Un 15 de octubre de 1968 en la región de Bayonne, al sudoeste de Francia, Ginette Deschamps paría a uno de los tres nombres de la historia del fútbol que fue campeón del Mundo como jugador y como entrenador: Didier Deschamps. Aunque ni los médicos ni los familiares presentes lo sabían, ese niño acompañaría al brasileño Mario Zagallo y al alemán Franz Beckenbauer en esa selecta lista al conseguir las Copas del Mundo de 1998 y 2018 con Francia.
El camino no fue sencillo ni directo, pero Deschamps probó tener una relación ineludible con el éxito. En una historia para la anécdota, cuando era estudiante en la escuela secundaria se había inclinado por el segundo deporte popular por excelencia en Francia: el rugby, jugando para el Biarritz que hoy integra el Top 14 francés. Su camino y su trayectoria personal lo llevaron por un camino diametralmente opuesto. Las ventajas de vivir en una región tan afín al deporte lo catapultaron al fútbol, más precisamente al Aviron Bayonnais, un equipo amateur de su zona. Allí lo reclutó el Nantes en 1983 y comenzó su carrera profesional.
Hasta ahí todo iba bien, pero con apenas 19 años sufrió el peor golpe de su vida: su hermano Philippe murió en un accidente de avión. "Fue violento e injusto", dijo en una entrevista tras ganar el Mundial de Rusia: "Vivimos con él, pero vivimos sin él, sobre todo. Es parte de los dramas, de los golpes duros de la vida, pero no lo olvidamos. Quedé marcado de por vida", explicó para ahondar en su dolor. Sin embargo, hizo una aclaración para destacar: "Fue parte de mi construcción".
Esa construcción se sustentó a base de golpes y la superación del dolor lo hizo madurar rápido. Después de su paso al Olympique de Marsella, donde ganó dos ligas francesas y la única UEFA Champions League de su historia siendo el capitán más joven, se desató un escándalo en un recordado Marsella-Valenciennes. La olla explotó y se supo que el presidente del club, Bernard Tapie, había realizado un arreglo extradeportivo con los jugadores del Valenciennes para sentenciar un resultado (1-0) que le permitiera al Marsella seguir con ventaja en el plano local a días de la final de Champions ante Milan. Esto llevó a que le quitaran el título de campeón de la Ligue 1 esa temporada (obtenido con los tres puntos de aquel partido), pero además le implicó ser excluido de la siguiente edición de Champions (entonces conocida como Copa de Europa), y los obligó a desprenderse de Deschamps y otros futbolistas por el perjuicio económico que le causó no percibir el dinero de ese torneo.
Aquel volante central todoterreno, con quite, orden y llegada al arco rival era una de las estrellas del equipo y, además de dar qué hablar, ya tenía su lugar en el seleccionado francés.
Después de su llegada a Juventus, donde marcó época en cinco años gloriosos, se consolidó en el seleccionado dirigido por Aimé Jacquet y consiguió en 1998 la primera Copa del Mundo para su país, tras vencer por 3-0 en la final a Brasil con él de titular y capitán. Esa hazaña representó la entrada de los galos al panteón de los selectos países que conocen la textura del trofeo de la Copa del Mundo.
Si bien Francia es un país futbolero por excelencia, nunca había tocado el cielo con las manos. Ese Mundial tardío, con su gente y con grandes incógnitas por sus desempeños en las Copas del Mundo pasadas -a Estados Unidos 94' y a Italia 90' ni siquiera había ido- fue una alegría de alta intensidad. El país entraba en un lugar en el que, para muchos, pertenecía. Se abría otro mundo para el fútbol francés, que confirmaría todo eso consiguiendo, además, la Eurocopa del 2000. Esa Euro fue lo último de Deschamps como futbolista en el seleccionado.
Que quería ser entrenador fue claro desde un principio. Luego de la gloria máxima, pasó a Chelsea, donde estuvo apenas un año, y luego recaló en Valencia, pero el fútbol había terminado para él: se retiró en 2001 con apenas 32 años para pasar a dirigir a Monaco.
Tras demostrar su pasta de DT consiguiendo la Copa de Francia de 2003 y llevando al equipo a las semifinales de una UEFA Champions League en 2004, de haber ascendido a una Juventus en crisis por el escándalo de apuestas que la condenó a la Serie B del fútbol italiano y de llevar a su Marsella a un título de Ligue 1 tras 18 años (el último había sido con él como futbolista), le llegó el turno en la selección francesa.
En 2012 agarró el mando de una Francia que venía de una crisis por la eliminación con conflicto incluido en primera ronda del Mundial de Sudáfrica, cuando las diferencias entre el plantel y Domenech fueron insalvables. Deschamps empezó a construir su equipo y no le fue fácil clasificar a Brasil 2014, consiguiendo su boleto en un repechaje parejo ante Ucrania. En la Copa del Mundo, llegó a cuartos de final, donde cayó ante el campeón Alemania por 1-0.
En la Eurocopa 2016, continuó la construcción pero sufrió un duro golpe: perdió en la final ante Portugal en su casa y debió conformarse con el subcampeonato, aunque la Federación Francesa confiaba en él y le renovó el contrato antes de la Copa del Mundo de Rusia, que ganaría casi sin problemas con un equipo sólido, eliminando a Argentina, Uruguay, Bélgica y Croacia en las fases finales y consiguiendo la segunda Copa del Mundo de su historia.
Allí se construyó la paradoja de Deschamps; no solo es ídolo por haber sido dos veces campeón del mundo y adorado por sus logros, sino que elevó la vara del seleccionado francés. Hoy no pelear el título sería una fracaso. No solo por el capital futbolístico del seleccionado, que cuenta con grandes jugadores en todas sus líneas, sino porque la gente así lo espera. Sin embargo, el presente del equipo es distinto, porque llega en baja a Qatar, desconcertado y con malos resultados en su haber que casi lo catapultan al descenso en la UEFA Nations League. Qatar 2022 será una prueba de carácter para un Deschamps que quiere seguir escribiendo la historia grande de los galos.
En su lista de objetivos estará la difícil tarea de conseguir un bicampeonato esquivo para los seleccionados: los únicos que lo lograron fueron Italia (1934 y 1938) y Brasil (1958 y 1962) a lo largo de la historia de los Mundiales. Más dificultoso será con las críticas que viene recibiendo el equipo por su bajo rendimiento en la previa del torneo, pero como hizo a lo largo de su carrera, el entrenador deberá sacar a relucir su mística para seguir haciendo historia. El otro camino es que, por haber sido exitoso con Les Bleus, termine cavando su propia fosa y enterrándose solo. Solo el tiempo lo podrá decir.