Algunos días hay más de 30,000 personas en la casa de Andrés Perales, pero estos últimos dos meses sólo han sido tres, y así seguirá durante muchos, muchos más. Está Andrés, su hijo Andy, y Chivato, un pequeño yorkie que cada tanto ladra en el fondo. De lo contrario, reina el silencio. Acostumbrado al ruido, la emoción y el alboroto --la banda sonora con la que ha convivido durante 31 años-- la tranquilidad no resulta natural en este lugar.
"Es un poco triste verlo así", dice con la voz entrecortada en el teléfono, pero al menos hay espacio para pasear cada mañana y cada noche; espacio para estirar las piernas durante la cuarentena, lejos de las multitudes.
Andrés tiene 85 años y vive en La Rosaleda, la casa de Málaga CF de la segunda división española. (Descendió de la Primera División de España en 2017/18). Hace 54 años que está en el club, y el estadio ha sido su hogar desde 1989, cuando se alojó en un calabozo reacondicionado detrás de uno de los arcos. (Se construyeron calabozos de detención en todos los estadios de España para alojar a los hinchas con mal comportamiento para el Mundial de 1982).
Ni siquiera la disolución del club en 1992, que forzó una reforma, lo movió de allí. Ni tampoco su jubilación. En 2002, cuando el estadio fue reformado, se mudó a una pequeña residencia cuadrada de ladrillo blanco rodeada de claveles en la otra punta del estadio. La casa se encuentra dentro del perímetro del estadio, donde ingresan los autobuses por la Puerta 19. Hacia abajo se ingresa a la cancha.
La Puerta 18 lleva su nombre. Andrés nunca fue jugador o DT del club, pero ha sido prácticamente todo lo demás. "Todo, todo", dice. Fue cuidador cuando se mudó al lugar, y arrancó como chofer detrás del volante de la Flecha Azul, el viejo autobús del equipo que sigue en pie a pocos metros de su puerta. Ahora es una pieza de museo con marcas de óxido en toda la estructura. Tomó el volante por primera vez en 1966. "Kilómetros", dice Perales. Cumplió de sobra, eso seguro.
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"Trabajaba para una agencia, conduciendo autobuses", explica. Málaga no tenía el suyo propio; alquilaba. "Un día me preguntaron si quería ser su conductor, y dije, 'Bueno, si quieren pagarme más'. Lo hicieron, así que vine aquí. Fui conductor durante años sin parar". Cuando Perales finalmente dejó, cansado de estar en la ruta, le dieron la oportunidad de seguir trabajando en el club. Ya no quería dejar a su familia --tenía dos niños en aquel entonces-- pero tampoco quería irse de Málaga. Fue conserje, utilero, y hasta hizo de fisioterapeuta.
Era parte de la "familia", dice Andy. Todos lo eran. Andrés crió a sus hijos dentro del estadio. Fueron siete. Ya todos se fueron. Sólo Andy, de 43 años, sigue ahí. Se fue cuando se casó, pero regresó luego de separarse.
"Los jugadores venían a almorzar, cocinaba mi madre", recuerda Andy. "Yo crecí aquí, dentro del estadio. Cuando escribía la dirección o le contaba a la gente, me preguntaban: '¿Estadio? ¿Quieres decir calle?' 'No, no, estadio'.
"Al principio es emocionante, claro, pero luego pasa a ser algo normal. Es como cuando Lionel Messi vino aquí y todo el mundo estaba '¡Messi! ¡Messi! ¡Messi!' Estaban enloquecidos, pero él pasaba y yo era como, 'Ah, bueno, Messi'. O Cristiano Ronaldo, o Iker Casillas.
"Recuerdo a Cristiano Ronaldo, Duda y Eliseu [jugadores de Málaga] hablando aquí después de un partido. Yo pasé. '¡Oye, gordito!', gritó uno. '¡Oi, portugués!' La cara de Cristiano. Se preguntaba por qué dije eso, pero eran mis amigos. Son demasiados para mencionarlos a todos, pero éramos muy amigos del legendario Juanito, Fernando Sanz, la familia Hierro... Los jugadores actuales, también: Luis Hernández, Míchel, Juankar...
"Me gustó la época de Míchel, Valdano, Buitre: La Quinta de Madrid... Raúl más tarde. Yo era un poco más hincha de Madrid [que de Barcelona], pero para mí, Málaga es todo. Málaga me dio de comer, y estoy orgulloso de estar aquí y agradecido por todo lo que hicieron por mí y por mi familia. Cuidan de mi hija", dice. Se detiene. "La extraño: Hace dos meses que no la veo. Esa es la parte más difícil de la cuarentena".
Para su padre, los nombres van mucho más atrás.
"Hay tantos [jugadores] que no podría nombrar a uno solo, o elegir un favorito", dice. "Son 50 años. Juanito, Viberti, tantos presidentes, entrenadores. Jugadores: eran jóvenes, divertidos, hacían bromas. Eran buenos chicos, aunque les gustan sus cosas, ya sabes. Salir por la noche y eso".
A lo largo de los años, todos vinieron, por supuesto. Diego Maradona, Johan Cruyff... "Y Pelé", dice Andrés.
¿Pelé?
