RIO DE JANEIRO (Enviado especial) -- Es hoy. El día que le da sentido a todo lo demás. El día que puede cambiar para siempre la historia de un grupo de jugadores. Y quizás la historia de un pueblo entero. Porque el fútbol es mucho más que un juego, es una de las formas más nobles que tiene la humanidad de relacionarse. Por eso, el resultado del partido que jugarán Argentina y Alemania es tan trascendente. Porque será una de las mayores alegrías que una nación puede vivir. Así de simple y así de grande.
Siempre es mejor no hablar en primera persona, porque las experiencias individuales siempre son subjetivas y cada hombre la vive de manera singular. Sin embargo, en un momento como este se hace muy difícil expresar sentimientos sin usar ese tiempo verbal. Quien esto escribe será testigo de la final de la Copa del Mundo en el estadio Maracaná. Traducir en palabra las sensaciones de estas horas previas es simplemente imposible. No hay palabras, o por lo menos yo no las tengo, para describir la emoción que genera un evento como este. No hay nada igual en el mundo. De eso si no hay dudas.
Se mezclan los sueños de la infancia, la primera pelota, los partidos con los amigos, las vivencias en las tribunas de todo el país, la vida como hincha y la experiencia como periodista. Es un cúmulo de sensaciones que crean una especie de estado de fragilidad emocional que pocas veces en la vida se da. Uno quiere creer que lo que se juega es sólo un encuentro futbolístico, pero en realidad tiene una carga mucho mayor, más significativa.
En un punto, es lógica pura. Uno abraza al fútbol como una pasión única. El fútbol llena muchos huecos, se transforma en una compañía, en un punto de unión con los seres queridos, en un sitio donde sentirse importante, en un lugar de pertenencia. Entonces, cuando se juega una final del mundo, que es el duelo más importante de todos, las emociones afloran como nunca. Y más aún uno de los protagonistas es tu Selección.
Todo esto es así en cualquier Mundial. No importa dónde y cómo se juegue. Sin embargo, lo que sucedió en Brasil 2014 potenció todavía más estos sentimientos. Porque esta es una de las naciones más futboleras del planeta, porque en Sudamérica se vive el fútbol con más intensidad que en ningún otro lado, porque el nivel de juego fue el mejor en mucho tiempo y porque muchos partidos ya forman parte de la historia por dramatismo y por jerarquía.
El 7-1 sufrido por Brasil, las victorias de Costa Rica contra dos campeones del mundo (dejando afuera a un tercero en el camino), la eliminación de España, los goles de Messi, el fútbol de Alemania, las apariciones de Bélgica y Colombia, la paridad en cada uno de los choques. Todo esto fue lo que convirtió a esta Copa del Mundo en la mejor de la era moderna. Esta sentencia es casi unánime. Esta es otra de las razones por las cuales la final de hoy es tan relevante.
Quien sea campeón, será uno de los cinco Seleccionados más importantes de todos los tiempos. Y quizás uno de los tres. ¿Por qué? Simple, porque si es Alemania habrá derrotado a los dos grandes sudamericanos, como visitante y desplegando un juego de muy alto vuelo. En tanto, si es Argentina, se habrá coronado en la casa de su clásico rival tras derrotar al verdugo del mismo. Además, ambos tienen argumentos propios: la Albiceleste cuenta con el fútbol de Messi y la Nationalmannschaft busca consagrar a una generación de lujo.
A horas del encuentro esperado por todos, Río de Janeiro se transformó en una ciudad más de Argentina. Unas cien mil personas llegaron desde el vecino país para acompañar a la Selección que dirige Alejandro Sabella. Aunque esta cantidad de hinchas podría llenar el Maracaná con comodidad, la mayoría no tiene entradas y verán la final en las calles cariocas. Este escenario le da aún más mística al partido.
Es hoy. Tardó mucho, pero el día ansiado por todos al fin llegó. Los neutrales lo esperaron desde aquella noche de 2010 en la que España venció a Holanda. Los alemanes desde que Brasil los dejó sin nada en 2002. Y los argentinos desde aquel lejano 1990 en el que este mismo rival les quitó la oportunidad de ganar el tricampeonato.
Pasaron 24 años desde el penal de Andreas Brehme en Italia. Mucho ha sucedido en el fútbol argentino desde ese día. Han habido cambios, han nacido y muerto grandes jugadores, han habido equipos inolvidables y también mediocres y han crecido amantes del fútbol que necesitaban de un partido como éste.
Desde ese humilde lugar, un cronista elige sincerarse en medio de la emoción por la final mundialista y suelta un deseo: ganen. Por mí, pero también por mi país. Por los pibes que corren detrás de una pelota y sueñan. Por las familias de todos. Por los que van a venir. Por los que se fueron. Por todos. Ganen, es su gran oportunidad. Devuelvan al fútbol argentino al lugar que le pertenece.