ORLANDO -- Pese a ser reconocido como uno de los grandes bateadores de todos los tiempos, lamentablemente, el fenecido Tony Gwynn también podría ser considerado un gigante entre los más brillantes subestimados del juego.
No mal entiendan. En todas las referencias sobre Gwynn, casi seguro habrán cientos de elogios recordando sus 3,141 hits, ocho cetros de bateo, promedio vitalicio de .338 y 15 selecciones al Juego de Estrellas. La realidad es que todo eso alcanzó mayor importancia después que se retiró en 2001.
Mi imagen más memorable de Gwynn no es de su jonrón contra David Wells en el primer partido de la Serie Mundial de 1998, su deslizamiento en el plato para superar a Iván Rodríguez impulsado por un doble del dominicano Moisés Alou en la décima entrada del Juego de Estrellas de 1994 ni ninguna de sus líneas al lado contrario del terreno, que fue su marca registrada durante 20 años en las ligas mayores.
Al Gwynn que recuerdo fue al que cubrí en el glorioso, y caliente, fin de semana del Salón de la Fama del 2007 en Cooperstown, Nueva York. Fue la ceremonia de mayor asistencia de la historia, con más de 75 mil fanáticos abarrotando el Complejo Deportivo Clark, colinas aledañas y todo el pueblito llamado Cooperstown para vitorear a Cal Ripken Jr. y Gwynn, pero especialmente a Ripken.
En las votaciones de ese año, Ripken obtuvo un 98.8% de los sufragios emitidos, el tercer mayor porcentaje de la historia (los lanzadores Tom Seaver, en 1992, y Nolan Ryan en 1999, recibieron un 98.9%), mientras que Gwynn fue votado por el 97.6% de los periodistas, el séptimo total más alto desde el establecimiento del Salón de la Fama en 1936.
Durante las actividades que concluyeron con la ceremonia de exaltación, el domingo 28 de julio, la pareja fue homenajeada más que adecuadamente. Pero incluso en medio de la celebración, Gwynn fue el claro subestimado del fin de semana, algo que manejó con la misma clase con que lidió ese tipo de situaciones a lo largo de su carrera.
Gwynn fue uno de los mejores bateadores de todos los tiempos y un pionero en el uso de la tecnología para reducir errores en el difícil arte de golpear una pelota en movimiento, pero a pesar de todos sus títulos de bateo y ser uno de tres seres humanos nacidos de 1900 en adelante que tuvieron promedio sobre .335 de por vida en las Grandes Ligas, "Mister Padre" no siempre recibió todo el reconocimiento que merecía.
Para quedarse 20 años en San Diego, Gwynn sacrificó millones de dólares en el mercado abierto y aunque fue convocado regularmente al Juego de Estrellas, nunca ganó un premio de Jugador Más Valioso, ni cuando bateó .370 (líder) con 56 robos, 36 robos y 119 anotadas en 1987, ni cuando lideró la Liga Nacional en bateo y OBP con ridículos promedios de .394 y .454 en 1994, el año recortado por la huelga.
No estoy hablando de racismo, sino de la invariable discriminación que enfrentan los grandes bateadores sin mucho poder frente a los grandes bateadores que pueden pegar jonrones. Algo que no nació en las décadas de 80 y 90, sino desde que Babe Ruth convirtió el cuadrangular en el acto por excelencia para los aficionados.
Incluso el gran Ty Cobb, un bateador de .363 y ganador de 12 coronas de bateo-- y uno de los grandes racistas e intolerantes del béisbol-- sintió en carne propia lo que era ser opacado por un jonronero, cuando Ruth comenzó a sacar la pelota del parque, desde 1918 en adelante, con una frecuencia anormal para la época.
Gwynn no fue un bateador "alita corta". Entre sus tres mil hits hubo 763 extrabases. Tampoco fue un pelotero unidimensional como pensarían muchos al ver fotos y videos de su carrera. El jardinero logró 319 robos y obtuvo cinco Guantes de Oro, lo que habla del pelotero completo que fue, especialmente en la primera parte de su carrera.
En fin, Gwynn no recibió todo el crédito que merecía.