LOS ÁNGELES — Hace cuatro años y unos días, Diego Lainez era presentado como refuerzo del Betis, y el tercer fichaje más caro de su historia. Hoy, Carlos Gardel le da la bienvenida en su regreso a México: “Con la frente marchita”.
Fracasó. Pero, fracasar no lo estigmatiza como un fracasado. Regresa, para intentar volver a Europa, para tratar de encontrar la madurez, esa misma que Miguel Herrera le advirtió que aún necesitaba adquirir en México. Ahora, pasaría del limbo europeo a la cámara hiperbárica.
Regresa con Tigres, que se ha convertido en el más expedito medio de repatriación para el futbolista mexicano. No regresó a su cuna, el América, por cuestión de centavos. Lainez cobraba 414 mil dólares al año con el Betis. Ahora podrá ganar, con bonos de rendimiento, cinco veces más en un año.
América no quiso pagarle eso a Lainez, y el razonamiento de Santiago Baños es irrefutable: “¿Con qué cara me planto ante (Álvaro) Fidalgo y (Alejandro) Zendejas si le pago eso?”.
Recuérdese cómo se fue Láinez de El Nido. Su Padre habló directamente con Emilio Azcárraga Jean. Le dijo que había ofertas de la Roma. Emilio ordenó facilitar todo el proceso. Pero, Láinez aterrizó en Sevilla. La brújula mintió.
¿Cómo debe interpretarse el regreso de Lainez al futbol mexicano? Reivindicación, resurrección, reconstrucción, rehabilitación… y desesperación. No debe verse como renuncia, deserción o claudicación. Hijo prodigio e hijo pródigo.
Lainez y su entorno entendieron, tarde, pero entendieron, que no había cabida en Europa. Cuando dos clubes sin alcurnia, como el Betis y el Sporting Braga, te recluyen en la banca, y a veces en la tribuna, y a veces en el anonimato, seguir intentando en tierra agreste e inhóspita, era seguir socavando la tumba para su carrera.
Finalmente confrontó la encrucijada: repatriarse o morir. El golpe de gracia lo recibió en noviembre pasado, en Girona, cuando Gerardo Martino le dejó fuera del Mundial Qatar 2022. Después de semejante bofetada de realidad, se sumió en depresión. Había viajado a Europa en busca de fama y fortuna. Sólo había encontrado infamia, infortunio y la segregación en la banca.
Recuérdese que, antes de iniciar el último torneo de Miguel Herrera con América, el Apertura 2020, intentó que Lainez regresara a préstamo a Coapa. Baños hizo los acercamientos. El jugador se negó. Y lo hizo de nuevo seis meses después. Y otra vez.
¿En qué falló? No hay certificado de autopsia oficial del Betis ni del Braga. Las versiones recurrentes son la obsesión del jugador por el vértigo, la velocidad, el amague, el caracoleo, y la convicción de que él solo puede ganar un partido. Y no es un acto de rebeldía, ni de indisciplina ni de desafío a la autoridad. Juega así por intuición, por capricho de su instinto.
Y además se desubica cuando se le pide que presione en la salida del rival, o que auxilie en la marca sobre el primer hombre de salida del equipo adversario.
Cuatro entrenadores en Sevilla quisieron educarlo para que se adaptara al futbol español: Quique Setién, Rubí, el interino Alexis Trujillo, y Manuel Pellegrini. Todos fracasaron. Hasta que éste último, reiteradamente, le recomendaba que buscara otro club.
Setién, interrogado sobre el delantero mexicano, reconoció que es un tipo que embelesa a la tribuna, con facultades tremendas, pero: “Si realmente fuera tan desequilibrante de verdad y metiera dos goles, podría convertirse en Messi, entonces le permitiríamos no hacer nada más, pero hay que meter los goles y si no los metes, hay que ponerse a trabajar”.
Claro, en el Braga también quisieron reeducarlo, pero ni Carlos Carvalhal ni su sustituto Artur Jorge, pudieron disciplinarlo. Y el Braga lo regresó al Betis.
¿Encaja en Tigres? Diego Cocca se ha adaptado rápidamente a Tigres. Tiene un material de mayor calidad que en Atlas. Por eso, ensaya movimientos y posiciones diferentes. Se ve al mejor Luis Quiñones de la historia, y André Pierre Gignac ya suma tres goles, con un relanzamiento de Carioca y Pizarro, más eficientes ahora.
El desafío es para Cocca. Deberá convencer a Diego Lainez de enrolarse en las necesidades colectivas. Ya no es el mocoso aventurero que deslumbró en las Águilas. En junio cumplirá 23 años y llegará de 26 al Mundial de Norteamérica, y debe asumir las exigencias de este traspaso. No sólo estará atenta la afición de Tigres, sino los otros 17 equipos que habrían querido reclutarlo.
Hay ventajas importantes llegando a Tigres. Compartirá con jugadores por arriba del nivel medio de la Liga, lo que facilitará el lenguaje futbolístico, y seguramente será exigido por la jerarquía de sus propios compañeros.
Además, hay un personaje que puede ayudar a cambiar su historia. Dependerá en mucho que ese padrinazgo lo concilien Mauricio Culebro y Mauricio Doehner. André Pierre Gignac es el futbolista con la personalidad, la experiencia y el liderazgo, para conseguir de Lainez lo que Cocca y Tigres requieren.
Cierto, ya un personaje similar intentó orientarlo, apadrinarlo y ubicarlo, pero tal vez lo que Andrés Guardado no consiguió, pueda hacerlo el francés, convertido sin duda en el extranjero de mayor impacto e identidad con el equipo Tigres. Si Guardado no pudo y Gignac tampoco puede, entonces sí, habrá que añadir a Laínez a la inextinguible y larga lista de las eternas promesas del futbol mexicano.
Todo este escenario del fracaso de Láinez en Europa, revive una anécdota que relata Ruy Castro en “La Estrela Solitária”, libro dedicado a Garrincha. Ojo: guardemos las proporciones, porque el brasileño es equiparado en su país con O’Rei Pelé, pero viene al caso.
Trabajaba el técnico nacional Vicente El Gordo Feola con Garrincha de cara al Mundial de Suecia. Obsesionado, el entrenador quiso educar al hombre de las piernas torcidas, para que generara juego colectivo. Colocó una silla en medio del campo. Le ordenó al jugador que tocara el balón lateral a un compañero y recibiera la pelota detrás de la silla. Al tercer ensayo, Garrincha hizo de las suyas: tiró un túnel entre las patas de la silla y recogió la pelota detrás de ella. Entre maldiciones, enfado y carcajadas, Feola entendió que no tenía remedio. Garrincha sería determinante, así, en el Mundial de 1958 y el baluarte en el Mundial de Chile en 1962.
Pero, como dijo Quique Setién, Lainez no es ni será Messi jamás, como tampoco es ni será Garrincha jamás, pero conque modifique su egoísmo instintivo para jugar al futbol, le deberá alcanzar para pasar de ser un repudiado en Europa, a –otra vez--, el bien amado de México.