“Millones de tunecinos esperan la victoria” es la frase más importante de la historia del fútbol en Túnez. El enunciado se repite en el tiempo, lo dice un entrenador en un vestuario lejano y lo escuchan futbolistas criados en una cultura sacrificada y nacionalista. Puede parecer un lugar común patriótico, un mal guion cinematográfico, pero es una cita atada a su más glorioso pasado futbolero, con potentes ecos en esta Selección que mira con ilusión hacia Qatar 2022.
La frase se pronunció por última vez el 25 de marzo de este año. Estamos en Bamako, la capital de Mali. Desde el vestuario visitante del estadio 26 de Marzo se cuelan los alaridos en francés de un seleccionador interino que llegó medio de casualidad al cargo pero que no piensa darle la espalda a su responsabilidad. Su patria no se lo perdonaría. “Hoy, ustedes no son jugadores, son militares. Doce millones de tunecinos esperan la victoria. Y sé que son capaces de conseguirla”, grita Jalel Kadri en el final de su encendida arenga.
La Selección de Túnez está por salir a la cancha para jugar el 1er partido de su repesca mundialista y el DT sabe qué decirles a sus jugadores para motivarlos. Sus “soldados” obedecen. Van y ganan por 1-0. La charla en el vestuario, que está siendo grabada, se vuelve viral. Y Kadri, el inesperado entrenador de las Águilas de Cartago, que cuatro días más tarde asegurarán el boleto al Mundial con un empate sin goles en casa, se transforma en objeto de adoración popular.
La escena, que las redes sociales se encargaron de inmortalizar, remite directamente al momento más importante para el fútbol de Túnez. Se lo conoce como "Malahamet al Argentina". El "Triunfo de Argentina", traducido del árabe, recuerda a la victoria por 3-1 ante México en 1978, en el debut mundialista, tras una patriótica charla de su técnico que no solo cambió el curso del partido sino que resignificó para siempre el deseo tunecino hacia la Copa del Mundo.
Nos subimos al Delorean y le pedimos al Doc que nos lleve 44 años al pasado. Estamos en 1978, en Rosario. Los futbolistas de México y Túnez regresan a los vestuarios para descansar por unos minutos. Los tunecinos van cabizbajos, pierden 1-0 tras un penal bastante tonto en el minuto final de la 1ra parte. El último en ingresar al camarín es Abdelmajid Chetali, el DT de Túnez. Mide 177 centímetros pero su personalidad y la sombra de su historia como primer ídolo de esa Selección lo hacen ver como el gigante que es.
En silencio, Chetali camina hasta un rincón y abre su bolso. Mete la mano, revuelve un poco y saca una bandera de Túnez. La despliega y la deja flotar unos segundos hasta que toca el suelo del vestuario rosarino. El propio DT corta el solemne silencio: "¡Levanten la cabeza, el tunecino nunca baja la cabeza!". Luego, agrega unas palabras destinadas a hacer historia: “Millones de tunecinos esperan la victoria”. En silencio, como había llegado, se da vuelta y se va. Su trabajo estaba hecho.
“Bastó que Chetali sacara la bandera nacional y la agitara delante de nosotros para galvanizarnos. Para que solo tuviéramos en mente la imagen de toda esa gente que nos seguía allí lejos frente a su pequeña pantalla. Hicimos una metamorfosis asombrosa”, recuerda el defensor Omar Jebali. Los tunecinos salieron a la cancha, dieron vuelta el partido e hicieron historia. Fue un debut triunfal para Túnez y la primera victoria africana en una Copa del Mundo.
MADJA, EL PIONERO
Abdelmajid Chetali es el primer prócer del fútbol tunecino. Como tal, fue primero en todo. Fue el primer gran capitán nacional, en sus 6 años con la Selección. Fue parte de la primera experiencia olímpica, en Roma 1960, de la mano de Milan Kristic. El yugoslavo lo ubicó en el centro del campo con la certeza de que se transformaría en el líder futbolístico y espiritual del equipo. Y, antes de colgar los botines, fue responsable de conducir a las Águilas hasta su primera final en la Copa Africana de Naciones. Anotó un gol pero cayeron 3-2 ante Ghana, en tiempo suplementario.
Madja, como lo apodaban, fue también el primer gran entrenador tunecino. Tras su retiro viajó a Alemania para formarse. Se graduó como técnico en Colonia, en 1974. Uno de sus grandes mentores fue Helmut Schön, el DT campeón mundial con Alemania ese mismo año. "En la ceremonia de graduación, me dijo: 'No busques dinero, aprende el trabajo con los niños' y por eso decidí empezar mi carrera de entrenador con los jóvenes”, recuerda Chetali. Regresó a su país para difundir las ideas que había incorporado, como el rigor y la voluntad germánica, y para revolucionar el fútbol tunecino.
