suele sobrecargarse con este tipo de asuntos es el de las paternidades. Históricas o pasajeras, indistintamente. Cuando esto sucede, no importa demasiado si hay equivalencia o no entre los equipos, quien viene mejor o peor en cuanto al nivel futbolístico, lo que siempre termina por imponerse es esa mágica cuestión de la recurrencia en el resultado.
Al River de Marcelo Gallardo, un equipo acostumbrado a ganar, a poner en fila y eliminar rivales en ese ida y vuelta que proponen las competiciones internacionales, desde hace un tiempo le ha salido un sobrehueso en el talón que se llama Huracán. Durante el ciclo del Muñeco, no ha podido ganarle. El jueves a la noche se refrendo esta situación. Quedó eliminado de la Copa Sudamericana a manos del Globo. Otra vez ese oponente le coloca un toque amargo al transitar de River. Ahora bien, tampoco todo es azaroso ni forma parte de esos caprichos inexplicables que tiene el fútbol. La idea de la introducción era contextualizar esa sombra negra que tiene el Millo, pero a la hora del análisis hay otros varios puntos que pueden tirarse sobre la mesa para entender el por qué de eliminación del conjunto de Gallardo.
La primera de ellas, es que hace ya bastante tiempo que le está costando ser lo que fue (más precisamente, desde que volvió de Japón). En todo este certamen no había logrado clasificarse a la siguiente fase con algo de holgura. A pesar del penal malogrado por Liga en Quito, de aquel cabezazo agónico en Chapecó que terminó por estrellarse en el travesaño, y de un rendimiento poco convincente, siguió. Ahora, ante Huracán, perdió en cancha de River y el técnico fue a buscar el pasaje a la final con un esquema diferente y sorpresivo (una especie de 3-2-3-2). Tanto como los intérpretes que colocó en cancha. De esta forma fue maniatado en el primer tiempo y ahí dejó su clasificación. A pesar de la remontada del segundo. Que tuvo como eje al amor propio (algo para destacar de este equipo) y no al fútbol, más allá de un accionar indulgente de Huracán que, cuando agotó su resto físico, le ofreció a River muchas facilidades.
Volviendo al planteo táctico, lo curioso fue que Gallardo haya optado por utilizarlo con tan poco rodaje (apenas un puñado de entrenamientos). Así como desde está columna hemos ponderado la pericia y la visión del DT para superar momentos complicados, en este caso equivocó el camino y a los futbolistas del once inicial, lo cual redundó en la eliminación de su equipo.
Casco de volante derecho y Vangioni en la misma ubicación pero por la izquierda, fue una innovación casi suicida. A tal punto que en el entretiempo los sacó a los dos. Mantuvo el esquema y mejoró, es cierto, pero ya ante un Huracán cansado y obstinado en cuidar la diferencia de dos goles que había conseguido (una decisión poco saludable).
Pero dejando a un lado el hecho coyuntural, hay que decir que River no se reencuentra consigo mismo, con su juego, y esa es una alarma pensando en el gran objetivo que tiene por delante. Obviamente que para todo el mundo Millonario quedarse en las puertas de otra final representa un dolor, sin embargo es el futuro lo que más lo inquieta. Porque sabe que tiene que mejorar y eso no sucede. Quizás sean las recetas conocidas las que lleven a River a reencontrarse con los grandes momentos, que no son tan lejanos. Poniendo cada pieza en su lugar y dejando para otro momento ideas que se imaginan como innovadoras. Barajar, dar de nuevo, tomar energías e intentar una gesta épica que se llama Mundial de Clubes. Algo muy difícil, no imposible.