Pelé. El apodo que lo acompaña desde los 6 años. El que dejó atrás el Dico de su casa y el Gasolina de Santos. Pelé, tan simple como eso. El sobrenombre con el cual se identifica a los talentosos. No hay país en el mundo donde no exista un Pelé. Una huella que perdura y que será eterna.
Es cierto que con el paso del tiempo aparecieron otros nombres que rayaron a su altura: Maradona y Messi son claros ejemplos. Pero el Rey seguirá siendo el Rey.
Con 8 años ya trabajaba. Le gustaba andar en la calle en su Minas Gerais natal. Repartía diarios, después, remedios, pan, hasta que finalmente dio con lo que más le gustaba: lustrar zapatos en la plaza principal y vender pasteles en la estación de ferrocarril.
Pasó hambre. Conoció la pobreza. Pero disfrutaba. No olvidó su pasado, por eso cuando anotó su gol número 1.000 pidió que se acordaran de los niños de las favelas.
Pelé jugaba en el Baurú hasta que llegó el momento en que lo tentaron de Santos. Aquel viaje fue sufrido porque su madre no estaba del todo convencida.
“Cuando Waldemar de Brito llamó a mi casa, yo temblaba por ella. Pero tanta fue la presión que finalmente aceptó. La lucha por convencerla duró dos semanas. Todos los días llegaba un dirigente del Santos con Waldemar, el técnico del Baurú. Al final dijo que sí y viajamos en tren”, rememoraba el Rey sobre sus inicios.
Al poco tiempo de estar en el club pretendió darse a la fuga, pero el utilero del Santos, Sabuzinho, lo descubrió cuando pensaba abandonar la ciudad y lo convenció de que se quedara.
“Cuando escucho hablar de los que descubrieron a Pelé, me dan ganas de citar también a los que “retuvieron” a Pelé”, expresó alguna vez. Fue el inicio de la historia, una historia plagada de gloria. Se fue Pelé, su fallecimiento pegó duro en el ambiente del fútbol, pero su historia perdurará al paso del tiempo.