Durante siete décadas, el público no conoció la identidad del primer jugador latino de la NFL. La mayoría de la gente creía que el fullback/pateador Jess Rodríguez había sido el primero de su tipo, cuando irrumpió en el mundo del futbol americano, en 1929, con los Buffalo Bisons.
Dicho nombramiento conllevaba un serie de responsabilidades. Rodríguez, nacido en España, tiene su propia historia inspiradora: su padre Fabriciano llegó a Ellis Island en 1911 a bordo del Lusitania, el célebre transatlántico, con treinta dólares en el bolsillo. La familia se estableció en el noreste y dos de sus hijos, Jess y Kelly, ambos niños pequeños cuando llegaron por primera vez a Estados Unidos, se convirtieron en los primeros españoles nativos en debutar en la liga. Aunque, de acuerdo con la definición de latino, en ocasiones objeto de ásperos debates, para algunos Rodríguez no debía formar parte de la discusión sobre el primer jugador de origen latinoamericano en irrumpir en la liga.
En cualquier caso, según los registros, no se podía refutar que el hijo mayor de los Rodríguez había sido el primer jugador de herencia hispana en la NFL... hasta 1999. Únicamente hasta que Heidi Cadwell decidió ponerse en contacto con el Salón de la Fama del Futbol Americano Profesional para entregarles el contrato de su abuelo, firmado dos años antes de que Rodríguez pisara un campo de futbol americano.
Ignacio Molinet no había sido considerado como el primer latino en la NFL, porque los historiadores habían asociado incorrectamente su apellido con los de ascendencia francesa. Molinet era en realidad cubano, nacido en Chaparra, un pequeño pueblo en la parte oriental de la isla, en 1904.
Molinet se trasladó a los Estados Unidos cuando era niño, donde él y su hermano mayor, Joaquín, asistieron a Cornell. En la universidad de la Ivy League, Ignacio sobresalió tanto en basquetbol como en futbol americano, y recibió distinciones en ambos deportes. Cuando sus padres fallecieron un año después de cursar el tercer grado en la escuela, regresó por tiempo indefinido a su patria en el Caribe, hasta que los Frankford Yellow Jackets le ofrecieron un contrato de futbol americano profesional en la incipiente NFL.
De acuerdo con la Revista de Antiguos Alumnos de Cornell, no está claro por qué algunos historiadores de futbol americano se refieren a Molinet como ‘Lou’. Para los seguidores del Big Red en la universidad, era ‘Molly’, una abreviación de su apellido. Para su familia, era ‘Iggy’, una abreviación de su primer nombre.
Independientemente de cómo le decían y por qué, su cuerpo de 1.80 m y 88 kg, lo convertía en un candidato ideal para ser un fullback profesional. En los inicios de la NFL, los Yellow Jackets fueron una exitosa y sólida franquicia que, antes de la contratación de ‘Iggy’ en 1927, nunca había perdido una temporada y, de hecho, venía de ganar el campeonato con récord de 14-1-1.
En una victoria a mediados de octubre ante los Buffalo Bisons, anotó su único touchdown, en una carrera de una yarda en el cuarto cuarto, que contribuyó al triunfo por 23-0 sobre el futuro empleador de Jess Rodríguez. Estadística o incluso anecdóticamente, no hay mucho más que decir sobre la carrera pionera de ‘Iggy’ en la liga: jugó en nueve de los 18 partidos de los Yellow Jackets esa temporada, iniciando en solo dos de ellos, e hizo unos cuantos touches que quedarían inscritos en los libros de récords para la posteridad.
Lamentablemente, la única temporada de Molinet como jugador de futbol americano profesional, fue la única en la que Frankford se situó por debajo de .500, y Molinet no regresó al equipo para la temporada 1928. El club desapareció en 1931. Sin embargo, ‘Iggy’ regresó a Cornell, terminó su licenciatura y vivió una vida lejos del futbol americano. De hecho, tan alejada que la única manera en que su familia escuchaba sobre su pasado deportivo era si los narradores de Cornell lo mencionaban durante alguna transmisión que estuvieran escuchando por casualidad.
Sin embargo, el legado de Molinet es definitivamente importante para la creciente fraternidad de latinos en las universidades y el futbol americano profesional hoy en día. Como ha señalado el historiador Mario Longoria, la contratación de Molinet abrió la puerta para otros futbolistas en posiciones similares durante las décadas siguientes. Pese al protagonismo de los pateadores y linieros nacidos en América Latina en la era moderna, las primeras incursiones, aquellas facilitadas por Molinet, cuentan la historia de playmakers en la ofensiva, principalmente fullbacks y halfbacks.
Entre 1927 y principios de la década de 1950, prácticamente todos los latinos que llegaron a la liga jugaban en esas posiciones. Uno de ellos, Steve van Buren, nacido en Honduras, se convirtió en seis veces All-Pro y dos veces campeón de la NFL con los Philadelphia Eagles. Líder de yardas terrestres tres temporadas consecutivas, formó parte del equipo All-Decade de 1940, antes de que su número se retirara y consagrara finalmente en el Salón de la Fama del Futbol Americano Profesional.
Está en el mismo sitio en el Salón de la Fama, en Canton, Ohio, en donde está exhibido el contrato de Ignacio Molinet, un tributo público a un hombre cuyo paso por el futbol americano profesional se mantuvo en secreto, quizá voluntariamente, durante casi 75 años.