Para un país cuya tradición futbolística no es proverbial como sí lo es en las principales potencias de Sudamérica y Europa, el trabajo a conciencia y a largo plazo es mucho más necesario que allí donde la naturaleza y la cultura muchas veces son suficientes. En Japón lo saben muy bien y por eso elaboraron un ambicioso plan que aspira a llegar a su punto cúlmine con la conquista de la Copa del Mundo, ni más ni menos. ¿Cuándo lo esperan? Alrededor de 2092, un centenario después de la creación de la J-League.
El fútbol, que llegó a finales del siglo XIX al imperio del Sol Naciente, nunca gozó de la popularidad del béisbol o del sumo, los deportes nacionales. Pero sí ha tenido pequeños éxitos que invitaban a pensar en la posibilidad de un porvenir venturoso, que se vio mucho más claro en la década del noventa.
Una honrosa participación en los Juegos Olímpicos de Berlín 1936, la creación de la primera liga nacional de equipos amateurs (más tarde semiamateur) en 1965 y la medalla de bronce alcanzada en los Juegos Olímpicos de México 1968 fueron presagios de un boom en Japón. Sin embargo, la popularidad bajó en los setenta y el desinterés se impuso. El fútbol se estancó hasta ese mágico 1992.
1992: EL PUNTAPIÉ INICIAL
Y es que más allá de que la creación de la Liga de Fútbol Profesional de Japón, conocida como J-League, y del suceso internacional de la serie Captain Tsubasa (conocida como Supercampeones en Sudamérica), hubo un factor clave que alentó todavía más el boom del fútbol en el país del Sol Naciente: el primer título de la selección local en la Copa Asiática.
Si algo ha demostrado la vuelta de Perú al Mundial en Rusia 2018 y el ciclo Gareca es que pocas cosas unen más a un país que el representativo nacional. En 1992 Japón fue anfitrión de la Copa Asiática, una competición en la que los Samuráis Azules apenas habían trascendido en su historia, por lo que la décima edición era la oportunidad para dar un paso adelante y darle un impulso a la incipiente liga local que arrancaría al año siguiente.
Japón arrancó con dos empates sin goles ante Emiratos Árabes Unidos y Corea del Norte, por lo que se jugaba todas sus opciones contra Irán. Cuando la igualdad parecía firmada, apareció el todavía joven Kazuyoshi Miura para darle a los Samuráis Azules su primera clasificación a una ronda final del torneo.
En semifinales, Japón superó por 3-2 a China para plantarse por primera vez en un partido definitorio por un título continental. El rival era Arabia Saudita, por entonces bicampeón de Asia y amplio favorito al trofeo. Sin embargo, el equipo del neerlandés Hans Ooft se impuso con gol de Takuya Takagi y desató la fiesta en un Estadio del Gran Arco de Hiroshima colmado por 60,000 espectadores.
IDEAS Y HERRAMIENTAS
El gran impulso llegó y ahora lo que se vino fue la tan esperada profesionalización que precisaba el fútbol nipón. Para ello, la federación japonesa impuso reglas estrictas: los clubes participantes deberían ser independientes de la empresa que los patrocinaba (la Japan Soccer League, antecesora de la flamante J-League, estaba conformada por clubes vinculados a empresas), tener un estadio con aforo para más de 15,000 espectadores, contar con el apoyo financiero de empresas locales y disputar partidos en otras ciudades si era necesario. Aparte, la JFA logró que la J-League fuese transmitida por la TV pública japonesa, otro detalle que ayudó a incrementar la popularidad del fútbol.
La llegada de varios futbolistas extranjeros de renombre como el brasileño Zico, el inglés Gary Lineker, el argentino Ramón Díaz y el alemán Pierre Littbarski, entre otros, elevó el nivel de competitividad de la nueva J-League, que fue un total boom en sus inicios con una media de asistencia de 20,000 espectadores. También ayudó el incremento de clubes participantes (de 12 a 14 y luego a 18) y el hecho de que cada equipo apostó por traer a un refuerzo estrella del extranjero.
