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Recordando Monzón vs. Nápoles

Carlos Monzón, der., fue muy superior a un más pequeño José Mantequilla Nápoles en 1974 AP

"No voy a pelear nunca más, largo el boxeo".

En la penumbra de aquel vuelo interoceánico entre Roma y Buenos Aires, mientras el pasaje dormía, la frase sonó en un susurro. Los hombres que la escucharon se mantuvieron en silencio por un breve rato. Estaban sentados juntos. Y, quien había hablado, inclinaba su largo torso sobre ellos, esperando una respuesta.

"Respeto tus decisiones", dijo uno, "pero pienso que deberías seguir, estás entero y hay mucho por delante. Igual, te voy a acompañar.

"Yo creo que es una decisión equivocada, porque estás en tu mejor momento, pero si estás dispuesto, ¿por qué no demorar el anuncio todo lo posible, así hay más tiempo para reflexionar, o para arrepentirte?", preguntó el otro.

El primero en hablar había sido Amílcar Brusa. El segundo, Juan Carlos Lectoure. Y quien había expresado su deseo de abandonar el boxeo, era Carlos Monzón.
El ruido monótono de las turbinas del avión siguió su curso y ninguno de los tres, enfrascados en sus pensamientos, volvieron a modular una palabra.

Apenas unos días atrás, París se había vestido de fiesta. Monzón, de Argentina, campeón mundial de peso mediano del Consejo Mundial y de la Asociación Mundial de Boxeo, le daba la oportunidad al cubano-mexicano José Mantequilla Nápoles, campeón mundial welter del CMB. La promoción había corrido por cuenta de una estrella del cine mundial: Alain Delon, quien en los carteles publicitarios le había agregado el seudónimo al argentino de Macho, para compensar, seguramente, el Mantequilla de Nápoles.

El lugar elegido fue una carpa en la zona de Ville-de-Puteaux, en las afueras de París, con capacidad de doce mil espectadores.

La pelea fue más fácil de lo que creía. El primer golpe recto que le metí fue tremendo. Voló de la mitad del ring hasta las cuerdas. Me di cuenta, antes del séptimo round, que no saldría a pelear... Y no peleó.

-- Carlos Monzón sobre su pelea con Mantequilla Nápoles.

Un clima inusual había teñido la espera. Después de todo, así como el argentino ya era un ídolo en París, los franceses se entusiasmaron con el colorido que le ofrecía Mantequilla Nápoles paseando perritos caniche por Champs- Elysees, poniéndole gracejo a cada palabra y prometiendo exhibir todo su escurridizo y elegante boxeo frente a la fuerza casi tosca de Monzón.

Ángelo Dundee, contratado especialmente para atender a Nápoles por su gran fragilidad para sufrir cortaduras, le agregó picante a las conferencias de prensa, afirmando que el argentino era "un campeón de papel".

"La pelea para mí era una cuestión personal", confesó Monzón en su autobiografía "Mi verdadera vida, porque me habían dicho que no quería pelearlo a Nápoles, así que más allá de la bolsa de 250 mil dólares, me había propuesto romperle la cara".

El combate fue organizado para diciembre de 1973, pero una angina muy fuerte lo obligó al santafecino a pedir una postergación. Así se llegó a la fecha del 9 de febrero de 1974. Fue la novena defensa del argentino, que había ganado el título ante Nino Benvenuti en Roma, en 1970.

Una circunstancia que en su momento pasó inadvertida para muchos, sería muy importante en el futuro del argentino. Mientras se entrenaba en el estadio Luna Park en su natal Argentina para ese combate, fue a verlo un importante productor, Daniel Tinayre, para ofrecerle un protagónico en una película, en la que personificaría a un humilde muchacho de barrio: "La Mary". Junto a él iba a estar Susana Giménez quien era una de las más descollantes estrellitas del momento. El boxeador aceptó.

"Me llevé el libro a París y empecé a leerlo, para mí era algo diferente muy raro. Delón me dijo que nunca pusiera plata como productor en una película, en cambio, como actor, si a uno no le pagan, por lo menos no pierde nada... Igual, para mí el tema era Mantequilla", contó Monzón.