"Así es. Jugó un torneo de verano aquí", recuerda Andrés. "Vino Santos. Fue un revuelo esa noche, y estaban por perder el vuelo de regreso. Me llamaron del club, eran cerca de las 2 de la madrugada, y me pidieron que los llevara a Madrid. Les respondí que no había tiempo, por lo que fuimos a Lisboa, todo el equipo de Santos. Tostao, también.
"Pelé se sentó sobre el motor. Tenían un sobre con 4 millones de pesetas en efectivo. Paramos a comprar sándwiches: luego tiraron el pan y sólo comieron el jamón. Estaban tomando. Ese sí que fue un viaje interesante".
"Podría escribir un libro", dice Andrés. "Podría escribir tres".
En estos días, Andrés mira partidos en su casa - o, para ser más precisos, lo había hecho hasta principios de marzo. Pero ya no los mira más desde las gradas.
"Cuando arrancan los partidos, él dice, 'hijo, enciende la tele', y la prendo para que pueda ver jugar a Málaga en su living", comenta Andy. "Tiene 85 años, por lo que no es fácil. Las gradas, todas las escaleras, el ruido, la tensión. Por lo que mira los partidos en el living y cuando Málaga gana, él está feliz. Si perdemos, no lo está.
"Extraño ese ruido, incluso desde adentro de la casa", agrega Andy. "Los gritos de '¡Málaga!', las personas quejándose con el árbitro...", se ríe. "El sonido que hacen las semillas de girasol: realmente puedes escuchar eso, ese '¡Huuuy!', cuando alguien estuvo cerca, el grito de '¡Vamos!', la atmósfera del fútbol. Los puestos de afuera, la gente con las camisetas. Y estábamos jugado mejor, había esperanza. Ganamos en Cádiz, donde nadie gana. Estábamos mejorando. Y de repente, todo se detuvo".
Para Andrés y Andy en especial. Ellos no han salido de su casa; toda la nación ha dejado de visitar su casa. Los jugadores -- familia - y los fanáticos. Ellos también son familia, por supuesto. Algunos días, la hija de Andrés que tiene 56 años, hermana de Andy, les deja comida, pero eso es todo.
El perro vuelve a ladrar. Al menos tienen el jardín más grande de Andalucía: una cancha de fútbol. Dos, de hecho. Esta la cancha principal y la de entrenamiento, un anexo al lado.
"Estoy bien, pero estoy grande, estoy envejeciendo", dice Andrés. "De modo que no salgo. Tengo dos canchas para mí. Hace tiempo, plantaba las canchas, las sembraba. Todo. Hay lugar para caminar. Salgo a caminar todas las mañanas: me tomo mi tiempo, lo hago con tranquilidad. Almuerzo y luego duermo una siesta. Luego me levantó a la tarde. Ni siquiera me subo al auto, me cansé de los autos".
Andrés recuerda los partidos con los jugadores, pero esos días han quedado atrás. Para Andy, también. Pero sin dudas, es tentador salir con la pelota de vez en cuando, hacer un partido, patear unas pelotas.
"Ocasionalmente, solía hacer eso en la cancha de entrenamiento", cuenta Andy. "Pero ya no es tan tentador, después de tantos años. Supongo que debe ser como comer huevos con papas fritas todos los días, después de un tiempo llegas a un punto en el que te cansas. Estoy aquí, no salgo. Termino de trabajar a las 3 y estoy en el estadio. No soy como esas personas que nunca han hecho deportes en su vida y de repente salen a correr porque está permitido. No voy a morir de coronavirus, pero puede que muera de un ataque al corazón.
"Nos estamos arreglando bien, aunque es duro con el aplauso de las 8, las tardecitas, las noches. No puedo jugar al fútbol con papa en la PlayStation. Pero no me puedo quejar. Tenemos nuestro espacio, es grande, hay lugar para caminar, y tenemos todo aquí: mis gradas, mi cancha. He estado preparando el lugar para el verano, pintando, trabajando hasta las 3 todos los días, por lo que no me aburro. Así que no extraño esas cosas, no estoy desesperado por salir".
Luego hace una pausa y agrega sonriendo: "cuando abran las explanadas, los chiringuitos, será diferente".
Hay buenas noticias, dice Andy. El viernes por la mañana, al fin, alguien se acercó a esas puertas. Los jugadores aparecieron por primera vez después de dos meses. Se hicieron test de COVID-19 y con ellos, llegó un poco de esperanza de que se pudiera retomar el fútbol.
"Debido al virus, decidieron hacer todo aquí. Entrenarán en las dos canchas: el estadio y el anexo. Sólo los pude salida a la distancia, por supuesto, pero los pude ver. También me hicieron el test a mí, porque estamos aquí viviendo y trabajando. Te ponen eso en la nariz y en la garganta. Si te tengo que decir la verdad, casi vomito".
Andy le pasa el teléfono a su padre: conductor de autobús, fisioterapeuta, conserje, cuidador, portero y guardián espiritual con un portón que lleva su nombre, el hombre que ha abierto su hogar a miles de personas con el paso de los años y espera poder volver a hacerlo pronto. En el fondo, Chivato ladra y, durante unos instantes, el estadio está un poco menos silencioso.