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Libertadores, la gran ilusión

BUENOS AIRES -- Una nueva Copa Libertadores dio comienzo esta semana y, definitivamente, no es un torneo más. No sólo porque este año se dispute la edición número 50, sino porque, para quienes somos parte del mundo del fútbol en el continente americano, no hay oportunidad igual de competir contra los mejores.

Llegar a esta instancia lo coloca a uno, como jugador o como director técnico, en un fútbol de un nivel superlativo, en el más alto nivel de competencia. Y le concede, a quienes tengan la suerte de consagrarse en ella, un alto valor agregado: el de enfrentarse con los mejores del mundo en el Mundial de Clubes, lo que antes era la Copa Intercontinental.

Competir a ese nivel hace que haya que preparar todo lo relacionado con la Copa, cada mínimo detalle, con muchísima minuciosidad. Y si encima uno compite con un club grande, tiene que hacer todo eso sin dejar el campeonato local de lado.

¿Cómo se hace para cumplir con todo al mismo tiempo? ¿Cómo se hace para ganar la Copa? No lo sé ni creo que nadie conozca la fórmula secreta. Pero sí puedo contar mi parte de la historia.

Una historia que comienza, aunque parezca extraño, con una gran frustración: la de no haber podido participar en la Copa como jugador. Y eso aunque con el Vélez Sarsfield campeón de 1968 nos habíamos ganado el legítimo derecho a jugarla.

Pero en 1969, Vélez y River decidieron no jugar la Copa porque... ¡daba pérdida! Una muestra de la incoherencia de los dirigentes de aquella época y de lo que han cambiado los tiempos.

Afortunadamente, el tiempo me dio una revancha personal. Ya como director técnico, haber ganado con Vélez la Libertadores primero y luego la Intercontinental fue una satisfacción enorme. Sobre todo porque, en el club en el que nací futbolísticamente, pensar en esos logros en el club era algo que estaba prácticamente "prohibido" y toda la cuestión era bastante utópica.

Pero a la hora de jugar, en la cancha son 11 contra 11 y nadie tiene el partido ganado de antemano. . Esa misma filosofía apliqué con Boca Juniors, con el que tuve la suerte de ganar la Libertadores tres veces más (2000, 2001 y 2003).

Aunque en un club como Boca uno podría pensar que el título está más al alcance, les aseguro que siempre es muy dificil, a la hora de salir nadie tiene nada ganado por adelantado.

Siempre, en cada partido, hay que salir y estar a la altura de lo acontecimientos. Suena sencillo, pero no lo es. Y si no, a las pruebas me remito: hasta 1999, Boca sólo había ganado dos veces la Copa en lo que eran, hasta entonces, 40 años de historia.

¿LA COPA O EL TORNEO LOCAL?

La primera disyuntiva que se plantea para un club que clasifica a la Copa es qué torneo priorizará durante la primera parte del año. Y aquí es donde comienzan las diferencias.

Hay clubes que hacen su elección apenas comienza la temporada. Hay otros que postergan la elección hasta que se meten en las instancias finales. Y otros, los equipos más grandes, que por obligación no pueden dejar de lado el campeonato local. Tienen que ser protagonistas en ambos frentes, al menos hasta que las matemáticas digan "basta".

Hay un momento clave en la competencia, y es cuando comienza la fase final, la de eliminación directa. En cerca de nueve semanas, un equipo que compite en ambos frentes tiene que disputar alrededor de 17 partidos: ocho por la Copa y nueve por el torneo local.

A la carga de minutos de juego que se va acumulando, se le suman los viajes (volveré sobre este tema más adelante) y la tensión de que cada partido se convierta potencialmente en una final. Y no sólo hablo de la Libertadores, donde cada serie es a todo o nada.

En el torneo local también son etapas decisivas. Por ejemplo, un club argentino en carrera en Copa y liga comienza los octavos de la Copa en simultáneo con la fecha 12 de un torneo de 19 jornadas, es decir un momento en el que empiezan a perfilarse las chances de cada uno.

Si llega a semifinales, tendrá el premio de una semana de receso - este año dos, por las eliminatorias. Pero en el torneo local estará a la altura de la fecha 17, a tres de la línea de llegada.

¿Cómo se hace para manejarse en ambos frentes? Otra vez, dependerá del club en el que uno esté y de las posibilidades de contar con reservas.

Como técnico, uno va rotando y mezclando: le da descanso a ciertos jugadores que se desgastan más que otros. Las posiciones en el campo no son todas idénticas: hay jugadores que terminan un partido más golpeados que otros. Y luego de cada partido, hay que repasar en qué estado se encuentra todo el plantel.

En Boca, claro, siempre hay que jugar las dos cosas: uno ni siquiera puede plantearse algo como "juego esto sí, lo otro no". Mientras uno esté en carrera, hay que respetar las dos competiciones.

En Vélez, en cambio, hice exactamente lo contrario. Con un plantel mucho más reducido, tener que plantear dos torneos en simultáneo me sirvió para darle la posibilidad de ganar "horas de vuelo" a jugadores más jovenes.

Es cierto que el equipo terminó en el puesto 18 de 20 en el torneo local, pero en ese momento, dar un paso hacia atrás sirvió para luego dar dos hacia adelante.

A Vélez y a los jugadores mismos, esa experiencia les sirvió para crecer. Aparecieron muchisimos jugadores que, a partir de ese fogueo que les dio la posibilidad de jugar y mostrarse, terminaron teniendo mucho protagonismo. Entre otros nombres, seguramente les suenen los de Pablo Cavallero, Camps, Moriggi, Pandolfi, Federico Domínguez, Claudio Husaín... y podría seguir un largo rato.

