He estado pensando estos últimos días en los factores necesarios para generar compromiso en un grupo de jugadores, los cuales la mayoría tienen claro su objetivo individual, pero son pocos los que conocen (mucho menos los que asumen) el camino diario que hay que recorrer. Creando el mapa que nosotros como entrenadores debemos de proponer, caigo en la cuenta que las sesiones de entrenamiento son nuestra principal herramienta para lograr “enganchar” a los deportistas ya que éstas son todos los días, y para poder instaurar un hábito lo mejor que se puede hacer es repetirlo diariamente.
Una vez distinguido el poder de la sesión de entrenamiento entonces es momento de discernir que elementos hacen que un entrenamiento sea seductor, pueda despertar interés en el futbolista y, sobretodo, que convenza a los involucrados que vale la pena “el esfuerzo” (entrecomillo porque realmente debería ser “la inversión”). Llegado a este punto surgen variados componentes, todos ellos necesarios sin lugar a dudas, pero hay uno que desde mi experiencia tiene mayor peso: competencia. El deportista entrena para la competencia (partido, carrera, combate, etc.), por esta razón me parece natural que en todas las sesiones haya disputas, duelos, retos; un ganador y un perdedor.
Existe una incógnita, muy probable solamente dentro de mi cabeza, sobre qué sucede primero con un deportista: el gusto por la actividad a realizar (la disciplina que éste escoja) para luego disfrutar compitiendo a través de ella, o el gusto por competir y posteriormente elegir una actividad en la que se sienta capaz de poder hacerlo. Realmente es poco trascedente la respuesta, lo importante acá es darnos cuenta que para el deportista la competencia es básica, es el momento de ponerse a prueba, conocer sus límites (físicos y mentales), saca lo mejor y lo peor, evidencia, da las pistas necesarias para saber si se va por buen camino o hay que rectificar. Competir es ese momento donde nos sentimos vivos, nos conecta al 100% con la actividad, entramos en un estado de máxima alerta, por esta razón muchos nos volvemos adictos a competir.
Debemos de tener cuidado ya que esta misma sensación que provoca la competencia y esa posibilidad de “perderlo todo” es muy similar a la que provocan las apuestas, los juegos de azar. La ludopatía, el trastorno psicológico provocado por la necesidad de apostar, es hoy por hoy una de las mayores (en número de pacientes) adicciones tratadas en los centros de rehabilitación. Michael Jordan, recién retirado, tuvo problemas con las apuestas ya que en ellas encontró un lugar donde canalizar esta energía que le provocó durante tantos el deporte profesional. Al poco tiempo fue atendido y logró, mediante el golf, enfocarlo de forma sana.
Con control, presentándole al atleta un marco acorde a sus necesidades, y extrayendo lo positivo de la competencia, el entrenador debe de hacer uso de ella en cada uno de sus entrenamientos. Alegría, estrés, compañerismo, frustración, la tan de moda resiliencia, ansiedad, son consecuencias generadas por la urgencia de ganar o de no perder y solamente entrenándolas se podrán percibir, luego reconocer, para finalmente sacar beneficio de ellas. Competir por competir nunca es el objetivo, esto solamente generaría estrés innecesario. La meta es que dentro de un entorno competitivo el deportista tenga la capacidad de apegarse al plan establecido previamente por el entrenador y distinguir para aplicar las conductas necesarias, individuales y de equipo, que harán que las probabilidades de ganar aumenten.
Competir seduce, la competencia genera compromiso. Competir nos hace estar presentes, aceptar que nuestros actos tendrán consecuencias y ser valientes para trabajar por los beneficios en lugar de evitar las pérdidas. Winneres win, totalmente cierto, pero antes de eso: winners compete.