El show comenzó con mucha música. Mariachi para Mantequilla Nápoles. Para la subida al ring del argentino, Alain Delon buscó un tema que fuera grande, impactante, y eligió "Silencio", un tango que empieza con un clarín, interpretado por Carlos Gardel, y que se refiere a unos hermanos abatidos en los campos de Francia en la Primera Guerra Mundial".

La pelea, según las palabras de Brusa para un documental efectuado por ESPN recuerda, "fue una de las más fáciles para Carlos. Nápoles era un muy buen boxeador, pero era un welter de 147 libras, ¿cuánto podía llegar a pesar a la noche? En esos tiempos, el pesaje era en la misma mañana del combate. Mi pupilo, en la balanza, daba las 160 libras con mucho esfuerzo, pero subía al ring, por lo menos, con 169... Fue demasiado fuerte, demasiado vigoroso para Nápoles, que subió con 154 libras, para compensar un poco..."

Efectivamente, Monzón -- quien por entonces tenía 32 años, mientras que su rival sumaba 34 -- dominó todo el tiempo la larga distancia con sus enormes brazos.

"Cuando lo vi enfrente, lo vi tan grandote, que no lo podía creer", nos confesó Mantequilla, años más tarde, durante una visita a Buenos Aires.

"La pelea fue más fácil de lo que creía", escribió Carlos en su libro. "El primer golpe recto que le metí fue tremendo. Voló de la mitad del ring hasta las cuerdas. Me di cuenta, antes del séptimo round, que no saldría a pelear... Y no peleó".

"Fue demasiado para Nápoles", nos dijo, años más tarde, Dundee, agregando que "Monzón fue uno de los más grandes medianos de toda la historia. No sé cómo hubiera podido Hagler resolver el problema de sus largos brazos. Era frío, tenía puntería y pegaba muy duro..."

Malamente cortado, Mantequilla se debatió con el coraje que todos lo reconocían, pero cada vez que quedaba con la espalda contra las sogas, recibía los embates del campeón que exponía su corona. Rotando la cintura como podía, el cubano-mexicano no lograba defenderse de esas ráfagas.

"No veo nada, Ángelo, no veo nada..." se quejó, impotente.

Dundee decidió que su pupilo no iba más y decretó el abandono ante el referí Raymond Baldeyrou.

"Lo encaré a Dundee por todo lo que había dicho, y su respuesta fue: 'no hagas caso de lo que dije, fue para publicitar la pelea' Y me felicitó", contó el vencedor.

Aquel combate -- la victoria consecutiva número 75 del argentino -- tuvo otras derivaciones. Monzón se negó a hacer el antidoping, ordenado por el CMB. Los dirigentes lo estaban esperando en su hotel.

"Yo venía del Lido, y había estado tomando champagne, era imposible que saliera bien", confesó Monzón en su libro. "Brusa lo mandó al diablo al presidente de la Federación Francesa y al final, con el tiempo, Rodolfo Sabbatini tuvo que pagar una multa de 10 mil dólares y Brusa, $3,000. Además, teníamos miedo de que saliera algo raro, porque había estado tomando vitaminas, me infiltraron las manos, me puse gotas nasales... Por todo eso me sentí cansado, y quise largar el boxeo".

Un año después, el Consejo le sacó la corona a Monzón, quien la unificó un año más tarde tras derrotar al colombiano Rodrigo Valdez en junio de 1976.

El argentino decidió seguir en el boxeo. El 8 de marzo de 1974, se presentó oficialmente en la conferencia de prensa de presentación de "La Mary". Allí conoció a Susana Giménez, y ambos se besaron a pedido de los periodistas. Comenzaría entonces una tormentosa historia de amor, que se prolongó por varios años y que conmocionó a toda la prensa del corazón.

De aquella noche parisina, quedó el recuerdo de dos grandes boxeadores. Y también una pieza literaria. Nunca sabremos si estuvo o no aquella noche entre los espectadores. Pero lo cierto del caso es que el gran escritor Julio Cortázar, amante del boxeo, generó un cuento policial enhebrado con una muy buena descripción de esa pelea. El cuento se llamó "La noche de Mantequilla", y queda como un tributo a esos hombres que, en un ring, resultados aparte, pusieron toda su garra, su coraje y su determinación en un enfrentamiento que ya está en la leyenda.