Si hubiéramos intentado jugar las dos competencias con el mismo compromiso, probablemente el desgaste hubiera sido demasiado y nos hubiéramos quedado en el camino en ambos frentes.

En cambio, la copa fue prioridad número uno, y la apuesta demostró tener éxito. Vélez consiguió una presencia internacional que hasta entonces no tenía. Y con los títulos llegaron más títulos, ya que ganar la Libertadores nos llevó a ganar la Intercontinental, luego la Recopa... un ciclo de torneos que pusieron a vélez en el mapa futbolístico mundial y que, en esos años, lo conviertieron en el equipo más ganador pero a la vez más equilibrado de la Argentina.

HAY QUE HACERSE ENTENDER

Hay un elemento clave que no quiero dejar de mencionar: en todo momento hay que hablar con el jugador y hacerle entender qué es lo mejor, tanto para él como para el equipo.

Lo viví yo también como futbolista. Siempre queremos jugar, y eso nos puede llevar a no ser inteligentes y no aceptar algo que podemos ver pero nos cuesta entender: que no estamos al cien por cien.

Uno, como jugador, cree que puede ser útil siempre. He entrado a la cancha lesionado: no de tal manera que no pudiera jugar, pero sí con molestias y dolores. Claro, entraba pensando que iba a serle útil al equipo.

Como todos, tenía ese pequeño ego que nos hace creer que somos indispensables. Y si algo aprendí en todos estos años de fútbol, es que nadie lo es cuando hablamos de un equipo.

UN PARTIDO SIN PUBLICO

Hay mucho más que jugar y ganar en los 90 (o a veces 180) minutos de fútbol. Lo que se hace en la semana, mientras no se juega, es tan o más importante que lo que se hace en el estadio una vez que rueda la pelota.

Con el calendario que expliqué más arriba, uno pasa sus días con un pie en el avión y con varios pies en el hotel. Y ese tiempo es clave para llegar al campo de juego en el máximo potencial.

Es en el hotel donde hay que cuidar como nunca al jugador y poner todas las energías en tratar de que no tenga un desgaste suplementario. Allí hay que recuperarlo físicamente a través de varias herramientas, como los masajes, el descanso y unos horarios y alimentación equilibrada.

No hay otra manera de llegar al siguiente compromiso con un futbolista recuperado casi al cien por cien. Nótese el "casi", ya que este ciclo se repite semana a semana y el cansancio se va acumulando.

Se trata, como creo que habría que hacer todo en el fútbol, de simplificar y no de complicar. De ponerse al servicio del jugador para que haga los movimientos lógicos que le generen el mínimo desgaste posible.

Claro que a veces hay situaciones que a uno le alteran los planes. Con Boca en 2003, por ejemplo, el viaje a Paysandú, en Brasil, fue una pesadilla. Tardamos casi 17 horas, una cosa increible.

Piensen en cualquiera de ustedes cuando vive una situación así, de tomar varios aviones, subir y bajar, hacer escalas, comidas improvisadas, la incertidumbre de no saber cuándo va a salir nuestro vuelo... Si a ustedes se le altera el metabolismo, imagínense el efecto sobre los futbolistas profesionales.

NO HAY RIVAL DESCONOCIDO

El cuerpo técnico tiene, mientras tanto, otra tarea que a la larga puede ser decisiva: la de conocer a todos los rivales a la perfección.

A medida que avanza el torneo, uno tiene menos adversarios, pero más necesidad de observar sus partidos. TODOS sus partidos, no sólo los dos que jugó en la última ronda.

En las cuatro finales que jugué con Boca, era obligación ver los 12 partidos anteriores del rival de turno. No es nada extraño que en el primer partido de la Copa, hubiera jugado algún futbolista que luego se lesionó, pero que ya a mitad de año estuviera listo para volver.

Eso era más importante que nunca con los equipos brasileños, con su capacidad tan grande de sacar jugadores. ¿De cuál de todos los Jorginhos, los Marcelinhos, los Junior me estaban hablando?

No hay que dejar nada librado al azar: uno debía estar tranquilo de que, si nos ganaban, era porque el adversario era sencillamente mejor, y no por un descuido.

LOS CANDIDATOS

Para terminar, no puedo dejar de decir que, a mi entender, los candidatos siempre son los mismos: argentinos y brasileños están, a priori, por delante de los demás.

Sí quiero hacer algunas salvedades. Por ejemplo, decir que no veo a los conjuntos brasileños actuales tan fuertes como hace 10 años. Creo que han perdido parte del poderío que, entonces, los hacía dueños casi absolutos de las competiciones continentales.

También quiero mencionar a los equipos mexicanos. Hace tiempo vengo diciendo que soy un convencido de que, tarde o temprano, un club de ese país ganará la Copa Libertadores. En 2001 el Cruz Azul nos llevó a los penales en Boca, el Pachuca ganado la Copa Sudamericana y todo indica que, de tanto pegar en el palo, ya les llegará su turno.

Hay un factor muy relevante: los mexicanos, por poderío económico, se pueden dar el lujo de comprar jugadores en cifras que ningún otro fútbol maneja en América.

Por último, no quiero descartar el factor sorpresa. Vélez, Once Caldas, Liga de Quito: a priori uno podría haber pensado que no estaban en la primera fila, pero cuando fueron campeones, lo hicieron merecidamente y sin robarle nada a nadie.

En la cancha de futbol, como les decía al principio, a la hora de la verdad son siempre son 11 contra 11 y gana el mejor.

Felicidades.