MONTE CARLO -- Y un día Rafael Nadal perdió en Monte Carlo. Pasaron 10 años, 46 partidos y ocho consagraciones. Pero la tapa esta vez no se la lleva el español. Porque para romper semejante hegemonía hizo falta un Novak Djokovic brillante y el serbio se ganó, con justicia, todas las miradas en el Principado. El N°1 del mundo fue quien impuso condiciones de principio a fin y acabó festejando su 37° título; el tercero de 2013 y el 14° de Masters 1000 (ahora solo le falta Cincinnati). 6-2 y 7-6 (1), los números de su victoria, en una hora y 52 minutos.
La supremacía de Djokovic se evidenció desde el inicio, con el serbio asumiendo riesgos, buscando líneas y sorprendiendo a Nadal con inteligentes contrapiernas. Nole jugaba profundo, con buenos ángulos y el español se enredaba en su propio laberinto.
Así se adelantó rápidamente en el marcador por un contundente 5-0, que, tras cinco chances desperdiciadas para cerrar en 6-0, se tornó 5-2 e hizo sobrevolar los fantasmas que acompañaron el comienzo de semana de Djokovic, con su tobillo en el centro de la escena y mucho trabajo extra en las primeras rondas. Pero esta vez al serbio nada lo desconcentró: siguió presionando a Nadal, forzó otros tres set points y terminó llevándose la manga gracias a una doble falta del rival.
Djokovic superaba a Nadal en todos los rubros, lo duplicaba en tiros ganadores y mostraba una consistencia que hacía difícil proyectar una reacción del lado del español. Pero la fortaleza mental del mallorquín lo puso de nuevo en partido en el segundo set y con algunos errores del serbio más unas buenas aperturas desde el fondo, aprovechó un break tempranero para escaparse por 4-2.
Fue el mejor momento de Nadal en el partido, aunque no duraría mucho. Djokovic mantuvo su agresivo patrón de juego y rápidamente recobró la diferencia. Era él quien dominaba los intercambios y a partir de allí todo se le facilitaba al N°1. Por eso no sorprendió que tras perder un nuevo juego de saque lo recuperara de inmediato y en cero. Sí, Nadal pasaba de servir para set a perder cuatro puntos en fila. Todo un síntoma.
Ya en el tiebreak la tendencia se acrecentó y consagró a un Djokovic brillante: ofensivo, eficaz, incisivo. Muy lejos de la versión que había mostrado en Miami con la caída ante Tommy Haas. 25 tiros ganadores totalizó el serbio, que tras el partido besó el polvo de ladrillo de un torneo que hasta este domingo le había sido ajeno, y que potencia sus dichos tras ganar el Abierto de Australia: este año, el gran objetivo se llama Roland Garros.
Para Nadal queda el recuerdo de una racha fantástica y la confirmación de su nivel en este nuevo regreso al circuito. La chance de ser el primer tenista de la historia en ganar nueve veces un torneo por ahora quedó trunca. Pero una cosa es segura: tendrá revancha.