Tras un breve paso por las juveniles nacionales, donde conoció a casi todos los jugadores que luego dirigió en la mayor, en enero de 1975 Madja asumió el desafío de llevar a Túnez a su primera Copa del Mundo. No conforme clasificar para Argentina 1978, se propuso conseguir el primer triunfo mundialista. Y lo hizo, como dijimos, con palabras motivadoras y además con inventiva táctica. Chetali le infundió a su equipo una disciplina poco frecuente en la época y una ambición inesperada para una selección debutante. "Queríamos demostrar al mundo que Túnez, un país prácticamente desconocido, era capaz de ofrecer un fútbol ofensivo y atrevido", afirma.
Con una estructura moderna y firme, que sabía juntar gente en defensa para achicar espacios, Chetali se permitió pensar en cómo contragolpear a rivales más poderosos. Una de las claves de esa propuesta fueron sus laterales que se desplegaban en ataque con una velocidad futurista para aprovechar los huecos defensivos contrarios. El mejor ejemplo es el tercer gol ante México, en el que Mokhtar Dhouieb, su lateral derecho, ingresa en imagen como una locomotora para sentenciar la victoria. "En ese momento, el lateral apenas pasaba la línea central. Con Madja, Kaâbi y yo éramos auténticos extremos, era todo un invento futbolístico en aquella época”, destaca Dhouieb.
Transmitir esas ideas y desarrollar ese sistema de juego no fue fácil. Chetali debió hacer uso de sus poderes, su prestigio y su reconocido liderazgo, para reformular la mente de futbolistas acostumbrados a un juego más estático. Y lo hizo a la vez que unía a un plantel que sufría las mismas diferencias internas que el país. “Era nuestro hermano mayor, tenía el mérito de eliminar las tendencias regionalistas. Era un unificador, un mito", explica Dhouib.
Su experiencia y su habilidad de psicólogo para entender la cabeza del futbolista tunecino le facilitó muchas cosas pero no le evitó enfrentamientos ni decisiones difíciles. En el vestuario de Túnez había personalidades fuertes, como la de su capitán Témime Lakhzami, que de tanto en tanto necesitaban ser puestas en su lugar. "Témime era un jugador adulado por el público hasta el punto de caer en una relativa megalomanía. Por eso le dije una vez en el estadio de El Menzah: ¡Si tú llenaste estas gradas yo ya lo hice antes que tú!”, recuerda Chetali.
Otro referente de ese equipo era su arquero, Sadok Sassi. Attouga, como lo llamaban, era un veterano. Había sido compañero de Chetali en la Selección en los 60 y llegaba a Argentina 78 con ganas de darle un final de lujo a su carrera. En los amistosos previos, Madja se dio cuenta de que Attouga ya no estaba en su mejor nivel y decidió reemplazarlo por un juvenil y más confiable Mokhtar Naili. Por supuesto, Sassi se enojó pero terminó aceptando la decisión del DT. “Estoy convencido de que protegí a Attouga, sigue siendo un gran amigo”, cuenta Madja.
Luego del histórico debut triunfal ante México, Túnez siguió dando de qué hablar. Cayó apenas por 1-0 ante la poderosa Polonia de Lato, en el 2do partido. Y se despidió de su 1er Mundial dando una última sorpresa: le empató 0-0 a Alemania Federal, entonces vigente campeón del mundo. Chetali se reencontró con su maestro alemán pero no pudo superarlo. Madja y Schoën se saludaron tras el partido y ambos sonrieron satisfechos con lo conseguido.
Pese al triunfo y el empate, las Águilas no lograron pasar de ronda pero fueron 9nos de su primer Mundial. Esa gran actuación, impulsó a la FIFA a aumentar a dos los cupos africanos para España 1982. El impacto de aquella epopeya deportiva en Túnez fue enorme. Una multitud exultante, encabezada por el presidente de la Nación, recibió a la delegación al volver al país. “Imagínate lo importante que fue que, 40 años después, los tunecinos siguen hablando de nuestra victoria", afirma Dhouib. "El Presidente Habib Bourguiba nos dijo que habíamos hecho ‘el trabajo de 50 embajadores’", recuerda.
Chebali bautizó a los jugadores de su plantel como los “setenta y ocho”, en referencia a los "soixante-huitards" del mayo francés de 1968, por la revolución futbolística que habían generado en Túnez. La Selección se transformó en una de las pocas cosas que unía y alegraba a un pueblo golpeado por las crisis económicas, sociales y políticas que desgarraban al país en esos meses.
