Juan Domingo Roldán era, para sus amigos, “El Juan”, el muchacho criado en el campo que, por su tremenda fortaleza, se hizo boxeador.
“El Juan” fue siempre igual, un hombre de campo, transparente y cristalino como el agua de lluvia. Un tipo querible y querido, que en el ring proyectó una imagen que se convirtió en un símbolo de los años 80.
Fuerte, noqueador, áspero y sin delicadezas, en el ring salía a lo que sabía hacer mejor: noquear a sus rivales lo más rápido posible. De ahí el apodo de “Martillo”, porque efectivamente, sus golpes eran verdaderos martillazos.
Así fue creciendo: amparado en su fortaleza. Cuando trabajaba en el campo, corría carreras cargando tremendos tarros de leche de 50 litros en cada mano. Allá en Freyre, su pueblo natal, comenzó a forjar su leyenda.
“Un día llegó un circo al pueblo y ofrecieron unos veinte pesos a quien luchara con un oso y lo aguantara de pie. Me comentaron la cosa y yo dije: “Por veinte pesos me peleo con el oso y todo el circo”. Y el oso no me pudo ganar, lo aguanté de pie”.
La leyenda no terminó allí, porque según Roldán: “El oso quedó medio acomplejado, porque cada vez que me veía cerca de su jaula se ponía como loco y empezaba a los gritos”.
Algunos rivales perdieron dientes, a otros les quebró las costillas y para rematar las historias de pueblo, se asegura que una noche, mientras peleaba, se apareció un OVNI, y como era al aire libre, se quedaron todos mirando al cielo…
Este periodista lo trató muchas veces en su carrera. En una de nuestras primeras charlas, aseguró: “¿Te cuento lo que hacía cuando era chico? Por ejemplo, corría cien metros sobre la tierra arada con una bolsa de sorgo de setenta kilos sobre los hombros”.
De Freyre pasó a San Francisco y de ahí a Santa Fe, en donde entrenó desde los 17 los 21 años con don Amílcar Brusa. Llegó a guantear con Monzón. Y cuando le preguntamos a Carlos como era Roldán, lo definió en muy pocas palabras: “Pega como una bestia”.
Cuando Juan Carlos Lectoure y Amilcar Brusa quedaron en veredas diferentes, Juan miró hacia el Luna Park. De la mano de un dirigente de básquet, Luis Abbá, se fueron a Corrientes y Bouchard. Cuando ingresaron a la oficina del promotor, Abbá fue terminante: “Martillo es suyo, don Tito, hágalo campeón del mundo”.
Su romance con el público del Luna se cimentó en nocauts explosivos. Lectoure sintió que, con él, iba a tener un nuevo campeón mundial de los medianos.
Logró el campeonato argentino en medio de una noche de tormenta en San Francisco, frente al campeón, Jacinto Fernández. Eran tiempos de enfrentamientos. Por un lado, Monzón y una barra de santafecinos apostándole a Jacinto.
Por el otro, Roldán, local en el pueblo, venía de entrenarse en el Luna Park. “Tenés que ganar, Juan, tenés que ser campeón, aunque sea en cuatro patas, ¿Entendiste?”, fue la orden de Lectoure, un día de febrero de 1981.
Y mientras afuera caían truenos y relámpagos y el viento hacía entrar el agua de la lluvia por uno de los portones, “El Juan” ganó, aquel viernes 31 de marzo de 1981.
No estaría mal afirmar que Lectoure creyó más en Roldán que el propio Martillo. El promotor lo pudo programar en el Caesars Palace de Las Vegas (cuando el Caesars Palace era el centro fundamental del negocio) en semifondos de lujo.
Cuando Marvin Hagler venció por puntos a Roberto Durán, el 10 de noviembre del 83, Roldán noqueó en 6 a Frank “The Animal” Fletcher. Y, la noche en que Ray Leonard se impuso sobre Marvin Hagler el 6 de abril del 87, venció por nocaut técnico a James Kinchen.
En su pelea ante Hagler por el campeonato mundial de los medianos, el 30 de abril de 1984, viajaron más de cincuenta personas para verlo, y una docena de periodistas. La pelea parecía más que difícil, pero Lectoure insistía en que con una buena mano, Roldán podía ganarla.
Y aunque Hagler cayó oficialmente en el primer round, las esperanzas se desvanecieron. Marvelous le metió un dedo en el ojo y, finalmente, mientras Lectoure lo insultaba para que tratara de ubicar un golpe, Roldán se dejó caer… Ya no daba más. Esa noche, este periodista lo acompañó en su habitación hasta quedó solo.
Y no puedo menos que utilizar la primera persona para recordar que lo arropé como si fuera un hijo: tenía el ojo cerrado, estaba muy golpeado. Lo arropé y le di un beso en la frente antes de irse.
Es que era imposible no quererlo a ese hombre, amante de la caza y la pesca, sonriente siempre, boxeador casi a pesar suyo, atracción especial en el Luna Park, de corazón noble y picardía a flor de labios.
Tuvo tres chances mundiales, porque luego vinieron Thomas Hearns y Michael Nunn. De hecho, tras la derrota ante Nunn, en el Hilton, se produjo el cierre del Luna Park: Lectoure, vacío de un sueño casi imposible de verlo campeón mundial, terminó dándole la espalda al boxeo.
Se retiró con 67 victorias, 47 antes del límite, 5 derrotas y 2 empates, en una campaña que se extendió diez años entre 1978 y 1988.
Lectoure se rompió una mano contra una pared producto de su enojo, cuando Martillo perdió con Hagler.
Lectoure un dìa le preguntó: “Juan, ¿no me odiás, aunque sea un poco? Siempre te exijo más a la hora de correr, a la hora de entrenar, nunca estoy conforme. ¿No me odias ni un poquito?”.
Roldán en voz baja le dijo que no. “¿En serio, ni un poquito?” preguntó de nuevo el promotor. “Y… bue, Tito, un poco si…” Fue la respuesta.
Se ha ido Roldán, se ha ido Martillo, se fue, ante todo “El Juan”, el campesino transparente de voz finita, chistes inocentes, mirada pícara y corazón noble.
Se fue, con él, un pedazo de la historia reciente del boxeo argentino, cuando contra todos los pronósticos, Lectoure soñaba con verlo campeón mundial.
No nació para campeón, pero nació para seguir vivo para siempre en el corazón de los que tuvimos la fortuna de acompañarlo y conocerlo.