+ Se cumplen justamente 30 años de aquella maravillosa gesta en México. El mundial de 1986, la consagración de Maradona y la confirmación de un futbol como potencia mundial. Pero algo sucedió después. Argentina no dejo de protagonizar, de estar en los primeros sitios, de llegar a finales, pero no levantó más trofeos. Hoy, la necesidad existe, porque hay toda una generación de nuevos aficionados argentinos que jamás lo han visto campeón. Es tiempo de Argentina, de Messi y de acabar de una vez y para siempre con "los fantasmas" que aparecieron luego de que Maradona recibió la estatuilla de campeón de manos del presidente mexicano Miguel de la Madrid Hurtado.
LOS ANGELES -- Para una nación siempre orgullosa de su futbol, la sequía, el ayuno no sólo ha sido prolongado, también ha dejado una dolorosa y pesada huella en toda una generación. Hay muchos argentinos que recuerdan vagamente el gol sobre Inglaterra, "La Mano de Dios" y la consagración en el Estadio Azteca. Hay muchos argentinos que no lo vieron, que se los contaron y que a partir de ahí, han vivido un "infierno desolado" entre el futbol que cuentan sus padres y sus abuelos y aquel que no consigue el triunfo otra vez.
El culpable perfecto para cargar con toda la época de carencias sigue siendo el hombre que porta la camiseta número "10", aun con aromas sagrados de Maradona, aun, con los vestigios de un futbol al que no le alcanza mantenerse en un estado competitivo, que no está completo solo acariciando la gloria, que necesita ganar, siempre y levantar trofeos, siempre.
Argentina vuelve a tener esa oportunidad el domingo y Argentina sabe que no puede írsele de las manos.
Lionel Messi vuelve a tener la ocasión y Messi sabe que no hay otro plazo, otro pretexto, otro acercamiento infructuoso. Es ahora o nunca.
La jornada en Nueva York promete, sin embrago, no ser un "dia de campo" para Argentina. Hay suficiente materia prima, inteligencia, creatividad y personalidad para pensar que tendremos un partido de poder a poder, con los dos mejores equipos del continente, dos de los mejores del mundo, con dos nominas impresionantes en la cancha y una sola diferencia: Messi.
Lo que resulte del Argentina-Chile para definir este domingo, en Nueva York, al histórico primer campeón de la Copa América Centenario parece depender del mejor futbolista del mundo y para muchos --yo levanto la mano-- del mejor jugador de la historia.
Argentina y Messi han "paseado" hasta ahora por la Copa América. No han tenido demasiado presión ni en la ronda de grupos --donde el entrenador Gerardo Martino supo administrar la presencia de Messi y llevarlo de menos a más ante la presión del torneo y de los aficionados por verlo en la cancha-- y tampoco en las rondas definitivas, donde el equipo mostró un amplio control de la situaciones. Venezuela no fue rival en los cuartos de final y Estados Unidos tampoco lo fue en las semifinales. Los números de Argentina son pulcros e impresionantes. Al domingo llegará como el inobjetable favorito.
El problema de este equipo y de Messi e incluso antes de Messi ha radicado en ganar partidos definitivos. Por increíble que parezca, Argentina no gana un torneo de relevancia desde la distante Copa América de 1993 y está por cumplir, justo en estos días, 30, 30 lejanos años desde que levantó la Copa de la FIFA en el Mundial de 1986. Acercamientos ha tenido y de sobra. Finales de torneos continentales y finales de Copas del Mundo (1990 y 2014). Parece que ha llegado el momento de tomar lo que les corresponde.
La mayor presión para Argentina será la propia Argentina, su incapacidad para ganar finales, para levantar trofeos, su memoria de un equipo poderoso, de un Maradona genial y de los añoradles días de la gloria. Ha llegado el momento y puede que enfrente estén Chile, Arturo Vidal, Alexis Sánchez y Claudio Bravo, pero la realidad es que el rival más difícil de superar será la propia Argentina y sus "fantasmas" de las últimas tres décadas.