Chebali dejó la Selección tras el Mundial y nada volvió a ser igual para Túnez. La carrera de Madja como DT continuó por Medio Oriente. En los 90 se destacó como comentarista de TV y, ya en este siglo, trabajó como consultor para Arabia Saudita. Las disputas internas en el fútbol tunecino, la falta de oportunidades en las grandes ligas para sus cracks, como el talentoso número 10 Tarak Dhiab, y algunas tragedias inesperadas, como la misteriosa muerte de su goleador Ali Akid, frustraron el enorme potencial de aquella generación. Las Águilas de Cartago no volvieron a una Copa del Mundo por otros 20 años.
KADRI, EL HOMBRE COMÚN
El actual seleccionador de Túnez, Jalel Kadri, no tiene los pergaminos de Chetali en las Águilas. Sin embargo, representa a la perfección el ideal de la persona tunecina. Habla como ellos, actúa como ellos, se parece a ellos. Es un hombre común, de Tozeur, un pueblo del interior del país, alejado de las opulentas ciudades mediterráneas. Educado en las escuelas nacionales, de tradición francesa como su fútbol pero orgullosas de su nacionalidad tunecina.
Trabajador y dedicado, Kadri es un ejemplo de que la movilidad social ascendente en la que tanto cree la sociedad tunecina existe. De que el esfuerzo silencioso paga. Y, sobre todo, una persona dispuesta a dar su mejor versión cuando representa a su patria ante el mundo.
Kadri llegó al cargo de seleccionador de Túnez en enero de 2022 de forma completamente inesperada. A comienzos del año, pocos conocían su rostro. Era parte del cuerpo técnico de su antecesor, Mondher Kebaier, y una renuncia reciente lo había dejado como asistente principal.
El desconocido DT recién cobró notoriedad durante la última Copa Africana de Naciones cuando Kebaier dio positivo por covid y Kadri debió dirigir a un equipo muy cuestionado en el partido de 8vos de final ante Nigeria. La derrota parecía inevitable. Túnez sorprendió y ganó 1-0, con gol de su capitán Youssef Msakni. Una semana después, la caída en 4tos, ante Burkina Faso, marcó el fin del ciclo de tres años de Kebaier y el comienzo de la era Kadri.
Muy pronto, Jalel debió afrontar el primer gran desafío de su gestión: la fase final de las Eliminatorias africanas para Qatar 2022. Túnez se jugó el pase al Mundial en un duelo de ida y vuelta ante Mali. Un partido que tenía, además, el antecedente cercano del insólito duelo por Copa Africana que el árbitro terminó 2 veces antes de tiempo. Aquella arenga en la previa al partido como visitante, que tanto recordó al "Malahamet al Argentina", el triunfo y la posterior clasificación en Radés, con fiesta en el vestuario, transformaron a Kadri en un héroe nacional.
Esta Túnez de Kadri no peca de inocente. Se destaca por un estilo definido, que había comenzado con Kebair. Abandonó el juego ofensivo de hace unos años y su fortaleza es la solidez defensiva. Conjuga esas cualidades con los intérpretes adecuados. El plantel está conformado por jugadores que militan en el fútbol árabe, más algunas figuras “europeas”. El DT prefiere a futbolistas experimentados e inteligentes tácticamente, como Wahbi Khazri o Seifeddine Jaziri, la base que estuvo en Rusia 2018, por sobre jóvenes talentos en desarrollo como Hannibal Mejbri, al que utiliza solo como revulsivo.
A la hora de explicar las razones del triunfo en Mali y de la clasificación para el Mundial, Kadri subrayó la unidad del equipo y su orgullo nacional. El DT destacó "su experiencia y su madurez táctica". Esos son, si se lo preguntan, los méritos de su Selección. Es un plantel que juega por la gloria y por su patria.
En eso, este equipo también recuerda a aquel del Mundial 1978. "El mejor premio que obtuvimos fue de dos mil dinares. Pero más importante que la plata, el fútbol me dio el amor de la gente, desde Bizerte hasta Ben Guerdane", revela Jebali. Para el defensor que jugó la Copa del Mundo de Argentina, fue el fervor nacional lo que hizo posible aquella gesta: “No jugábamos por dinero. El patriotismo fue nuestra fuerza motriz y nos proporcionó recursos inimaginables”.
Kadri, al igual que Chebali hace casi medio siglo, predica el credo de lo colectivo. Transmite a todo el plantel su seriedad marcial, su ética de trabajo y su férrea disciplina. Cree como Madja, y como buena parte de la sociedad tunecina, en un Túnez unido, poderoso e invencible. Allí radica el sueño de las Águilas de Cartago. Así fue en Argentina 1978 y también rumbo a Qatar 2022.