Todo iba viento en popa en la J-League hasta que en 1997 una crisis financiera generó un impacto muy fuerte en Asia y en Japón, lo que provocó que la economía nipona entrara en una recesión que se extendió hasta los primeros años de los 2000. La crisis golpeó a la liga japonesa y los clubes empezaron a tener problemas para afrontar los sueldos millonarios de sus extranjeros mientras las empresas patrocinadoras redireccionaron su dinero para paliar el desastre económico. El descenso de asistencia en los estadios provocó también que muchas instituciones quedaran al borde de la bancarrota.
De toda crisis se saca un aprendizaje y el de la JFA fue hacer que los clubes no dependieran en exceso de las empresas patrocinadoras, considerando que la crisis económica llevó a un par de clubes a la bancarrota y a otros los dejó al filo del precipicio. Así fue como surgió Japón 2092, un proyecto de la federación en el que el objetivo es tener un centenar de clubes profesionales para el año en que se cumplirá el centenario de la J-League.
En ese sentido, la JFA impulsó a que los clubes desarrollen un vínculo más estrecho con sus comunidades y con las pequeñas empresas locales, para así no depender en exceso de las grandes empresas. Además, y lo más importante, se obligó a los clubes a fomentar el trabajo en divisiones menores y trabajar en conjunto con las academias de formación.
El siguiente paso fue la creación de un torneo de Segunda División en 1999 y posteriormente, en 2014, se creó la J3-League, el torneo de Tercera División. Así, el fútbol nipón ya cuenta con más de 50 clubes profesionales a lo largo del país. Lo más significativo llegó de la mano de otra iniciativa de la JFA: la creación de un seleccionado local que se nutre de esos clubes y de sus academias de formación. Muchos de esos futbolistas primero se desempeñan en este combinado y luego son fichados por clubes de exterior.
UN TERRITORIO CONOCIDO
En Qatar 2022 aspiran a dar un golpe sobre la mesa justo en la tierra donde se escribió la página más triste del fútbol japonés. En el camino al Mundial 1994, los Samuráis Azules llegaban con mucha expectativa tras lograr el título de la Copa Asiática y así superaron sin mayores contratiempos la primera ronda de las Eliminatorias. Lo siguiente para lograr el pasaje a Estados Unidos 1994 era quedar entre los dos primeros del Final Six a disputarse en Doha, Qatar.
La Selección nipona arrancó con el pie izquierdo la fase final: empató 0-0 ante Arabia Saudita y perdió 1-2 contra Irán. Sin embargo, se levantó con una goleada 3-0 sobre a Corea del Norte y y un triunfo por la mínima ante Corea del Sur. Contra Irak le bastaba ganar sin importar otro resultado para conseguir el primer boleto de su historia a la Copa del Mundo.
Miura adelantó a Japón, pero Irak logró empatar el partido. Nakayama devolvió la ventaja a los Samuráis Azules y en los minutos finales del encuentro, el país del Sol Naciente ya era una fiesta celebrando la clasificación. Los partidos de Arabia Saudita y Corea del Sur ya habían acabando y el cuadro coreano tenía un pie afuera hasta que Omran decretó el 2-2 tras un córner y desató la pesadilla en Japón. Corea del Sur consiguió el pasaje gracias a la diferencia de gol y aquel partido se volvió un mito desde el cristal donde se le mire. En Japón se le conoce como 'La agonía de Doha'; en Corea del Sur como 'El milagro de Doha'.
Para el Mundial Francia 1998, los cupos se ampliaron para Asia y Japón pudo clasificarse tras imponerse a Irán en los playoffs. Desde aquella Copa los Samuráis Azules han sido infaltables en las Copas del Mundo, pero ahora precisan dar un paso adelante y romper un irregularidad llamativa: la alternancia entre eliminaciones en primera fase y en octavos de final.
Será, curiosamente, en Qatar donde encaren el mayor reto de su historia al tener que compartir grupo con potencias como Alemania y España, además de la siempre competitiva Costa Rica. Casi treinta años después, la selección nipona tiene una oportunidad histórica para redimirse y acercarse a ese objetivo de ser campeón del mundo antes de 2092.